pensamiento oblicuo
Federica Matelli
Traducido con la
colaboración de Augusto Nava Mora
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Escribir
sobre la filosofía de Nancy no es fácil, así como no lo es leer sus
textos.
Alumno
de Derridá, aparece a menudo insertado por la crítica en los pasos del
pensamiento Deconstruccionista que apuesta por el desmantelamiento, la
‘deconstruccion’ precisamente, del pensamiento occidental hasta su origen,
rehusando explícitamente cada tentativa de descripción sistemática previa y
de posterior reconstrucción. Desde un punto de vista estrictamente
histórico, se puede afirmar que el Deconstruccionismo representa
un paso obligado del pensamiento occidental después de la muerte de Dios y de
la Metafísica.
En realidad, como afirma Gianni Vattimo en su ensayo Derrida e
l’oltrepassamento de la
Metafisica[i], hacer de la obra
deconstructivista objeto de reconstrucción “histórica – critica”
tradicional, parece como una traición, pero es hasta un cierto punto
necesario hacer “un esfuerzo de sistematización o por lo menos de
interrogarla tanto sobre la jerarquía interior de sus conceptos, como sobre
sus nexos con la cultura y sobre la filosofía de esa época”[ii], para
facilitar la posibilidad de recepción sobre la base de la necesidad de comprender
el pensamiento ulterior, que se desarrolla con intentos que yo definiría
“reconstructivos”.
En
este sentido podría ser leída la filosofía de Jean Luc Nancy: como filosofía
“reconstructivista”. En otras palabras, como aquel pensamiento que después de
la experiencia de critica negativa del novecientos, vuelve con confianza a la
reconstrucción de un sentido y a la búsqueda de algo nuevo, que pueda
sostener a la humanidad después del shock de los hechos históricos de la
primera mitad del siglo, y que sienta la necesidad de asumir la
responsabilidad de proveer respuestas y no solo de dar preguntas
vanguardísticas.
La
experiencia deconstructivista puede leerse entonces como un recorrido
obligado de la historia del pensamiento después de la muerte de Dios, para
depurar y limpiar el pensamiento occidental de lo que lo ha conducido a los
horrores del siglo pasado. A eso sigue la exigencia reconstructiva en la
filosofía ligada, por lo tanto, al ocaso en el arte y en la literatura del
espíritu de la vanguardia.
¿Que
significa “reconstruir la deconstruccion”? Eso es lo que ocurre en los textos
de Jean Luc Nancy, como, por ejemplo, en La experiencia de la libertad y Un
pensamiento finito. Aquí, a nivel muy general, podemos afirmar que
“Reconstruccion” significa transformación del mismo papel del pensamiento y
de su relación con el ser. Asentar nuevamente el pensamiento occidental
después de la desmembración operada por el deconstruccionismo significa, ante
de todo, empezar otra vez de cero, es decir, “inventar” una nueva ontología,
como propone y hace Nancy en otro de sus textos fundamentales, Ser singular y
plural.
La
nueva ontología, la nueva relación entre ser y esencia instaurada por
aquélla, es decir, la muerte de la esencia, el descubrimiento de la ‘no –
esencia’, o de la esencia como existencia, llevará a cambiar los términos de
la relación de lo que hasta ahora ha estado flanqueado al lado de la una y de
la otra, y a apuntar la atención sobre la Relación en cuanto categoría ontológica.
Intentar mirar diferentemente la relación entre ser y esencia, que veremos
reducirse a la relación entre ser y existencia, comporta también una nueva
vision de la relación entre ser y cuerpo.
Nueva
ontología, nueva escritura. La necesidad y la dificultad de superar la
metafísica comporta notables dificultades lingüísticas. Delante de lo nuevo,
la lengua viene a menos: carencia de palabras para exprimir los nuevos
conceptos y necesidad de crear un nuevo léxico. Nancy intenta de dar una
conclusión a lo que empezó Heidegger y prosiguieron Derrida, Deleuze y Lacan:
intenta dar un nuevo lenguaje a la nueva ontología empezando por la critica
de la representación. Afirma Gianni Vattimo en su ensayo Derrida e
l’oltrepassamento de la
Metafisica : “ En asumir casi como descontado el papel del
pensamiento de superar la
Metafísica, Derrida comparte y refleja una actitud
difundida en la cultura, no solo francesa, de los años sesenta, ya
directamente o indirectamente inspirada en Heidegger. Como ya en el caso de
Heidegger , también en Derrida seria difícil individuar una específica razón
teórica para proponerse una tarea similar: así como es imposible que
Heiddegger quiera superar la metafísica en cuanto pensamiento que representa
falsamente el ser como ente y al cual entonces debemos sustituir una representación
más correcta (puesto que es en la misma idea de una representación correcta
en que reside el “error” de la metafísica), así seria desviante imaginar que
el programa deconstructivo derridariano, (...) se legitime como una búsqueda
de un pensamiento más fiel a las cosas como son, mas allá de la ‘cancelación
de la huella’ en la cual la metafísica consiste (...); el programa de superar
la metafísica tiene un origen necesariamente impuro”[iii].
Y
más aún: saltar fuera de la metafísica es imposible, radicalmente, porque
nosotros nos movemos siempre entre cuadros de experiencia del mundo
predispuestos por el lenguaje que hemos heredado, que “nos” habla y del cual
no podemos prescindir para ir míticamente a ‘las cosas en sí mismas’; pero ir
a las cosas en sí mismas no sólo es imposible; sino que no garantizaría
superar la metafísica, porque precisamente el sueño de encontrar el ser como
objeto presente delante de nosotros es lo que constituye la metafisica”.[iv]
La deconstrucción y la critica llegan a tocar lo in – exprimible. La odisea
deconstructivista lleva a la deriva. Pero ya Heidegger, que fue el primero en
repensar la ontología, es decir, en buscar una idea no metafísica del ser,
nos describía en la “Carta sobre el humanismo” (1946) la imposibilidad de proseguir
Ser y Tiempo a causa de la insuficiencia del lenguaje. Este esfuerzo, y
dificultad, de liberarse de la metafísica ha sido muchas veces definido como
crisis del pensamiento contemporáneo, que se manifiesta entonces como un
pensamiento impuro y oblicuo. En el momento en el que el pensamiento se
encuentra delante del escollo de la imposibilidad de superar la metafísica en
la cual se siente atrapado, reconoce su propia oblicuidad, ambigüedad,
incoherencia. Pero esta incoherencia no debe ser interpretada como un error,
porque en realidad es exactamente por medio de la experiencia de la propia
incoherencia que la filosofía hace experiencia del principio, del propio
origen. Escribe Derrida: “Es in historiam la caída del pensamiento en la
filosofía, por medio de la cual la historia empezó”[v].
La
dificultad en la cual el pensamiento contemporáneo tropieza no puede ser
interpretada como un hecho histórico contingente, porque de verdad tiene que
ver con su estructura originaria. Después del entierro de la metafísica
Derrida puede afirmar: “La divergencia, la diferencia, entre Dioniso y Apolo,
entre el impulso (it. slancio) y la estructura no se cancela en la historia,
porque ésa es la historia. Es esa también, en un sentido insólito, una
estructura originaria: la apertura, la historicidad misma”.[vi] Nace así el
discurso sobre la diferencia como estructura originaria del pensamiento,
según el cual el origen del pensamiento (y no del ser que es pensado), se
constituiría en la división de dos o más partes de algo precedentemente unido
(que no puede ser definido porque precede al pensamiento que lo define),
partes que son diferentes, y entonces diferidas. “La diferencia se
puede llamar estructura originaria. Aquélla, o sea, no es dada al ojo del
pensamiento como un simultaneo estar divididos en dos o más partes del ser
originario, sino como un diferirse solo en el cual, el origen se
constituye”.[vii] El origen es entonces diferencia y diferancia. El error de
la metafísica ha sido el de interpretar la relación entre estas partes
diferentes como una relación jerárquica y de pensar que, por medio de ésta
fuese posible una correcta representación de lo que hay en el corazón de las
cosas. La diferencia - diferancia está estrictamente ligada al discurso sobre
la escritura que refleja la estructura del pensamiento.
Las
partes han sido, en el curso de la historia de la filosofía, nombradas de
varias maneras: forma – contenido; categorías puras del intelecto –
intuiciones puras de la sensibilidad; mente – cuerpo; significado –
significante; (...) y también lenguaje hablado y escritura. La metafísica es
portadora de un “fono – logo – centrismo” por lo cual el lenguaje es ante de
todo palabra hablada, voz viva, caracterizada por una tal presencia de sí
misma, capaz de advertir el corazón de sí misma, mientras que la escritura
viene generalmente concebida como artificio, degradada al estatus de copia de
copia o medio para imitar una presencia que sin embargo no se deja nunca
coger verdaderamente: la escritura en cuanto técnica de reproducción de la
palabra hablada. Por consiguiente vemos cómo una de las primeras acciones de
ruptura con la metafísica fue el uso de la escritura como algo no sólo
funcional de la palabra hablada, y el rechazo del privilegio dado al
texto-libro como portador de sentido respecto a la frase singular. De allí la
importancia atribuida a un signo que se refiere a sí mismo, porque encuentra
en sí mismo todo a lo que remite sin mirar a un más allá trascendental.
Podemos afirmar que el cierre de la metafísica corresponde a la ilusión de la
cuerposidad del signo, o mejor dicho, que la voluntad de darle el tiro de
gracia lleva a considerar el signo como cuerpo, como algo lleno y jamás forma
vacía, apta para acoger un significado exterior.
La
crítica del lenguaje y de la escritura como “metáforas” por parte del
Decostructivismo conduce a una paradoja, ya que la escritura y el lenguaje
han nacido como metáforas. Aquí reside la dificultad del Decostructivismo y
de Nancy, que busca continuamente la forma y la palabra más apropiadas para
exprimir lo que de nuevo hay que empezar a decir o cuánto de lo viejo hay que
reorganizar. De aquí proviene su escritura ardua que parece tender a la
abstracción. En realidad la complejidad lingüística y argumentativa de sus
escritos se demuestra más aparente que real después del impacto inicial y
tiene el fin preciso, funcional a su voluntad de reconstrucción del “sentido”
del pensamiento contemporáneo, de bombardear al lector con palabras, hasta
deformar aquellas que ya tiene o hasta crear nuevas, para abrir un espacio
mental todavía mudo y virgen. El texto de Nancy va en busca de concreción, de
espesor, de materialidad, de sacudir (it. battere) contra de la pared muda de
las cosas, creando un órbita discursiva “vertiginosa”. La dificultad de la
lectura depende de lo que él quiere decirnos: por ejemplo, afirma junto con
Heidegger que “la esencia coincide con la existencia” pero este postulado
contribuye a cambiar el sentido de todo lo que hasta ahora se había pensado
bajo la luz de la metafísica, y empuja a inventar un lenguaje que pueda
hablar con este nuevo sentido. Por esto él vuelve sobre las grandes palabras
de la tradición metafísica, como ser, libertad o cuerpo, consciente, como
afirma Roberto Esposito en la introducción a La experiencia de la
libertad, que “el viejo régimen de sentido ahora ya acabado sigue proyectando
más allá de sí mismo propios rayos léxicos”[viii].
La
acción deconstructivista y reconstruccionista de Nancy se comprende bien por
medio de las nociones de “ritiro e ritracciamento” subrayadas por Roberto
Esposito en un fragmento a propósito de la vertiente política de su
filosofía, en el ensayo intitulado Libertà in comune, introducción a la
edición italiana de La experiencia de la libertad. Escribe Esposito: [estas nociones
debemos entenderlas en el sentido] “de un ritiro desde cualquier fundamento
trascendente o trascendental y en aquel de ritracciamento, de inscripción de
una nueva huella en el tradicional lenguaje político (...)”. Se presenta por
lo tanto “la necesidad de sortear el significado positivo de los términos en
favor de la búsqueda de ese fondo antinómico que aprieta a sus espaldas y
que, aunque abandonado a favor de una formulación mas unívoca, constituye
siempre la originaria fuente de sentido. Porque sólo reconociendo el
movimiento contradictorio que desde el principio los habita e interrumpiendo
la pretensión de identidad consigo mismos, es posible rescatar los términos
de la política de la aporía inconsciente que los empuja a volcarse en su
opuesto (...)”[ix].
Entonces,
esto es un ‘ritiro’ de términos para reinscribirlos; definición en negativo,
o sea, decir lo que algo no es, para dejar espacio libre a un significado
otro. Ejemplar de esta manera de proceder del razonamiento es el singular
análisis que Nancy emprende del papel de Kant en la filosofía occidental:
“Ahora ¿qué tiene que ver todo esto con Kant? Y bien, la tesis de Nancy ya
anticipada en un serie de trabajos precedentes, es que él ha sido el que más
que cualquier otro filosofo ha advertido y registrado en sus textos esta
tensión que desgarra los conceptos, exponiéndolos a una especie de
indecidibilidad, a partir de la cual estos se escurren continuamente – sobre
el plano del sentido – al significado que tiende a imponerle una definición dada
(...). De esta manera la
Darstellung kantiana se presenta como la huella misma de su
propio límite. Descartándose continuamente respecto del significado que
pretende vehicular, revela el carácter necesariamente finito de las propias
definiciones (...). Podríamos decir que el relieve de Kant en la
historia de la filosofía consiste precisamente en el hecho de que él lleva
cada concepto hasta el límite de su significación manifiesta, asomándolo
contemporáneamente sobre el enigma de un diferente sentido”[x]. Pensamos, por
ejemplo, en la definición de Imperativo Categórico que es paradójicamente
asumida como garante de la libertad: “la ley no prescribe a la libertad que
de ser tal – pura inicialidad [inicialità]”. El razonamiento de Kant se
extiende hasta llegar a contener su opuesto, hasta la máxima antinomia: “la
libertad es considerada como una especie particular de causalidad”[xi]
demostrable por medio de las leyes practicas de la razón pura. La libertad es
para Kant una necesidad.
Es
exactamente en el límite del razonamiento, por primera vez tocado por Kant,
que Nancy individua una zona franca, desde la cual es posible partir con un
pensamiento original y libre de cualquier determinación. Este espacio vacío
que se crea por medio de la exasperación del pensamiento, da la posibilidad
de un nuevo sentido, o mejor dicho, de múltiples sentidos, yacentes en la
relación y ya no más en los singulares términos que ésta une.
El
sentido del pensamiento contemporáneo es indagado en Un pensamiento finito en
el que Nancy muestra la finitud de un pensamiento que mira al propio interior
en lugar de a su exterior, intentando tocar su propio corazón y el corazón de
las cosas. Luisa Bonesio en el ensayo Un pensiero sublime, apéndice a la
edición italiana de Un pensiero finito, toma conciencia del hecho que “(...)
hay un presentarse que es inapropiable, o sea, no representable, no
registrable en un significado, en cuanto es un darse y al mismo tiempo un
sustraerse, un velarse. Hay un darse que es, en cuanto tal, asentarse; pero como
subraya Nancy, la constatación que hay algo y no la nada no quiere evocar un
pathos de la maravilla delante del Ser, sino remandar, más bien, a la
necesidad de esta constatación (...). Tocar el corazón de piedra de las cosas
es el papel del pensamiento, y el tocar su propio limite, la propia finitud y
la finitud de la cosa en cuanto esencial multiplicidad, “reserva extrema” del
sentido o del ser”[xii].
Derrida,
definió Nancy, el más grande filosofo del contacto y del tocar: para tocar el
corazón duro de las cosas, para no reabsorberlas en la atribución de
significados, para no inscribirlas en un paradigma proyectivo, es necesario
que el enunciado vaya a e – escribirse ( e- scriversi) en aquéllas. Entra en
juego la figura de la e – escriccion (it. e – scrizione), nueva escritura. Un
pensamiento finito no puede que e – escribirse: escribirse fuera. El
pensamiento se excede a sí mismo y pesa (it. grava) fuera de sí mismo en la
tentativa de coger la cosa impenetrable. “La finitud del pensamiento
determina su pesadez, su peso. El peso ante todo: el peso es la finitud
misma, el peso de la cosa en cuanto excede al pensamiento, pesa (it. grava) a
su exterior”[xiii]. La impenetrabilidad de la cosa es lo que pesa (it. grava)
sobre la razón y la llama a ser tal. Entonces la figura del peso del
pensamiento es importante, y es simétrica a la del corazón de las cosas y de
su latido silencioso e inmóvil.
La
piedra dura e opaca es otra importante figura recurrente del discurso de
Nancy sobre el pensamiento contemporáneo, e indica cuánto hay de más lejano
del reino del significado y del espíritu”[xiv]: el corazón de las cosas es un
corazón duro y pesante contra el cual el pensamiento se quiebra reconociendo
su propio límite, y por eso el pensamiento – lenguaje no debe inscribir las
cosas en un significado, sino e – escribirse sobre las cosas mismas,
intentando coger lo que hay de lejano en éstas, y obteniendo así un contacto
más intimo.
Se
trata de un movimiento único y paradójico, por medio del cual el pensamiento
da más espacio al cuerpo de las cosas, experimenta la propia finitud, y por
esto deviene en un pensamiento sublime, si se abraza la definición kantiana
de sublime como aquel sentimiento que nace en el momento en el cual la
imaginación advierte el propio límite delante de la totalidad sublime.
Pensamiento sublime porque “(...) reconoce en el inmóvil, pesado y mudo
latido del corazón de piedra de las cosas, el contexto de su ocurrir, su
afuera ineludible, el limite intraducible en el cual la representación
encuentra su final”[xv].
Corpus
A
este punto tendría que quedar clara la conexión entre el discurso sobre la
escritura y la diferencia, y Corpus[xvi], publicado en Francia por la primera
vez en 1992, en cuyas cien páginas esta concentrada, de forma hipertextual,
toda la filosofía del cuerpo de Jean Luc Nancy. En este libro el autor prueba
anular lo más posible la distancia entre la escritura y su sujeto, intentando
al mismo tiempo acuñar nuevas palabras para una nueva ontología: ontología
corpórea. Ya el titulo indica contemporáneamente el argumento de que trata,
el cuerpo, y la forma con la cual es contado, un corpus: recolección y elenco
de las manifestaciones del cuerpo, que sustrae su imagen y su discurso a la
organización orgánica de la cual ha sido objeto desde siempre –
constituyéndose así al mismo tiempo como crítica literaria. Como dice
Antonella Moscati, esta manera de hacer hablar al cuerpo lo sustrae del
horizonte bio – teleológico del organismo para entregarlo al horizonte del
acontecimiento.
¿Que
significa todo esto? Significa dejar de pensar un cuerpo organizado sobre la
base de una finalidad separada, a favor de un cuerpo post – orgánico o in –
orgánico (en palabras de Mario Perniola[xvii]), materia homogénea o cosa, ya
no medio material que el ser humano posee para dirigirse a un fin
trascendente, sino que ocurre como evento determinado en sí mismo. El cuerpo
es el pensamiento finito. Aquí se inserta la frase perno de la filosofía del
cuerpo de Nancy:
“no tenemos un cuerpo, sino que
somos un cuerpo”.
O
sea, no lo poseemos: lo somos, “lo existimos”, lo vivimos. Ser cuerpo. Se
trata de un problema ontológico: cuerpo es sinónimo de existencia, y si el
ser es esencia y la esencia es existencia, entonces el cuerpo es el ser. Aquí
tenemos una nueva ontología, con la cual Nancy contradice el Cogito ergo sun cartesiano: el ser - esencia, está
dentro, fuera, arriba y abajo, en todos lados, hic et nunc. Ver de manera
diferente la relación entre ser, esencia y existencia comporta una nueva
vision de la relación entre ser y cuerpo, y entonces del cuerpo humano, sea
como ente que constituye el mundo junto con los demás entes, sea en cuanto
carne, vida, existencia humana.
Desde
el principio se advierte que Corpus gravita alrededor del discurso de
Derrida sobre la
Diferencia: la diferencia entre el pensamiento y el cuerpo,
entre la forma y el contenido, es una diferencia originaria que, en la
imposibilidad de absorbimiento de una parte en la otra, establece la
necesidad de una mediación por medio del lenguaje.
Corpus expone un concepto de cuerpo que se contrapone a
aquello de cuerpo receptáculo del alma – asumido por nuestra cultura desde
Sócrates en adelante – metáfora de la construcción orgánica del texto, porque
el autor con este libro no quiere escribir del o sobre el cuerpo, sino quiere e – escribir el cuerpo, devolverle justicia
por una vez por medio de la escritura y exponer su esencia, esa de ser lugar de existencia, del cual el pensamiento forma
parte. E – escribir el cuerpo significa tocarlo con el pensamiento y respetarlo,
para hacer de manera que se incida, se esculpa y se hable en el texto.
Estamos delante de un verdadero experimento de escritura, en la promesa de
simultaneidad de forma y contenido, que hace del discurso del cuerpo un
relato paradójico, con el objeto de no constreñirlo en una definición unívoca
y absoluta. : “Hay, en conclusión, casi una promesa de callar. Y no tanto de callar
a propósito del cuerpo, sino más bien de callar al cuerpo, sustrayéndolo
materialmente a las improntas significantes, aquí, directamente, en la pagina
escrita y leída”.[xviii] Es
una tentativa de comunicar el cuerpo sin significarlo, de plasmar el texto
siguiendo las formas de la materia, de la carne, con la conciencia que es un
propósito fracasado desde el principio, porque nosotros conocemos sólo
cuerpos significantes, y nunca cuerpos significado.
La e – escricion como escritura apropiada del
cuerpo se posiciona sobre el límite que separa el pensamiento desde
el cuerpo, del cual el leguaje toca su indecible alteridad. Más que en la
escritura, en su límite, en su punto extremo, en la extremidad de la
escritura. “La escritura
tiene su lugar en el limite (...). A la escritura le
corresponde sólo tocar al cuerpo con lo incorpóreo del sentido y de
convertir, entonces, lo
incorpóreo en tocante y el sentido en un toque (...). La escritura llega a los
cuerpos según el límite absoluto que separa el sentido de ella, de la piel y
los nervios de ellos. Nada pasa, y es exactamente allí que se toca”[xix]. La e-escrición al límite es el
espacio en el cual el físico toca el metafísico: la estética y la literatura.
La
e – escrición del cuerpo se pone en el límite porque esta es aquella zona
neutra en la cual lo conocido desemboca en lo otro respecto de sí, y en el
cual entonces se abre un abanico de prospectivas y la posibilidad de un nuevo
sentido. La línea de separación es el único lugar desde el cual el lenguaje
toca lo indescriptible, y desde el cual el pensamiento puede, fugazmente,
tocar el cuerpo, dejándolo en lo que es, dejándolo alteridad, sin forzarlo a
un concepto claro y distinto. El límite deviene en el único sentido que
puede tener el pensamiento contemporáneo, que se hace portador de un sentido
finito.
La
e – escricion conduce a un discurso a
– céfalo y a – falico : “ Platón quiere que un
discurso tenga el cuerpo bien formado de un gran animal, con cabeza, vientre
y cola. Para nosotros el discurso sin cabo ni cola es un sinsentido; siempre
nos dirigimos al sentido y más allá de eso somos obligados a ceder. El cuerpo
allí donde se cede mas allá del sentido, y esto no es “sin sentido” en cuanto
absurdo, pero indica que se trata de un sentido que ninguna figura del
sentido conocida puede acercársele. Sentido que tiene sentido allí donde para
el sentido está el limite. El discurso cuerpo no tiene ni cabo ni cola,
porque nada hace de soporte a esta materia, (...) necesita otras categorías
de fuerza y de pensamiento (...)”[xx].
La
idea de cuerpo que surge es esa de lugar
de abertura del ser, lugar de existencia. El lugar es un espacio abierto,
indefinido, a – céfalo y a – falico, a – estructural, que recibe la propia
estructura por el pensamiento que cada vez lo piensa. La característica de un
cuerpo es el de ser una exterioridad no pensable en sí misma, ni pensante,
una alteridad que pesa fuera del pensamiento y que lo fuerza a calibrar
alrededor de sí misma el propio movimiento, porque más allá de él no hay
nada. Así como la piel que nos recubre es el umbral en el cual sucede nuestra
exposición al exterior, sobre el cual se conectan y se cruzan las diferentes
“estesias”, por medio de las cuales nos tocamos y entramos en contacto. El
cuerpo es el ser aquí y ahora, es la exposición[xxi] de
la existencia, la superficie. Cada
zona del cuerpo tiene en sí misma el valor de lugar de exposición del ser,
sin algún telos extrínseco. El cuerpo es la exposición finita de la existencia que en
eso se vuelve evidencia. Si para Descartes la verdad del
pensamiento es la única clara y distinta, para Nancy la única verdad es la
evidencia sensible aquí y ahora de este cuerpo, de esta materia, sin
jerarquías, en cada uno de sus lugares.
El
conocimiento del, y por medio del, cuerpo nunca es total y absoluto, sino
modal y fragmentado, y la forma del discurso que mejor lleva tal saber es la
de un Corpus,
justamente, una cartografía, una elenco de las zonas del cuerpo que ofrece un
conjunto de acercamientos ecuos, mostrando todo lo que puede ser para nuestra
exploración sin programa ni prejuicio. Lo que importa en Corpus no es el todo orgánico, sino las
partes sueltas y sus posibles, en cuanto múltiples, relaciones.Fragmentación,
suspensión e interrupción, devienen
en importantes características de dicho texto, porque cada parte tiene el
mismo valor, y es un lugar de venida a la presencia del cuerpo, y por
consecuencia del ser. El
proceso, el recorrido, la relación, más
que el resultado final, son puestos en primer plano: la estructura
hipertexual de Corpus, manual de ontología corpórea,
nace con la conciencia de que no existe una verdad soberana, infinita y
eterna, para comunicar, sino una verdad como evidencia contingente en cada
aquí y cada ahora, así como con la voluntad de dar al propio lector la justa
libertad de elegir una personal ruta de sentido.
Breve bibliografía seleccionada
Corpus. Ed. Cronopio, Napoli, 1995 y 2001
Tre saggi sull’immagine. Ed. Cronopio, Napoli, 2002
Il “c’ è” del rapporto sessuale. Ed. SE, Milano,2002
L’intruso. Ed. Cronopio, Napoli,2000
Essere singolare plurale. Ed. Einaudi, Torino, 2000
La comunità inoperosa. Ed.Cronopio, Napoli,1992 y 2002
Un pensiero finito. Ed. Marcos y marcos, Milano, 1992
L’esperienza della libertà. Ed. Einaudi, Torino,2000
Jean Luc Nancy, La creazione
del mondo o la mondializzazione.
Ed. Einaudi, Torino, 2002
Il ritratto e il suo sguardo. Ed. Raffaello Cortina, Milano, 2002
All’ascolto, Ed. Raffaello Cortina, Milano, 2004
La pelle delle immagini. Ed. Bollati Boringhieri,Torino, 2003
Il ventriloquo. Il sofista e il filosofo. Ed. Besa, 2003
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