Puntillas blancas
Una máscara blanquecina y rugosa, como óleo seco en un lienzo de boca exagerada y nariz demasiado saliente, burla puntiaguda de tus fantasías de muerto.
La hiciste así, brutalmente parecida a vos, así de trágica, así de arrugada, idiotamente distinta a todo. Así de intensa como tus pasiones desencajadas. La máscara a destiempo, tan vulgar a simple vista y tan extensa de vueltas y revueltas, tan circular en su propio círculo sin cierre pero inaccesible. Así de desdichada, así de atractiva.
La hiciste así, igual a vos, extraña encubridora de lo que en verdad te late en los miedos de la lengua y el paladar y los labios y el lunar sobre el ojo derecho.
La hiciste así, y a trasluz parece mirarme fijo e intentar decirme algo, un mensaje mudo en el agujero de la boca sonriente y estirada. Un código indestructible y lejanísimo a través de los ojos oscuros de su vacío.
Me pide auxilio, como si llamara y me gritara en las grietas de su piel pidiéndome ojos de verdad y una voz, para terminar en su silencio de papel crepé.
La máscara que hiciste con tus manos aunque ya no sean tuyas, la que está ahí, sobre la pared y observando todo sin inmutar el blanco del cuarto.
La que ahora tengo entre mis manos y llevo despacio, mientras salgo de la casa con pasos ciegos, la que atraviesa el aire de la madrugada como una reina del otoño sin trono ni corte ni doncellas, pero con la sangre real de su blanco sucio en las curvas del mentón y la frente. Y yo, su único servidor sirviente servil de los días de su alteza.
Y cuando llego aquí la pongo donde debió haberse quedado, tan fría. Sin quererlo te vuelvo a mirar y casi me olvido de que sos mi hermano y te la doy, te la regalo, te la devuelvo, la burla puntiaguda de tus fantasías de muerto.
Y te la dejo así, tan tontamente parecida a vos y distinta a mí, tan perfecta y extraña sobre tu rostro, frío y blanquísimo, que desaparece entre las puntillas blancas del cajón.
Carolina Bugnone 1990.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios por aquí: