martes, 2 de junio de 2015

Literarias: Lectura de Agua, de Ariel Bermani, Zona Borde, Turdera, Buenos Aires, 2015. Por Diego Timpanaro

Agradezco a Diego Timpanaro, colega y amigo por este articulo, espero que lo disfruten.


Sobre el agua.

Lectura de Agua, de Ariel Bermani, Zona Borde, Turdera, Buenos Aires, 2015.

Escribir sobre el agua, equívocamente, como bien sugería Claudia Bilotta. Escribamos sobre el agua, habrá sido la consigna inicial en una zona borde del sur, en cierto sentido, imposible como tal. Sin embargo Ariel Bermani, cual psicoanalista, no retrocede ante lo imposible; más aún, se le anima a ese imposible, mordiéndose el dedo gordo del pie derecho.
Postura imposible, si las hay, para muchos. Morderse el dedo gordo del pie derecho, para descubrirse vivo en el dolor. Y allí va Ariel Bermani, hacia los confines de la gran ciudad, regresando al Sur una vez más, para escribir un relato sólido, inquietante, y perturbador… sobre el agua.

Lo primero es lo primero. Una silla de plástico que tiene las patas traseras un poco vencidas. Un hombre cualquiera, un X, sin nombre propio, que no obstante tiene una historia en singular, que está allí, sentado solo en una silla de plástico, que tiene las patas traseras un poco vencidas.
Un hombre, que está sentado pensando en su vida, y también un hombre, que está viviendo su vida sentado, mientras el agua que no se sabe de dónde viene, va trepando por sus piernas, desde el tobillo hasta sus rodillas. El agua va subiendo su nivel en la escena, poco a poco, lentamente, pero de una manera firme y constante, como ese tiempo incalculable que va desde la noche al amanecer, ese tiempo en el que se desarrolla el relato.
Para qué sirve hablar, piensa el hombre, sentado en una silla de plástico, que tiene las patas traseras un poco vencidas. No hay forma de comunicarse, concluye X, a la nochecita, en las afueras de la ciudad, en un patio suburbano. La única comunicación es el malentendido, afirmará el protagonista, como cualquier psicoanalista criollo que se pretenda discípulo de Jacques Lacan, sentado confortablemente en el sillón de su consultorio

En la novela de Ariel Bermani podemos observar que hay una cierta y profunda relación con la dimensión de lo onírico. La vía regia hacia el conocimiento de lo inconsciente dentro de la vida anímica, afirmará Sigmund Freud. Dormitar sentado, dejarse llevar lentamente, ir entrando en el sueño, con aquello que nos va quedando del día. La duermevela y el despertar, esos momentos únicos de pasaje entre la conciencia del sueño y la conciencia de la vigilia.
Chuang Tzu soñando que es una mariposa. Una mariposa soñando que es Chuang Tzu. Jorge Luis Borges está de regreso caminando por un empedrado familiar, el de Adrogué, oliendo el aroma de los eucaliptus. Oliendo al aroma de los eucaliptus, por un empedrado familiar, Adrogué, está de regreso caminando a Borges.
Durante el sueño el agua avanza sin más, desde lo profundo de la noche, subrepticiamente, nietzscheanamente, como un vagabundeo por algunas calles donde sólo impera el abandono y la dejadez, como un pensamiento inmotivado sobre el sin sentido de la existencia humana.

Sin embargo, en ese devenir natural de la madrugada, en eso del orden de lo real que avanza de un modo inexorable, hay en la presentación de los sucesos, diversos puntos de fuga que operan según las modalidades de la resistencia. El salmón, como figura metafórica, que nada en contra de la corriente.
El nunca hizo lo que hacen todos, lo que haría cualquier hombre de barrio, cualquier muchacho de bien: agacharse al suelo, rodillas en tierra, para ver la bombacha de la maestra. Esa imagen imperecedera, que tiene la pregnancia de una imago difícil de olvidar, vuelve desde lo más profundo de su infancia: las piernas abiertas de su maestra, le siguen resultando desagradables. Espiar a la maestra rubia y joven, ver su bombacha adherida a la piel y muchos pelos alrededor, lejos de la manifestación de una proto historia de la erótica, se muestran en su tonalidad perturbadora, inaccesible, cercana al rechazo, con cierta simpatía por lo deletéreo.   

En Agua no todo es quietud. Hay un momento en el que el protagonista se decide a ver qué pasa afuera. Fuera de su casa, fuera del mundo, fuera de sí. Se incorpora de la silla de plástico que tiene las patas traseras un poco vencidas, donde estaba sentado, y chapoteando en el agua que le llega a los tobillos, entra a la cocina de su casa. Se encuentra, en medio de un tiempo que transcurre densamente, con la vasija que contiene las cenizas de sus padres.
Piensa que todo es una reverenda pelotudez, y se las traga. Se traga las cenizas de sus padres, el resto, todo lo que materialmente ha quedado de ellos. Como dice Jacques Derrida, en La difunta ceniza: Entiendo que la ceniza no es nada que esté en el mundo, nada que reste como un ente. Es el ser, más bien, que hay... resto impronunciable para hacer posible el decir a pesar de que no es nada. 

A propósito de Agua, dirá Enrique Decarli, en una Novela Esotérica, que el otro no existe, sino en una dimensión fantasmagórica. Y nuevamente, en una lectura otra, nos encontramos con afirmaciones psicoanalíticas, bien lacanianas por demás. En efecto, si algo se puede escribir sobre Agua, es que nos encontraremos con la traza sutil de la letra de un sujeto y también, por otra parte, con  su deseo.
Para decirlo mejor, con lo que queda de su deseo, cuando ese marco que llamamos fantasma – que es del orden de una dimensión fantasmagórica -, aquello que lo sostiene en el mundo, se resquebraja por el lado de lo irreal, como un agua que sube de modo paulatino, sin saber de dónde viene. 

A medida que va amaneciendo, en verdad, un nuevo mundo se configura, donde muy tranquilamente, yo escucho que podría estar sonando Estaba en llamas cuando me acosté:
La noticia apareció en un periódico sensacionalista, decía simplemente que se había producido un incendio.
Después de llegar los bomberos, la policía, la prensa, rescatar al hombre, apagar el fuego, le hicieron la pregunta obvia:
¿Cómo se inició el incendio?
No sé...Estaba en llamas cuando me acosté.
Say no more.




Diego Timpanaro,
Mayo de 2015.