miércoles, 1 de enero de 2014

Literatura y psicoanálisis: VERDADERA FOGWILL.

Mi colega y amigo Diego Timpanaro me envió este material que comparto con ustedes. Espero les guste.



Lectura de Buenos, limpios y lindos, de Vera Fogwill, Seix Barral, Buenos Aires, 2013.  

En principio, no me atraía el título; tal vez algo, un poco más, el arte de tapa. Femenino, mortífero, enigmático. Había allí algo más, que una asociación con la fiesta mexicana del 1º de noviembre, que me llamaba poderosamente la atención. Brutti, sporchi e cattivi, el memorable film de Ettore Scola, solo hace de contrapunto romano grotesco (probablemente a los fines editoriales) a las historias narradas pacientemente por Vera Fogwill, en su primera novela publicada.
Historias que contienen profundas historias, concebidas por la obra y la gracia de una joven mujer que está detenida - sabiendo sobre la verdad, a secas - en un tiempo real out of the time, que va entre la vida y la muerte. Vidas que van corriendo en paralelo, sin esconder la singularidad trágica que atraviesa a cada una de ellas. Vidas que se van cruzando en el camino, entrelazando la trama de esa ciudad llamada Buenos Aires, la ciudad de la furia. Vidas que se van viviendo en ese transcurrir del mundo de hoy, donde ciertamente se escucha cada vez menos humanidad y cada vez más canción animal. Una época de crueldad expuesta sin velos a cielo abierto; un mundo perverso, más allá de las versiones del padre de hoy, que se anuda a insólitas teorías sobre el devenir humano, que no hace más que errar en una repetida errancia, sin fin y sin sentido. 
Por suerte, está el deseo, diría el psicoanalista. Por suerte, en toda la novela de cabo a rabo, también está lo que Vera Fogwill denomina, el impulso. “El motivo” (como el título del tango), es lo único que nos mantiene vivos. En esos breves ensayos sobre la vida, Nadia, Alma, Raymundo, Jonhatan, Sonia, Diosnel, y todos los corifeos que relanzan el relato, conjugan sus deseos con el verbo de la intensidad de lo vivido, de cierta fiebre vital, en la que muy tranquilamente podrían llegar a decir: todos morimos de vivir.
En esos abismos donde todo puede pasar, muy porteña y tan global, la vida es una herida absurda, aunque no por eso dejan de producirse los encuentros. La tyche, el encuentro con lo real, eso que hace que la vida cambie de una vez y para siempre, toma diversas modalidades narrativas. Como un vómito surgido súbitamente de la entraña; como la contemplación de una sabia guaraní en medio de su rezo; como esos signos que se nos presentan para ser leídos, hay en Buenos, limpios y lindos una voracidad que se juega hasta el límite, un exceso que nunca se detiene, una crudeza impar que se siente en el cuerpo, tal como una pulsión realizando su recorrido. Great power of panocha, la femineidad se pone bien al palo, para el fantasmal terror varonil: bellas vaginas dentadas que todo lo succionan y sin más se lo comen.
Volviendo al deseo en estos tiempos, Vera Fogwill lo concibe como el único lugar que nos queda de privacidad, eso íntimo, únicamente propio, allí donde se puede ser algo; un espacio al que se llega habiendo sufrido, luego de haber pasado por otros. Por los padres y las familias, por los partenaires y la sexualidad, por el mundo y el trabajo.
De la dimensión de lo real, quedaría por investigar sobre lo que se nos impone en la conciencia, eso que a veces, nos viene todo el tiempo, más allá de nosotros mismos, que nos conmueve, que definitivamente nos despierta, como le sucede a la narradora con los flashes de las vidas de los otros. Como esa película de nuestra vida, según dicen, que se ve antes de morir, también las canciones de Gustavo Cerati se le vienen a la protagonista, despertándola en medio de la madrugada, llevándola sin escalas a otros mundos. Los sueños, la telepatía, el orden de lo oculto, hoy no gozan de buena prensa entre los psicoanalistas, pero son hechos que tanto Freud como Lacan intentaron articular a nuestra experiencia psy/spy.
La novela de Vera Fogwill, concluye con un agradecimiento especial a su padre, quien aún sigue, sin intención, enseñándole a pensar. En la lectura descubrí dónde me encontré concernido: toda la gente se transforma en otra y reencarna en sí misma cuando alguien muere. Porque también de alguna manera murieron. Quique nació en Quilmes; Orlando murió en Quilmes; ambos tenían la piel blanca y los ojos celestes, y fueron buenos, limpios y lindos.   


Diego Timpanaro.
Diciembre 2013.