Texto gentilmente enviado por su autora, la psicoanalista Cecilia Castelluccio.
Partiré de una indicación que Lacan da
en “Función y Campo”, allí nos previene: “Mejor que renuncie quien no pueda
unir a su horizonte la subjetividad de su época”. Pues bien, de eso en
relación al tema de la transferencia (que es la temática que nos convoca) me
propongo conversar con ustedes hoy.
El trabajar en un hospital general de
agudos, y en un servicio de toxicología pone mi práctica como analista en
contacto con lo que Lacan denomina “la subjetividad de nuestra época”. Como
sabrán, varios autores, Bauman entre ellos, ubica al consumo (de sustancias,
pero también de cualquier otro tipo de objetos, incluso personas) como el rasgo
patognómonico de la época posmoderna, o sea, la actual. El consumo oficia de
tapón, desconociendo o velando la causa de la división subjetiva. El análisis
de Bauman (que no es psicoanalista, sino sociólogo), coincide con la lectura
que varios analistas hacen, siguiendo la propuesta lanzada por Lacan hace más
de 40 años. En la proposición del 9 de octubre (un texto institucional),
hablando de los campos de concentración (como expresión de lo real), dice: “lo
que vimos emerger, para nuestro horror, representa la reacción de precursores
en relación a lo que se irá desarrollando como consecuencia del reordenamiento
de las agrupaciones sociales por la ciencia y, principalmente, de la
universalización que introduce en ellas. Nuestro porvenir de mercados comunes
será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de
segregación”.
Entonces, nuevamente: no podemos
desconocer la subjetividad de nuestra época, que estará en consonancia con el
Otro de la época, el cual claramente difiere del que marcó el invento freudiano
e incluso, también, aquel de la época de Lacan (connotado por ideales como los
del mayo del 68’ ).
La nuestra es una época caracterizada por la influencia de la ciencia y la
técnica, donde los gadgets están a la orden del día. Estas características de
la subjetividad de nuestros días es un dato insoslayable para pensar la
transferencia.
Los rasgos de la subjetividad actual
atentan contra la instauración de un análisis y ponen en evidencia aquello
sobre lo que nos alertaba Freud en 1914. Esto es: “las únicas dificultades
realmente serias son aquellas con las que se tropieza en el manejo de la
transferencia”[1].
Este texto se encuentra incluido dentro de los “Nuevos consejos sobre la
técnica del psicoanálisis”.
Por lo que venimos considerando, el
tóxicomano resulta un paradigma de la subjetividad actual. Cómo poder pensar la
transferencia?, ¿cómo considerar un análisis, en esos casos cuya consulta no
está orientada a querer saber sobre la causa del sufrimiento, mediante la
maniobra que implicaría dirigirse a un Otro cuyo saber es preciso suponer?
Las presentaciones de los pacientes
toxicómanos suelen encontrarse comandadas por cierta ruptura del equilibrio
homeostático que su objeto droga le reportaba.
Ahora, la pregunta que es preciso
hacerse es si ese “desequilibrio”, en términos freudianos “la ruptura del
matrimonio feliz con la botella”, resulta causa suficiente para iniciar un
análisis.
La posición del tóxicomano coincide
con la del cínico. Me refiero con el término “cínico” no al uso que le damos en
la actualidad, sino en relación a la posición sustentada por una de las
escuelas de la antigua Grecia. De la cual, Diógenes era uno de sus exponentes
mas destacados. La característica más significativa de esa escuela era rechazar
el lazo al Otro. En el caso de Diógenes ese Otro amo estaba representado, en
aquel entonces, por Alejandro Magno. El toxicómano, en su costado cínico es
aquel que no busca un saber, mas allá del que le reporta su propio goce. Esta
posición subjetiva, como dijimos, implica un rechazo al Otro. Por lo tanto se trata
de un goce autista.
Podríamos enunciar este problema
clínico, en los siguientes términos: ¿cómo lograr el pasaje de una posición
cínica a la de un creyente del inconsciente?. La respuesta está en el manejo de
la transferencia. Si un análisis empieza, será propiciado por la transferencia.
Me parece importante, para pensar
estos casos, la pregunta que se hace Colette Soler. En un texto llamado
“Transferencia y angustia”, ella se pregunta si será posible analizar a alguien
a quien el analista no pueda angustiar. Ello en el sentido de maniobrar con la
división subjetiva y la emergencia del objeto. En el tóxicomano la droga opera
como obturador de la división. Podemos considerar que a la forclusión del
sujeto que opera la ciencia, tan vigente hoy, la droga aporta su granito de
arena. La droga permite “explicar” todo, anulando la responsabilidad subjetiva
y cualquier indicio de deseo, y por tanto de división en juego.
Decíamos que
si un análisis comienza es por la transferencia. Sin embargo podemos establecer
que se trata de una condición necesaria, pero no suficiente. La transferencia es un
fenómeno vinculado al deseo, y tal como propone Lacan esto no se inicia con
Freud, el trabajo del seminario 8 acerca del Banquete de Platón lo prueba. En
cuanto hay suposición de saber a un sujeto (S.S.S) existe transferencia.
A pesar de que los
pacientes establecen transferencias con el médico, eso no lo convierte en un
análisis. De hecho este problema es el que interroga Lacan a la altura del
Seminario 10 y concluye que esa es la definición del acting out, o sea, una
transferencia sin análisis. Los pacientes consumidores de sustancias suelen ser
proclives a las tramitaciones de su malestar vía las modalidades degradadas del
acto como son el acting y el pasaje al acto.
La pregunta es cómo
maniobrar con ese saber, que conviene no olvidar, es supuesto. Ahí
está lo específico de la transferencia analítica. Cuando esto se olvida, y se
ocupa el lugar del amo las consecuencias no se hacen esperar, desaparece la
separación entre los dos pisos del grafo y el acting out y el pasaje al acto
hacen su aparición.
En el Seminario 11 (en la
clase titulada “la presencia del analista”) Lacan, nos proporciona una
definición para pensar la transferencia que resulta muy operativa en la clínica.
El dice: “Este concepto está determinado por la función que tiene en una
praxis. Este concepto rige la manera de tratar a los pacientes. A la inversa,
la manera de tratarlos rige al concepto”.
Tal como decíamos, los médicos también
tratan pacientes, pero algo del modo de este tratamiento, será diferencial en
el caso de un analista. Lacan dirá que la ‘praxis’ es “la posibilidad de
tratar lo real mediante lo simbólico”. Entonces el abordaje del
sufrimiento, del malestar subjetivo (de lo real) mediante lo simbólico hace a
la práctica analítica. Ello siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones,
puesto que sino, nuevamente, esto no resultaría especifico de la transferencia
psicoanalítica.
Tengamos presente que tanto la magia
(los curanderos y chamanes) como la religión por otra parte, son modalidades de
operar sobre el sufrimiento a través de la palabra. En este sentido la oferta
actual es múltiple y variada: curas sanadores con imposición de manos, y
versiones más mediáticas tales como las de los pastores brasileros con su
“manto de la descarga” que realizan modernos exorcismos (a histéricas y
psicóticos) por televisión a la medianoche.
Entonces, ¿qué es lo que establece la
especificidad de la transferencia analítica?, (tal vez parezca una simpleza),
la respuesta es: el analista. El acto analítico, sostenido en el deseo del
analista es lo que tornará a ese lazo (analizante-analista) como singular y por
tanto especifico. Esto situará la diferencia con la transferencia al médico.
La transferencia para Lacan no debe confundirse con un simple
medio, por el contrario, ella es la puesta en acto del inconsciente. Y al
inconsciente no lo podemos concebir sino es considerando e incluyendo en su
definición al analista. Para Lacan “La transferencia es un fenómeno que
incluye juntos al sujeto y al psicoanalista[2]”.
Esto es lo que permite afirmar que el estatuto del inconsciente es ético y no
ontológico.
Para que se trate de un análisis, la
intervención no deberá ser hecha desde el lugar del I(A), tal como podemos
considerar que opera el chamán, el sacerdote y el médico.
La actual es una época que supone la caída de ideales y
de semblantes. Lo que se presenta en las consultas de pacientes consumidores de
sustancias, es el obstáculo para instaurar un tratamiento, por la dificultad de
postular un saber supuesto. Entiendo que esto resulta la contra cara del poder
desmedido que se le otorga al fármaco. La demanda de los pacientes suele ser
unánime: “necesito una pastilla” que según el caso será para: la abstinencia,
para dormir, para levantarse etc, etc.
Se trata de un efecto nuevo y del cual
deberemos comenzar a estudiar las consecuencias que supone esta certeza
absoluta depositada en el fármaco (ya ni siquiera en el médico que lo
prescribe) en una relación inversamente proporcional al descrédito a la palabra
y con ello a la posibilidad de instaurar un saber supuesto. Esta certeza
depositada en el químico, sea en su faceta de fármaco prescripto,-de remedio- o
bien de droga ilegal (facetas claramente delimitadas en lo que se desprende
como “farmakón” del Fedro de Platón) es lo que anula la relación, que por no
ser sexual es epistémica, del sujeto con el saber en tanto inconsciente.
Tal como postulábamos inicialmente,
estudiar las consecuencias que se desprenden de este posicionamiento subjetivo,
es lo que nos permitirá unir a nuestro horizonte, (esto es: la cura analítica
que es bajo transferencia), la subjetividad de nuestra época, a fin de evitar
la renuncias o la claudicación de nuestra ética.
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