Lic. Adrián Ercoli
(IDIHCS –Agencia)
A partir de la lectura del libro "El genocidio como práctica social" de D. Feierstein, me interesó indagar el modo en que el autor da cuenta de los problemas filosóficos implicados en su propuesta, cuestión que aborda explícitamente. Al respecto me llamó la atención el modo en que se posiciona en el debate sobre la representación del pasado cuando incluye a Hayden White como parte de la estrategia para evitar las implicaciones del debate acera de la representación histórica del Holocausto, permitiéndole también una salida "legitimadora" para tratar al genocidio como práctica social. Escribo entre comillas legitimadora, pues aunque la cita de White no es el eje de su fundamento con relación al debate sobre el pasado, creo no obstante, es muy significativa dicha referencia. Apreciamos que Feierstein retoma la idea de la pluralidad de relatos –presente en los planteos narrativistas de la perspectiva de Hayden White- a fin de enfrentar la representación del pasado desde una opción opuesta principalmente a aquellas que postularon el silencio. Así, la pluralidad de relatos constituye un modo propicio para avanzar sobre una relación con el pasado sin pretender clausurar desde un reduccionismo “explicativo” la complejidad de los genocidios a vínculos causales directos. En este sentido el autor apunta a ciertas discurisvidades y efectos simbólicos como las generadoras de la idea de una objetividad sobre el fenómeno del genocidio que suele dejar separados por un lado, la reconstrucción individual de los hechos (testigo, testimonio), y por otro lado la reconstrucción macro o estructural de los mismos. De algún modo la propuesta de Feierstein con relación a los aspectos filosóficos del abordaje del genocidio se estructura con la pretensión de escapar a la interpretación del acontecimiento límite, sobre todo, en términos la sacralización ante el horror
En este marco me interesa plantear la siguiente hipótesis: la postulación del genocidio como práctica social no logra establecer una posición clara respecto del horror como cualidad esencial que hace de este tipo de acontecimiento el ser denominado único. Esto obedece a que en la búsqueda de evitar la sacralización del horror, éste (es decir, el horror) se desplaza subrepticiamente hacia la dinámica social que lo engendra, siendo ello más bien una variación de los modos en que se piensa la relación entre el saber y lo político que un modo, si se me permite la expresión, de conjurarlo.
A continuación presentaremos primero dos enfoques opuestos acerca del genocidio con el propósito sirvan de antecedentes para comprender desde dónde nos interesa pensar la propuesta del sociólogo Daniel Feierstein. Luego presentaremos el modo en que fundamenta y sostiene la propuesta de interpretar el genocidio como una práctica social. Finalmente concluiremos haciendo una consideración al modo en que dicha fundamentación no logra evitar la cualificación del genocidio como acontecimiento límite.
Antecedentes de la concepción del genocidio como práctica social
Antes de presentar el modo en que Feierstein expone su posición acerca del genocidio me gustaría brevemente ubicar contextualmente, en la medida de lo posible, algunos antecedentes relevantes para el tema que sirvan no sólo para comprender la exposición sobre el autor sin también el sentido de las consideraciones al finalizar el trabajo.
Uno de los autores que cita Feierstein en su trabajo como un pensador vinculado a la sacralización del genocidio es George Steiner, haciendo principalmente hincapié en su obra “Lenguaje y silencio”. La visión que podemos referenciar con George Steiner , es la del silencio como opción cuando el lenguaje no puede expresar la barbarie, cuando el lenguaje se encuentra con el fracaso de comunicar y representar el sentido de su época. Esto lo podemos apreciar en la siguiente cita: “Es preferible que el poeta se corte la lengua a que ensalce lo inhumano, ya sea por medio de su apoyo o por medio de su incuria. Si el régimen totalitario es tan eficaz que cancela toda posibilidad de denuncia, de sátira, entonces que calle el poeta (y que los eruditos dejen de editar a los clásicos a unos kilómetros de de los campos de concentración) Debido precisamente a que es el sello de su humanidad, al que es lo que hace de hombre un ser, un ser ávidamente inquieto, la palabra no debe tener vida natural, no debe tener un santuario neutral en los lugares y en el tiempo de de la bestialidad. El silencio es una alternativa.” Frente a esta perspectiva, encontramos una figura que Feierstein retoma para construir su alternativa al silencio, antecedente tanto sociológico como político, en cuanto al tratamiento del genocidio. Me refiero a Zygmunt Bauman, quien publicaba a fines de los años ochenta “Modernidad y Holocausto” con el propósito de indagar en un aspecto insoslayable a su entender en la comprensión del holocausto. El aspecto crucial no es otro que el que se menciona en el mismo título de la obra: le relación entre la modernidad y el holocausto. Bauman plantea que esta relación entre modernidad y holocausto es un binomio que no debiera perderse de vista. No se trata allí de la reducción de la modernidad de occidente como un equivalente del holocausto sino como la condición de posibilidad del mismo. Reponiendo planteos que otrora marcaran los representantes de la escuela de Frankfurt acerca de la condición moderna del genocidio, Bauman presenta un análisis sociológico que pretende hacer justicia frente al atraso de las ciencias sociales en el campo de estudio de los genocidios del siglo XX. Abarcando las preguntas de la filosofía y la práctica historiográfica acentúa la idea de preguntarse por el pasado más allá de la preocupación académica de entender y explicar los fenómenos sociales, más allá de ver en el genocidio nazi particularmente un acontecimiento más en el devenir de la historia. Esta obra resume en algunos pasajes los problemas más relevantes del estudio del pasado reciente en lo referido a por qué ocuparse de él. Dejando de lado la justificación que Bauman da de la relación modernidad y genocidio, es claro que su obra es un antecedente a considerar si pensamos en un posible recorrido del cambio de posición en el estudio del tema por parte de las ciencias sociales. En línea también con análisis de lo que ya había planteado Hannah Arendt en su libro “Eichman en Jerusalén”, la explicación de Bauman apunta a establecer los modos en que el nazismo logró llevar adelante el genocidio. Sucintamente, y adentrándonos en lo que nos interesa a los fines propuestos, Bauman acude a la razón instrumental, la técnica y la burocracia como los modos más determinantes y específicos del desarrollo del nazismo. Desde esta lectura el autor nos advierte que uno de las consecuencias que tienen estos tres aspectos de origen estrictamente moderno es la de deshumanizar el vínculo de los individuos con los objetos, generando una relación de distanciamiento que posibilita un compromiso técnico con la producción en detrimento de toda responsabilidad moral en la misma ejecución. Resulta así que el trato burocrático, racional instrumental y técnico convertiría a los individuos en meros operadores especializados, formando parte del eslabón de la gran cadena “productiva”, cuestión que daría por resultado la despersonalización de los judíos, gitanos, homosexuales y todo grupo social al ser considerados “técnicamente” como variables de la producción, y pasibles de toda aflicción en pos de la mejora de la sociedad nazi. Pero no nos ocuparemos aquí del planteo de Bauman, tan sólo nos interesa resaltar el antecedente que supone su interpretación en línea con las perspectivas que intentan desplazar el enfoque sacralizante del genocidio. Seguramente encontraremos otros aspectos de la posición de Bauman al momento de discriminar qué elementos han de ser tenidos en cuenta desde una perspectiva que pretenda recuperar el análisis sociológico para este tipo de fenómenos sociales. Pero sirva esto, espero como antecedente sociológico de la perspectiva de Feierstein. Sin embargo como veremos posteriormente, el problema de abordar el carácter único del genocidio está presente en el enfoque de Feierstein. En este sentido no puede evitar un posicionamiento, aunque sea indirecto, sobre el debate de la representación histórica.
Podemos pensar una breve contextualización de esto a partir de unos pasajes del artículo publicado en el año 2007 por María Inés Mudrovcic, el cual lleva por título “El debate en torno a la representación de acontecimientos límite del pasado reciente: alcances del testimonio como fuente” donde se hace una referencia explícita a las etapas del problema de la representación histórica. Allí podemos leer “Gran parte de los debates de los últimos años ha girado en torno a los límites de la representación histórica de acontecimientos extremos del pasado reciente. Sin embargo, el tema de la representación histórica no es nuevo en el ámbito de la teoría y la filosofía de la historia. En este contexto quiero distinguir dos etapas en la discusión. La primera de ellas comprende el periodo abarcado desde la aparición de Metahistory
(White 1973) hasta principios de los años 1990 (el verano europeo de1986, en el que comienza el Historikerstreit o debate de los historiadores ocurrido en Alemania). La segunda etapa se extiende desde esa fecha hasta la actualidad.” La cita en principio obedece aquí a una necesidad de sintetizar un problema que nos atañe directamente en el presente trabajo, pero también a al uso que podemos darle a dicha diferenciación de los momentos de este debate. Puntualmente me refiero a que los acontecimientos límite en la medida que forman parte del debate, han sido el disparador para repensar la cuestión del sentido del genocidio, y que mientras, por un lado, en la primera etapa se puede ver una discusión de tipo más formal y metodológica frente a la “construcción” del pasado reciente ligada a las tensiones propias del giro lingüístico en las ciencias sociales, por el otro, se advierte en el segundo momento, la preocupación por la capacidad epistemológica de la historiografía para contar el holocausto, sin traicionar el carácter de horror que las víctimas sobrevivientes testimonian, y que exigen como mínimo pensar en esta radicalidad. Es así que el problema ya no es sólo cómo representar, sino además que esa representación debe dar cuenta de una forma de comprensión del pasado específica, que enseñe cómo evitar o repetir el horror
El horror del genocidio, una estrategia para no quedar mudos
En Tiempo y Relato, Paul Ricoeur proponía hacer fructíferas las aporías, y es así como plantea una interpretación de la pregunta agustiniana por el tiempo. Dicha sugerencia filosófica la tomo para pensar en la problemática que presento. Quizás tratando de parafrasear a Agustín de Hipona, diría que tengo interiormente la convicción de que el genocidio es una de las expresiones del horror más terrible, y sin embargo al momento de explicar esta convicción íntima me quedo sin palabras para definirla con precisión. Creo que algo de ello es lo que está puesto en juego cuando se intenta salir de la figura del genocidio como un acontecimiento irrepetible, al punto de negar todo pensamiento por insuficiente. Sin embargo frente a ello se han suscitado numerosos esfuerzos de comprensión, entre ellos el enfoque sociológico que ahora abordaré. Daniel Feierstein propone en su libro “El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina” afirma al comenzar la introducción: “El trabajo que aquí se plantea se propone dos objetivos simultáneos. En su intención estratégica, se busca comprender al aniquilamiento de colectivos humanos como un modo específico de destrucción y reorganización de relaciones sociales. Es decir, observar estos procesos de aniquilamiento no como una excepcionalidad en la historia contemporánea, sino como una tecnología de poder peculiar, con causas, efectos y consecuencias específicos, que pueden intentar ser rastreados y analizados.
En su intención histórica y narrativa, lo que se propone es la posibilidad de ilustrar esta afirmación a partir del análisis de dos procesos de aniquilamiento: el desarrollo por el nazismo entre 1933 y 1945, que tuvo a su vez varias modalidades, objetivos y momentos diferenciados, y el desarrollado en la República Argentina entre 1974 y 1983.” Así nos encontramos con el desafío del autor en su distinción entre la intención que orienta el trabajo y la estrategia para lograrlo. Pareciera ser que esta separación de objetivos se traza con la idea de implementar un método derivado del análisis de Hayden White en Metahistoria. Así, pone de manifiesto la estrategia que coadyuvara a la concreción del objetivo político del libro, es decir, a su intención histórica y narrativa. Con ello busca tanto afrontar la dimensión política del genocidio como objeto de estudio de las ciencias sociales, como expresar esto de modo tal que no quede encerrado en una dimensión estrictamente subjetiva. A lo cual agregaría que el reconocimiento de la condición política del genocidio implica de algún modo de por sí quitar el aura y llevarlo a un plano común, comunitario. En lo que sigue me interesa presentar cómo construye Feierstein el recorrido que va del concepto de genocidio a la tecnología de poder o dispositivo, partiendo desde la dimensión jurídica a la histórica y luego a un enfoque de las ciencias sociales.
Sostiene Feierstein cuando analiza el concepto de genocidio: “Hay consenso entre los historiadores acerca de que el término genocidio surge como un neologismo creado por el jurista Raphael Lemkin. … y luego agrega… Mattias Bjornlund, Erick Markusen y Mattias Menecke definen al genocidio como un concepto problemático, al rastrear los desacuerdos producidos en el interior de la propia Convención para la Prevención y la Sanción del delito de Genocidio, las permanentes discusiones entre los historiadores y sociólogos y la complejidad de las discusiones desarrolladas por los tribunales penales internacionales que juzgan los hechos de Ruanda y la ex Yugoslavia.” Lo relevante de este pasaje para el trabajo presente es la imposibilidad de unificar un criterio para determinar qué entender por genocidio, lo cual hará que Feierstein opte por la necesidad de distinguir los modos de su posible estudio y aplicación. Es así que afirma que: “Desde el punto de vista jurídico, la propuesta de dirigir la definición hacia el nudo esencial del aniquilamiento sistemático de un grupo de población como tal es la mejor solución para resolver las contradicciones y garantizar la igualdad ante la ley de los diversos victimizados.
Sin embargo desde una mirada histórica sociológica esta solución parece reducir el fenómeno a la perspectiva que entiende al genocidio como una práctica antigua que recién ahora cobra expresión jurídica.” Resulta entonces necesario situar el origen del genocidio en la historia. La jurisprudencia no tiene incumbencia en ello. Por tanto habrá que buscar un origen al genocidio que vaya más allá de la etimología y la definición conceptual. Quizás sirva en este punto recordar la interpretación foucaultiana de la palabra origen como emergencia formulada en el texto Nietzsche, la genealogía, la historia, a propósito de la diferencia entre emergencia y procedencia. Allí la emergencia es postulada como una forma de análisis genealógico caracterizado por “…el punto de surgimiento. Es el principio y la ley singular de una aparición…La emergencia se produce siempre en un determinado estado de fuerzas. El análisis de la emergencia debe demostrar el juego, la manera como luchan unas contra otras, o el combate que realizan contra las circunstancias adversas, o aún más, la tentativa que hacen…para escapar a la degeneración y revigorizarse a partir de su propio debilitamiento.” Y luego completa Foucault: “la emergencia es pues, la entrada en escena de las fuerzas; es su irrupción, el movimiento de golpe por el que saltan de las bambalinas al teatro, cada una con el vigor y la juventud que les propia.” Así el origen del genocidio debe buscarse para Feierstein en la emergencia de dispositivos que tiene lugar desde la temprana modernidad occidental, tal como lo sostiene cuando dice: “Por el contrario este trabajo pretende esbozar la posibilidad de que el genocidio – o cuanto menos su forma moderna, que es cuando aparece como concepto, y al que en este trabajo diferenciaré con el término no “genocidio moderno”- constituye una práctica social característica de la modernidad (de una modernidad temprana, que podría tener sus antecedentes hacia finales del siglo XV, pero cuya aparición definitivamente moderna se centra en los siglos XIX y XX), cuyo eje no gira en el hecho del aniquilamiento de poblaciones sino en el modo peculiar en que se lleva a cabo, en los tipos de legitimación a partir de los cuales logra consenso y obediencia y en las consecuencias que produce no sólo en los grupos victimizados –la muerte o la supervivencia- sino también en los mismos perpetradores y testigos , que ven modificadas sus relaciones sociales a partir de la emergencia de esta práctica. Y es en esto en lo que difiere de procesos de aniquilamiento de población antiguos, así como de otros procesos de muerte contemporáneos.” E inmediatamente refuerza esto con la siguiente aclaración: “Es por ello que para caracterizar a los procesos históricos concretos, prefiero utilizar la expresión práctica social genocida en lugar de genocidio, en tanto la primera permite aclarar conceptualmente varias cuestiones por comparaciones con el término genocidio, que reservo a su utilización jurídica
Ahora bien, si estas citas muestran en alguna medida la opción de Feierstein para comprender el genocidio como un proceso, más lo refuerza cuando vemos cómo define la práctica social genocida, marcando una diferencia entre el enfoque sociológico y el historiográfico. Para ello el autor sugiere que el genocidio entendido como práctica social “evita aquellas perspectivas que tienden a cosificar a los procesos genocidas, equiparándolos a fenómenos climáticos” Con esto resalta el aspecto constructivo del proceso por agentes intencionales, con mecanismo de legitimación y consenso, lo cual habilita también a un proceso deconstructivo, “lo que agrega al trabajo académico un valor específico como aporte para la acción política y para las prácticas de resistencias y confrontación.” Pero también señala que “la práctica social remite a una permanente incompletud”, evitando con ello generar algún tipo de efecto de finalización de dicho proceso. Y cabe volver sobre una expresión del autor central a nuestro planteo: “Incorporar el concepto de prácticas genocidas permite tomar distancia de una discusión compleja para las ciencias sociales sobre el momento exacto de la periodización de los hechos en que se podría utilizar el término genocidio. ¿Cuándo dicho genocidio estaría efectivamente presente? ¿A partir de qué momento se puede considerar que la utilización del término es correcta conceptualmente?”
Por tanto el enfoque de nuestro autor fundamenta su análisis del holocausto y su vinculación con el caso argentino mostrando que el genocidio es un proceso que se desarrolla a través la modernidad; proceso que es denominado como una práctica social entendiendo por esto: “aquella que tiende y/o colabora en el desarrollo del genocidio como aquella que lo realiza simbólicamente a través de modelos de representación o narración de dicha experiencia. Esta idea permite concebir al genocidio como un proceso, el cual se inicia mucho antes del aniquilamiento y concluyen mucho después, aún cuando las ideas de inicio y conclusión sean relativas para una práctica social, aun cuando no logre desarrollar todos los momentos de su propia periodización.”
En este marco se clarifica y comprende el último aspecto que me interesa destacar del planteo de Feierstein. Me refiero a cómo expresa su posición frente al carácter inenarrable del horror que ha dado lugar, en gran medida, a su exposición:
“La sacralización del Holocausto en tanto experiencia inaprehensible desacraliza aquellos procesos de negativización y aniquilamiento que aparecen como expresamente racionales y comprensibles –en particular, los políticos ideológicos- disminuyendo su rasgo al trasladar la asignación identitaria construida por los genocidas a la voluntad de las víctimas, en una delimitación tajante y epistemológicamente insostenible entre el ser ontológico –un ser más allá de la práctica, un ser “por nacimiento”, un ser esencial- y un hacer claramente político y consciente”
“El historiador entonces –junto al sociólogo, al filósofo, al político y demás profesiones del análisis de esta experiencia- se transforman en jueces que delimitan en qué medida el “hacer” de las víctimas hace comprensible su aniquilamiento, dado que si su victimización obedeciera más que a su mero ser, el carácter genocida de al acción quedaría puesto en entredicho”
Feierstein sostiene contra esta posición que la tecnología de poder que él llama práctica social genocida permite postular un hilo conductor entre los procesos que él puntalmente intenta mostrar como vinculados, y afirma que la negación del otro llego en esto casos al extremo, siendo que su desaparición es material y simbólica, exterminios que evidencia su carácter de modernidad de las guerras en los que la desaparición del otro es el comienzo y no el final o acabamiento de las mismas.
Consideraciones finales
En principio me interesa destacar que me resulta interesante el esfuerzo por salir de las implicaciones ético-políticas de la sacralización del genocidio. Sin duda que el carácter inefable que le otorga la interpretación sacralizante al genocidio habilita objeciones no solo de orden práctico, sino también epistemológicas respecto del papel de las ciencias sociales y su capacidad para comprender este fenómeno. Y a esta cuestión no referiremos aquí.
Hemos visto que, las prácticas sociales son un modo de articular los hechos en el que es posible advertir el modo de integrar la experiencia y la teoría. Desde las prácticas sociales se podría evidenciar los abusos de la teoría monolítica causal en el esfuerzo por comprender el pasado, advirtiendo cómo "construyen" sentidos al momento de relatar los hechos. La posición de White al respecto es fructífera (más allá de los límites complicados que tiene en algunos puntos sobre la representación) al proporcionar un modelo de construcción del relato histórico, en el que se analiza los modos de conjugar los hechos y la teoría.
Ahora bien, en la interpretación de Feierstein puede apreciarse una suerte de ambigüedad si nos preguntamos en qué basaría él su interés por el genocidio. Pues es claro, que con sus reservas y sus críticas explícitas, no objeta el tratamiento jurídico en términos de los fundamentos epistémicos que puedan servir como base para la construcción de una condena. Por otra parte, vemos que trata con menos énfasis, la relación de las ciencias sociales con la historia al punto que no la problematiza sino que la asume desde la aceptación de la propuesta narrativista de Hayden White para pensar el genocidio, principalmente, con relación a la condición esquiva que lo define como único.
De este modo el enfoque de Feierstein se alinea con gran parte de las ciencias sociales, que han procurado dar cuenta del problema del genocidio en términos no sólo teóricos, sino también en términos prácticos. En éste último sentido, el problema de la repetición es un indicador de tratamiento del genocidio como una cuestión a evitar. Podríamos pensar que también esto expresa el deseo de un nunca más; en este sentido la mirada de la evitación aparece en el marco de algún tipo de superación; una superación que no implica conservar nada de ese pasado en términos de algo positivo, rechazando incluso toda afirmación que puede ser recobrada desde el marco teórico práctico que posibilitó el genocidio. Así nos encontramos señalando una acontecimiento que representa una experiencia a la que se desea no se repita jamás, y no obstante, conserva el problema de si es posible aprender algo, aunque sea un aprendizaje negativo. Si esto es así la repetición como punto de inflexión en las formas de comprender el genocidio, favorece pensar el futuro en clave de ruptura, distanciamiento, “control” de la repetición. Para que el pasado pueda ser conocido es necesario que esta repetición no tenga lugar, pues de ser activa y efectiva en el presente, niega un posible conocimiento capaz de establecer nuevos comienzos y finales tentativos.
En conclusión el fondo de la cuestión que me interesa expresar es el siguiente: es posible pensar el genocidio sin su condición de acontecimiento único. Establecer otras prácticas genocidas en el desarrollo de la modernidad como un proceso, ¿no implica, interrogarnos acerca de qué es lo que sigue siendo denominado como horroroso? Frente a la idea de que este acontecimiento puede ser rastreado en sus interpretaciones, en sus sucesivas puestas en escena simbólicas, no podemos preguntarnos acaso si esto supone un modo de acallar el horro que originó. Por último, si la historia es leída y debatida en términos operacionales, ¿no se corre el riesgo de instrumentalizarla en el sentido de obligarla a dar cuenta de algo que ella en principio tendría por objeto mostrar que sucedió, cómo sucedió pero quizás no evitar que vuelva a suceder? De hecho, siguiendo a Feierstein, el enfoque de las ciencias sociales y el de la justicia van por senderos diferentes.
O finalmente, y para concluir, ¿debiéramos enfocar el presente planteo sobre el genocidio hacia una suerte de debate con la filosofía de la historia, por lo cual la discusión de fondo implicaría en alguna medida reponer la versión genealógica de Fuocualt como diferenciadora de la historiografía? Si este fuese el caso, entonces la apelación a White no estaría fundada en tanto que éste autor, dentro de su provocativa propuesta, justamente no renuncia a ella, sino que busca de algún modo su proliferación para que pueda seguir existiendo.