lunes, 16 de diciembre de 2013

Psicoanálisis: Donde el sufrimiento no puede hacer sufrir. Por María Florencia Arhancetbehere, María Florencia Fernández Camillo

Les presento este trabajo de las psicoanalistas María Florencia Arhancetbehere, María Florencia Fernández Camillo, que aborda el problema del sujeto lacaniano para pensar las toxicomanías. Desde ya agradezco la colaboración de las colegas con el blog.



“Cada día trae la misma batalla, el mismo vacío, el mismo deseo de olvidar y de no olvidar. Comienza siempre aquí, nunca en otro sitio que este límite donde el lápiz comienza a escribir. La historia nace y se detiene, sigue adelante y luego se pierde y, en medio de cada palabra, cuántos silencios, cuántas expresiones se escapan y desaparecen para no volver nunca más”.
Paul Auster, El país de las últimas cosas[1].


 Escuchar que alguien consume es darle lugar, esa es nuestra tarea, a sabiendas de que la causa no está en la sustancia.
 Entonces, con la teoría del psicoanálisis como brújula, estableceremos la noción de “lo tóxico”. El hecho que la palabra tóxico esté antecedida por un artículo o un artículo indefinido marca una gran diferencia. La droga, el estupefaciente, el tóxico o la sustancia, no es lo que vamos a subrayar, sino la relación,  que cada quien establezca con las sustancias, pero dicha relación en la dimensión de la palabra, en la ética del bien decir.
Podemos afirmar que el uso de una sustancia no define una patología, ni siquiera determina un padecimiento.


Función de lo tóxico. Función de la palabra.

La inevitable y constante pregunta que surge es la del uso y función de lo tóxico.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de uso? Sería el modo que se tiene de hacer con algo, la acción y el efecto de emplear uno alguna cosa, la costumbre o práctica que está de moda o es característica de alguien o una época. Modo de hacer, acción y efecto de emplear, disfrutar, costumbre o práctica, son todos enunciados que acentuarían que no importa tanto qué se usa sino quién y para qué.
En cuanto al concepto de función, en el diccionario encontramos como definición: “El destino o utilidad que se le da a algo.” Y como noción matemática “sería la relación entre dos variables a las que se suele designar por X a la variable independiente e Y a la variable dependiente, en la que a cada valor de X le corresponde un único valor de Y”.[2]
La variable dependiente Y se va a modificar si se modifica la variable independiente X. Podría encontrase cierta analogía con nuestra práctica, donde un significante no tiene valor sino puesto en relación a otros, y todo el sistema puede modificarse con la introducción de un significante nuevo.
Sabemos que el psicoanálisis se sirve de nociones matemáticas, por lo que pueden ser aplicadas a todos los casos pero, parafraseando el texto lacaniano, la función es la de la palabra y el campo el del lenguaje, lo que nos lleva a lo particular del caso por caso, palabra que hace alusión a la verdad histórica de cada quien.
Etimológicamente función viene del latín functo que significa ejecución, acto de realizar. De allí la importancia de introducir la función de la palabra en el campo del lenguaje, puesto que el sujeto se realiza en la palabra, su verdad se revela en la palabra.
La función de lo tóxico entonces, como la particular relación que un hablanteser establece, en este caso con una sustancia, y que podría deducirse retroactivamente de la estructura clínica particular en la que se inscriba su posición subjetiva; pero dicha relación no podrá adscribirse a ninguna estructura clínica por sí misma. Recortar esta función permitiría la desustancialización de la categoría toxicómano, despejando en cada caso un valor a determinar por la específica conexión entre las variables intervinientes y la constante para el sujeto, en sus coordenadas históricas particulares.
“El concepto de función implica un procedimiento que permite traducir enunciados singulares de existencia (“ser toxicómano”) a términos lógicos: pase del plano ontológico-existencial al plano semántico”[3]. Es decir, la apertura de nuevos sentidos que remitan a la novela de ese sujeto particular.
En resumen, uso y función de la palabra y el lenguaje, pensados como el modo en que el sujeto se vincula al tóxico.


Adicto. Toxicómano. ¿Sujeto?.

Suponemos un sujeto del inconciente, sujeto dividido entre dos significantes: S1 y S2, entre el hablante y el Otro, o entre dos escenas: nunca es uno ni idéntico a sí mismo. “El efecto del lenguaje es la causa introducida en el sujeto. Gracias a ese efecto no es causa de sí mismo, lleva en sí el gusano de la causa que lo hiende. Pues su causa es el significante(…) ese sujeto es lo que el significante representa, y no podría representar nada sino para otro significante(…). Al sujeto pues, no se le habla. Ello habla de él, y ahí es donde él se aprehende(…) y antes de que por el puro hecho de que ello se dirige a él desaparezca como sujeto bajo el significante en el que se convierte, no era absolutamente nada. Pero esa nada se sostiene gracias a su advenimiento, ahora producido por el llamado hecho en el Otro al segundo significante”.[4]
El sujeto se localiza en transferencia, se diagnostica en transferencia: se diagnostica entre el analizante y el analista, como hablanteseres en cierta posición específica. Es un sujeto que emerge en transferencia, es fugaz; el inconsciente se abre cuando se cierra.
En palabras de Lacan: “ La espera del advenimiento de ese ser en su relación con lo que designamos como el deseo del analista en lo que tiene de inadvertido(…) por su propia posición, tal es el resorte verdadero y último de lo que constituye la transferencia.
Por eso la transferencia es una relación esencialmente ligada al tiempo y a su manejo. Pero el ser que a nosotros que operamos desde el campo de la palabra y el lenguaje(…) nos responde, ¿cuál es? Iremos a darle cuerpo(…), después de que hayamos articulado función y campo de la palabra y el lenguaje en su condicionamiento.”[5]
Si no hay padecimiento, sin alguien que sufre, no hay posibilidad para el psicoanálisis. Por eso la orientación por los usos y función aleja de la estigmatización de “las drogas hacen mal”. Apostamos, como intentaremos ejemplificar a continuación, con dos viñetas clínicas, a recortar un padecimiento subjetivo posible de ser sintomatizado más allá de lo no dialectizable del consumo.

Las pastillas del abuelo.

Llega Emi a su primera entrevista, lo acompaña la mamá. Alto, desgarbado, torpe en sus movimientos, parece un niño en un cuerpo que aún le queda grande.
Tiene 15 años, estudia, tiene una amigovia, y aclara que vino a la entrevista “por mis papás, para dejarlos más tranquilos”. Dice que hace una semana tomó pastillas, se las sacó al abuelo materno que vive con ellos, y que ha consumido en dos o tres oportunidades marihuana y los fines de semana alcohol . A lo largo de las entrevistas fue surgiendo la función que el tóxico cumple para Emi. En sus palabras: “cuando me enojaba o tenía bronca por algo me golpeaba, así me descargo, me cuesta expresar mis sentimientos o decir si estoy mal”. Elige “callarse” porque no lo escuchan ni tienen en cuenta lo que quiere o piensa. Elige fumar marihuana, consumir alcohol o tomarse las pastillas del abuelo para hacerse oír.
De todos modos, para él el consumo no es un problema. Las entrevistas giran en torno a lo que sí le preocupa: su novia, las fiestas de quince, los exteriores, los amigos, que los padres no lo dejan hacerse un piercing, si se lo hace en la ceja o en la lengua, que quiere un tatuaje de un lobo en la espalda y tampoco se lo permiten.
 Laura, la madre, pide una entrevista. Se queja de Emi, que tiene problemas en la escuela, que no estudia, que está todo el día en la computadora o con la noviecita. Pero sobre todo se queja de su marido, Emiliano. “No aguanto más su indiferencia, para él es mejor no hacer nada, que todo se va a arreglar solo. Emi lo copia mucho al padre, y él sumido en tristeza, depresión, lo va a llevar en el mismo camino a su hijo. Siempre buscó algo para estar mal, se borró de todas las responsabilidades.” Refiere que cuando nació Emi “no quería que lo tocara nadie, tuve depresión post parto, también miedo. Estaba todo el día despierto, lloraba todo el día, fue insoportable; fue vivir para él y estar para él, toda mi demanda para él,  ningún lugar para el padre.”
Según palabras de Emi, “a mi mamá nada le alcanza, hay que ponerle un límite. Mi papá nunca me vino a hablar, nunca entendió qué es ser un padre, tendría que haber arrancado desde que yo nací”. Y es él quien lo va a convocar a ese lugar. Le pide al padre que vaya a hablar con su psicóloga. Entonces se empieza a dar de manera recurrente la “urgencia” de Emiliano de hablar cuando se encuentra en situaciones que no sabe cómo responder, situaciones en que es llamado a su función de padre. Pareciera que Emi convocó “a cada cual a su lugar”, tomando las pastillas del abuelo.
Y esto tuvo sus efectos. Se acerca el verano y las vacaciones. Emi empieza a estar muy angustiado durante las entrevistas. Está mucho tiempo en el cyber, e incluso vuelve a darse algún episodio de consumo de marihuana de manera ocasional. “Me está molestando tener que quedarme en el cyber cuando los chicos se van a la pileta” ¿Por qué se tiene que quedar en el cyber? Los padres se empiezan a preguntar por la angustia de Emi, “lo vemos mal, descontrolado, angustiado… Para mí sigue fumando, si no ¿qué le está pasando?”.
En ese tiempo Emi empieza a hablar de lo que lo pone mal, con mucha vergüenza habla de un problema físico que lo acompleja y limita al punto de no querer mirarse al espejo ni que lo vean. Por eso se niega a ir a la pileta, el verano para él es un época tortuosa. Los padres sabían de esto pero nunca le dieron demasiada importancia. “No me aguanto más yo, me limita en todo, ya no puedo hacer nada normal, me caga la vida…y va a ser así hasta que cumpla los 18 años y me pueda operar; dos veranos más escapándole a todo, quisiera dormir hasta que pase el verano”.
Se empieza a trabajar conjuntamente con los tres esta cuestión, se empiezan a ocupar de lo que tanto malestar le provoca a Emi. El padre le ofrece ir juntos al gimnasio o a natación, actividades que pueden mejorar su problema físico.
Por las vacaciones pasa un tiempo hasta que Emi vuelve a su tratamiento. No han habido nuevos episodios de consumo. Estaba muy cambiado, seguía yendo al gimnasio y eso se notaba en su cuerpo y en su actitud. Sentado ahí, en la sala de espera para ser atendido, casi no lo reconozco; parecía que ese niño torpe de la primera entrevista era sólo una sombra de este hombrecito.


¿Por qué ahora?

Gustavo tiene 29 años. Consulta por consumo de cocaína, aunque refiere haber probado “de todo”. Inició su consumo a los 15 años y es la primera vez que decide realizar un tratamiento. ¿Por qué ahora?
“Por esos pensamientos raros, esa angustia existencial que me aparece después de consumir. Busco una sensación que ya no me la da la cocaína, mutó,  no existe más; antes tomaba y podía hacer todo, me sentía un campeón. Eso es lo que persigo, esa sensación de triunfador que ahora es efímera; después de consumir soy nada, no existo”.
Refiere que ahora  lo asustan esos pensamientos, “la nada”, según sus palabras; una sensación  que nombra como un desequilibrio emocional, tristeza, ganas de no existir. “No concibo la vida sin consumo, toda la vida me drogué”.
Algo de su historia: los padres de Gustavo se separaron cuando él  tenía 4 años. “Se separaron y nos repartieron, no criaron a nadie” haciendo referencia al hecho que a sus hermanos los criaron sus abuelos maternos y a él los paternos. “Mi abuela me  mandaba para todos lados, con mi viejo a P…,  con mi vieja a R... Prácticamente me crié en la calle, solo. Viví con mi papá, me echó, “me mandaban de acá para allá, después me fui a vivir solo. Yo sabía que era pasajero que a la larga me iba a rescatar”.
Se vino a La Plata cuando tenía 22 años. La madre y la pareja de la madre, consumen; el padre es alcohólico y jugador. Se enteró del consumo de sus padres siendo grande.
A lo largo de las entrevistas fue tomando otro sentido esa sensación de la que hablaba al inicio del tratamiento, y que Gustavo empieza a identificar como algo que le pasa más allá del consumo. Va cobrando protagonismo aquello que él comienza a problematizar: el sentimiento de soledad. Se va sintomatizando su dificultad para relacionarse con otras personas y en particular con las mujeres, “antes no le daba importancia, es raro porque no soy introvertido; pensé que era algo que no me afectaba pero me doy cuenta que si.”
Cuando consume ésto no es un problema, “sin consumir me inhibo, me da miedo hablarle a una chica y quedar mal”. Según sus dichos usaba el consumo para evadirse “parece que tapaba una cosa con la otra, esta sensación es nueva”. Hace referencia además al temor a los cambios, “me dan temor aquellas cosas que no puedo manejar”, “tengo miedo de no estar capacitado o sentirme inferior, que el otro piense que no puedo o que una mujer  piense que soy un tarado; lo que hice de mi vida es algo muy mediocre, no soy un triunfador, ¿que puedo contar?, no me parece muy meritorio. Tendría que haber logrado mucho más, he perdido mucho tiempo de mi vida drogándome, es intrascendente mi paso por este mundo”.
Angustia, ansiedad, inhibición, tristeza, problema existencial, miedo…¿hasta qué punto es la sustancia en sí? Pregunta que, al igual que nosotras, se hace Gustavo durante su tratamiento.


A modo de conclusión

El uso de una sustancia en sí mismo puede no presentarse como problemático para una persona, sino sus consecuencias: pérdida del trabajo, de sus relaciones afectivas, descuido personal, de los otros, de las actividades o espacios que conformaban su mundo. Es esto lo que en muchas oportunidades se presenta como padecimiento y lo que motiva una consulta. En otros (como en nuestra primera viñeta clínica), la demanda aparece cuando ese uso, que hasta allí funcionaba como un intento de arreglo o solución de algo que no marchaba,  falla, dejando al descubierto un exceso de sufrimiento que no se puede simbolizar. Es ese lugar el que buscamos ofrecer: el de una escucha que intente demarcar aquello que hace síntoma para el sujeto, para poder salir de ese otro lugar “donde el sufrimiento no puede hacer sufrir” (de lo que verdaderamente se sufre). Introducir la novedad, apuntando a desplazar a la sustancia como la causa y a la búsqueda de una verdad subjetiva de ese padecer.
Acerca de esto, en su Seminario de 1964, Lacan es claro y contundente: “Este penar de más (demasiado esfuerzo, demasiado sufrimiento, mal de sobra) es la única justificación de nuestra intervención”.[6]
Entonces, ¿de qué medios nos servimos al momento de encontrarnos frente a pacientes que consultan por alguna situación vinculada al consumo problemático de sustancias? Ni más ni menos que de nuestra práctica analítica, como respuesta terapéutica que intentará aliviar el sufrimiento en exceso, utilizando para ello aquellas herramientas que puedan abrir camino a la palabra. Poder seguir estableciendo generalidades, sin perder nunca la escucha singular del caso por caso.  Dar lugar al padecimiento, recibir a nuestros pacientes con una teoría y una mirada ética sobre el final, advertidos de que el inconsciente insiste, retorna.








[1] Paul Auster: El país de las últimas cosas, Editorial Anagrama, Barcelona, 1994. Pág 51.
[2] Wikipedia: La enciclopedia libre.
[3] Ernesto S. Sinatra: Variantes del argumento ontológico en la modernidad, en Sujeto, goce y modernidad, Editorial Atuel- TyA, Buenos Aires. pág 32.
[4] Jacques Lacan: Posición del Inconsciente, en Escritos 2, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2008. págs 794-795
[5] Ibíd. Pág 803.
[6] Lacan, Jacques: El seminario, Libro 11, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, Paidós, Buenos Aires, 2006.