miércoles, 28 de octubre de 2009

Psicoanálisis: Acerca de la vergüenza, el discurso universitario y la clínica lacaniana con niños.

Viñeta clínica

Juan es un niño de 11 años que acaba de repetir el año en la escuela, el motivo de consulta fue precisamente el déficit en su rendimiento académico. Sus padres están separados desde sus seis años, vive con su madre pero se presenta de entrada diciendo que quiere vivir con su papá, ya que ella lo maltrata e insulta. Es el padre quien trae al niño al análisis. La mamá asistió sólo dos veces durante el tratamiento de aproximadamente dos años, puesto que no respondía a las citas. El papá, quien aparece como el progenitor que más quiere a Juan, es especialmente rígido y exigente con el niño respecto del estudio. Juan, además, tiene conductas agresivas con sus compañeros. A partir de una fuerte discusión entre el niño y su mamá, éste le pide al papá que lo vaya a buscar, y a partir de aquel día se queda viviendo con él. Ciertos dolores de cabeza que lo aquejaban en la escuela desaparecen y mejora su comportamiento, pero su rendimiento académico vuelve a bajar considerablemente. El padre no anuda a sus dichos ninguna clase de ideal relativo al éxito académico de su hijo, sólo afirma que debe estudiar “porque es su obligación”, y no por ejemplo “para que sea alguien en la vida”, o “para que tenga tal o cual profesión”, etc. Además, no hay ninguna pregunta acerca de qué le pasa al niño, aún cuando las intervenciones se dirigen hacia allí.
Juan no quiere jugar, hablar ni dibujar en las sesiones. Se limita a decir “Pasó tal cosa con mi mamá”, “No pasó nada con mi mamá”. Al abrir la cuestión e invitarlo a hablar de otras cosas, el niño afirma que su papá paga el espacio con la psicóloga para eso, para que hable de su mamá –de lo mala madre que es. Propongo trabajar una sesión con cada uno, alternadamente, pero en la sesión que le toca al niño se niega a entrar solo al consultorio, quiere que lo acompañe su papá, y quiere que su papá hable conmigo; intentando, según mi lectura, que intermedie algo entre su padre y él.
En varias de estas sesiones con los dos se repite la siguiente escena: el padre habla enfáticamente sobre las deficiencias de Juan, sobre todo en cuanto al rendimiento escolar, pero también en lo relativo a las tareas de la casa propias de la convivencia. Se queja ampliamente dejando ver su impotencia, y a la vez excluyendo cualquier tinte de subjetividad de lo que presenta su hijo. Mientras el padre despliega sus dichos, Juan se tapa la cara con un almohadón, se angustia y algunas veces llora.
A partir del detalle de su cara cubierta ante el desparpajo de quejas del padre, la intervención es “Juan, tu papá te da vergüenza” -entendida como vergüenza ajena. Esto abre en el tratamiento una primera consecuencia: a la sesión siguiente el niño se burla de su padre, refiere lo mal que juega al fútbol en contraposición a lo bueno que es él; se ríe y disfruta de la escena en que su padre se molesta y queda sin palabras.
La segunda consecuencia es que al poco tiempo el papá del niño comienza a hablar de cuestiones para él altamente vergonzantes: en primer lugar, que tuvo una enuresis nocturna hasta entrada su juventud y que le impidió un normal desenvolvimiento; en segundo lugar, que cuando era niño su padre le revisaba la zona anal para cerciorarse de que no era homosexual. De allí se desprende, vía significante, su intolerancia a la “pasividad” de Juan en lo escolar y en las tareas de la casa, la otra versión de sus “obligaciones”.
Una tercera consecuencia palpable en la clínica es que luego Juan aprueba su año escolar e ingresa al nuevo ciclo educativo, la queja de su padre borra ahora de su centro el malestar en torno a Juan –“anda mejor en la escuela y en casa”-, para deslizarse hacia su hijo menor y los síntomas que han aparecido en él, así como a sus propias dificultades en sostener la convivencia con los hijos, y para armar una pareja, entre otras.

Del discurso universitario

El concepto de discurso en Lacan nos permite ubicar, en la clínica, bajo cuál de sus cuatro formas se despliega el asunto del analizante y se inscribe su malestar –a veces su síntoma-. Amo, analista, universitario y de la histeria, cuatro formas de enlazarse el trabajo, el agente, la producción y la verdad.
Nos resulta particularmente provechoso tomar estos elementos teórico clínicos a la hora de pensar e intervenir en la clínica lacaniana con niños.
A este respecto, nos detendremos sólo en el discurso universitario como dispositivo en que a veces queda atrapado el niño, y que determina la circulación de goce entre él y sus padres o quienes cumplan su función –al decir de Lacan les parents en sentido amplio, los parientes-, así como la docente, la fonoaudióloga, la psicopedagoga, el profesor de deportes, etc. Es decir los otros adultos partícipes de la trama en que se configuran las manifestaciones del malestar, el síntoma, el sufrimiento.
Lacan escribe el discurso universitario: S2 a
S1 $
Allí el agente es el saber, no como “saber de todo” sino como “todo saber”; se dirige al objeto, el “estudiante explotado” , su verdad es el amo, y su producción la vergüenza o su contracara, el impudor. De este discurso nos dice Lacan “El mito del Yo ideal, del Yo que domina, del je por el que al menos algo es idéntico a sí mismo, a saber, el enunciador, es precisamente lo que el discurso universitario no puede eliminar del lugar donde se halla su verdad. De todo enunciado universitario (…) surge irreductiblemente la Yocracia” . El gobierno del Yo se afirma en sí mismo, en su sola autoridad (S1), y deja como resto a un sujeto dividido y avergonzado, o su equivalente, un ´sinvergüenza` (quien ha perdido el honor). La verdad que no puede soslayarse es que el saber no tiene su lugar sino por un poder. Es más, el hecho de que en ese lugar se halle un poder no hace sino aparecer como pura fachada a un pretendido “todo saber” – que no etsaría guiado, por ejemplo, por un interés en el avance del conocimiento-. Es por ello que Lacan afirma que la verdad pone las cosas en su lugar, “Lo espantoso de la verdad es lo que pone en su lugar” y también que el efecto de verdad implica una caída del saber . En este discurso el estudiante es continuamente evaluado, y además compelido a producir. En este caso, una “tesis” donde lo fundamental será cumplir ciertas normativas, tal como un trámite, lo que deja fuera por cierto cualquier marca de subjetividad. Ésta se recupera bajo la forma de un afecto: la vergüenza, que devela la división subjetiva.
En el capítulo XIII del Seminario XVII “El poder de los imposibles” Lacan introduce a la vergüenza y gira en torno a ella, refiriéndola de diversas maneras: como un efecto que raramente se consigue – el “morir de vergüenza”-, como un signo que desciende de un significante e implica la degeneración de éste último, afirma también que “morir de vergüenza es un imposible” para el honesto, y como imposible, es lo real, entre otras. Mantener a cualquier precio el “discurso del amo pervertido” como lo llama, es una vergüenza, y esto es lo que descubre el psicoanálisis. El discurso hace brotar a la vergüenza y a su contracara, el impudor. Los alumnos pasan a ser reducidos a “unidades de valor”, piezas de un aparato de trámites. Y respecto de esto, comenta Peusner acerca de la vergüenza “Es un afecto eminentemente humano, y por eso choca tanto con la dimensión burocrática en la que uno queda como “despojado” de su humanidad, queda reducido a un número de legajo, a un número de trámite” .
Lo que Freud plantea es que la vergüenza es un dique, un tope a la satisfacción pulsional . Un efecto del develamiento de la sexualidad infantil, de la desnudez del goce infantil. Resulta asequible, aquí, un lazo entre desnudez de lo sexual y desnudez de lo real: para Lacan a la verdad –es decir, lo real- sólo es posible decirla a medias, mostrarla en parte. La vergüenza adviene ante la desnudez que deja ver a un sujeto. Ella es, entonces, un efecto de lo real, el testimonio de que lo real está concernido . Cuando lo real se muestra –se dice a medias- brota la vergüenza y ella es vehículo de la subjetividad. Dice Henry Cesbron Lavau “Es por lo cual la dimensión de la vergüenza es inherente a nuestro trabajo. Es al menos lo que puede hacer nacer, reconocer, un poco de subjetividad…” . El analista, entonces, trabaja con la dimensión de la vergüenza en tanto ella revela al sujeto sometido al amo de la “Yocracia”. Y, como en el caso, opera de modo que aquella recaiga sobre el amo, confiriéndole el matiz de lo subjetivo.

La vergüenza de Sartre

Lacan había analizado ya en el Seminario I algunas consideraciones sobre la vergüenza, tomando un famoso relato de Sartre en el cual un hombre es sorprendido espiando por una cerradura. Surge la vergüenza, reduciendo al sujeto un objeto, la mirada, e indica Lacan que es de este lugar que el objeto se sostiene en una función de deseo. Más allá de esta referencia, tomaremos aquí las propias palabras de Sartre, traídas por el sociólogo francés Vincent de Gaulejac, en su obra “Las fuentes de la vergüenza”. Según este autor, se lee en el filósofo un estrecho vínculo entre la experiencia de la vergüenza y el sentimiento de existir. Para Gaulejac, Sartre “… muestra cómo la vergüenza, “conciencia de sí mismo bajo la mirada del otro”, se desarrolla en una interacción entre la emergencia del sujeto y la confrontación con los otros (…) la vergüenza es la experiencia del vínculo social” . Frente a la vergüenza, el sujeto quisiera desaparecer, y en esa hiancia emerge la necesidad de identidad. Así también leemos a Sartre “La vergüenza es un sentimiento de caída original, no por el hecho de haber cometido tal o cual falta, sino simplemente porque he “caído” en el mundo, en medio de las cosas, y porque necesito la mediación del otro para ser lo que soy” . Se “cae” en el mundo a partir de la vergüenza como constitutiva, ya que es constitutiva de la mirada del otro (del Otro) sobre el sujeto. Nótese la fuerza de la frase al establecer esa entrada en el mundo como “caída original”. Incluso podríamos pensarlo como verdadero mito de origen: el otro ha mirado al sujeto poniéndolo en el lugar de la vergüenza, y de allí ha nacido. Se le quita aquí una connotación negativa a este sentimiento; más allá de ser un afecto que molesta al yo, es más que eso: acude al nacimiento del sujeto, en el mundo, bajo la mirada del Otro, e incluso el Otro cultural, lo que Gaulejac nombra como la sociedad y sus normas. El sociólogo destaca además “Al reconocer que su conducta es vergonzosa, el sujeto puede conservar su lugar en la comunidad social. En caso contrario, corre riesgo de desviarse hacia la locura o la inhumanidad” . Esto resulta interesante a la lectura del psicoanalista en la medida en que Sartre pone en la misma serie la falta de vergüenza ante el Otro social con la desubjetivación: la locura o inhumanidad. Siguiendo esta línea, la vergüenza humaniza, da un lugar subjetivo frente a los otros. Si hay vergüenza esta es signo del sujeto
Encontramos otra congruencia con Lacan, en cuanto a la idea de que el sujeto no es por sí solo o en sí mismo, sino siempre es “en referencia a” –el Otro, a otro significante, en Sartre a la mirada del otro-. No hay sujeto sin Otro, no hay sino S1 enlazado a un S2 para que haya sujeto, éste nace en el intervalo entre esos dos términos.
El psicoanalista Roland Chemama nos aporta un análisis del término “vergüenza”, partiendo de su origen griego, aidôs. Señala que esto permite captar la ligadura de los contrarios en este significante, ya que quiere decir tanto “vergüenza” (honte en francés) como “honor” (honneur). Los griegos de la antigüedad veían allí la raíz de la moral social, ya que el mismo término era utilizado tanto para señalar algo vergonzoso de lo que habría que huir, como la preservación del honor. El hombre sin vergüenza no sería aquel que no tiene razones para sentirse en falta, por lo contrario es quien realiza algo vergonzoso, que carece de honor. Aparece aquí la idea de que la vergüenza podría ser un valor para orientar el accionar de las personas (para conservar su honor), más que la sumisión a una prohibición explícita. Si leemos conjuntamente esta acepción del término con el decir lacaniano, cobra otro sentido su frase antes citada “morir de vergüenza es un imposible para el honesto”.

La vergüenza en la clínica lacaniana con niños

Tal como ha podido apreciarse, este texto aborda a la vergüenza como afecto subjetivante –enmarcado en el discurso universitario-, y se interroga sobre su uso en la clínica lacaniana con niños. Destacamos la importancia del develamiento de la verdad, en tanto lo “espantoso”, se verifica en la clínica con niños en el punto en que éste queda ocupando el lugar del objeto explotado, obligado a producir, sujeto al trámite, no por la exigencia escolar en sí misma sino por la de sus padres –también atrapados en ese discurso-. Esto deja a los padres, y a veces a los docentes, en una posición de pura impotencia puesto que más se exige al niño que se ajuste a la educación, más se topa con la imposibilidad de esa tarea. De hecho, esta impotencia es el resorte de la consulta al psicoanalista, o de la derivación de la escuela, en más de una oportunidad. Reconduciendo la impotencia a la imposibilidad de la tarea educativa, se habilita la barradura del Otro, y con ella el giro del discurso. En el caso trabajado, se trató de vislumbrar la ganancia que se obtuvo al leer el caso bajo estas coordenadas, y fundamentalmente la operación analítica que transfirió la vergüenza de un término al otro: barrando al Otro, al amo todo saber mediante este sesgo. Haciendo circular a la vergüenza, ésta recayó sobre el amo (S2) develando que ese saber se sustentaba en un poder (S1); amo que flaqueó al verse atravesado por lo subjetivo. El padre avergonzado dio paso a una posición enunciativa que necesariamente debió implicar el corrimiento del poder, y así el niño dejó de ocupar el lugar del a. En el personaje del padre, se produjo un deslizamiento desde el Yo autoridad e impotente por toparse con lo imposible –educar-, hacia la angustia que emergió ante sus propias cuestiones vergonzantes.
La vergüenza puede ser leída, e intervenida por el psicoanalista.
Para concluir, elegimos una cita de Anne Oldenhove-Calberg “Así el ´no se puede gustarle a todo el mundo` genera impotencia y vergüenza en el discurso universitario, porque la pregunta por el deseo está allí expulsada. Mientras que en el discurso analítico donde esta pregunta por el deseo es tomada en cuenta, el sujeto debe hallar su lugar, probablemente, sin vergüenza ni falsos semblantes, a condición de pagar un precio ¡en vez de a-cumular!” .


Bibliografía.

AA.VV. Livre Compagnon de “L´envers de la psychanalyse”, séminaire 1969-1970 de Jacques Lacan, ALI, Paris, 2002, traducción Pablo Peusner (no publicada).

Freud Sigmund. Tres ensayos de teoría sexual, Tomo VII, Amorrortu editores, Bs. As., 1990.

Gaulejac Vincent de, “Las fuentes de la vergüenza”, Mármol Izquierdo editores, Bs. As., 2005.

Lacan Jacques, El Seminario libro 17 “El reverso del psicoanálisis”, Paidós, Bs. As., reimpresión 2006.

Peusner Pablo, “El niño y el Otro. Pertinencia de los cuatros discursos en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños”, Letra Viva, Bs. As., 2008.

Peusner Pablo, “El sufrimiento de los niños”, (edición corregida y aumentada), Letra Viva, Bs. As., 2009.



Carolina Bugnone,psicoanalista

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