viernes, 26 de abril de 2013

Literarias: Umberto Eco: "Internet es un mundo salvaje y nocivo"








01/07/2012Por Luis Antonio Giron




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Umberto Eco: "Internet es un mundo salvaje y nocivo"






Umberto Eco vive con su mujer en un dúplex de un edificio antiguo, justo enfrente del castillo Sforzesco, el punto turístico más vistoso de Milán. «Me despierto todos los días ante el Renacimiento», dice Eco. Esta enorme fortificación que se alza ante sus ventanas fue inaugurada por el duque Francisco Sforza en el siglo XV y siempre está abarrotada de turistas. Ante ella vive el intelectual y novelista más famoso de Italia.


Uno de los pisos de Eco está dedicado al despacho y a la biblioteca. Cuatro salas repletas de libros, divididas por temas y por autores. La sala donde trabaja es pequeña. Abriga lo que él llama «ala de las ciencias prohibidas», como ocultismo, sociedades secretas, esoterismo y brujería. Allí se encuentran las fuentes de las novelas más populares de Eco: El nombre de la rosa (1980), El péndulo de Foucault (1988), La isla del día de antes (1994), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la reina Loana (2004) o El cementerio de Praga. Publicada en 2010, esta última desató una gran polémica por abordar de forma humorística un asunto tremendamente serio: la aparición del antisemitismo en Europa. Por motivos diversos protestaron la Iglesia católica y el rabino de Roma. La primera porque Eco ridiculizaba a los jesuitas («son masones con faldas», dice el personaje principal, el odioso escribano Simone Simonini). El segundo porque estimaba que las teorías conspiratorias forjadas durante el siglo XIX podrían generar una ola de odio hacia los judíos.


Desde el inicio de su carrera, allá por 1962, con el ensayo estético Obra abierta, Eco siempre ha buscado provocar este tipo de reacciones. Incluso a sus 80 años recién cumplidos, no parece haber perdido el gusto por el ruido.


XLSemanal. ¿Cómo se siente usted al cumplir los 80 años?


Umberto Eco. ¡Mucho más viejo! [Se ríe]. Nos vamos convirtiendo en gente importante con la edad, pero lo cierto es que no me siento ni importante ni viejo. No puedo quejarme de llevar una vida rutinaria. Mi vida es muy agitada.


XL. Sigue plenamente activo...


U.E. Todavía mantengo una cátedra en el departamento de Semiótica y Comunicación de la Universidad de Bolonia y continúo orientando a doctorandos y posdoctorandos. Doy conferencias por todo el mundo. Acabo de regresar de una megaexcursión por Estados Unidos. Casi me costó un brazo. Sufro tendinitis de firmar tanto autógrafo en libros.


XL. Usted ha sido siempre uno de los más acérrimos defensores del libro en papel. Mantiene la tesis de que el libro nunca desaparecerá. Pese a la progresiva popularización de los lectores digitales y las tabletas, ¿mantiene la misma convicción sobre el futuro del papel?


U.E. Soy coleccionista de libros. Defendí la supervivencia del libro junto con Jean-Claude Carrière en el volumen Nadie acabará con los libros. Lo escribimos por motivos estéticos y gnoseológicos [relativos al conocimiento]. El libro sigue siendo el medio ideal para aprender. No necesita electricidad y puedes subrayar todo lo que te parezca. Considerábamos imposible leer textos en el monitor de un ordenador. Pero de eso hace ya unos dos años...


XL. ¿Es que ha cambiado de opinión?


U.E. En mi último viaje por Estados Unidos tenía que llevar conmigo 20 libros y mi brazo no estaba para muchos trotes. Por eso acabé por comprarme un iPad. Fue útil para transportar tantos volúmenes. Empecé a leer con el aparato ese y no me pareció tan malo. De hecho, me encantó. Así que ahora leo mucho con el iPad, ¿se lo puede creer? Pues sí. Incluso así, creo que las tabletas y los e-books sirven más como auxiliares de lectura. Son más prácticos para el entretenimiento que para el estudio. Me gusta subrayar y escribir notas, interferir en las páginas de un libro. Eso todavía no es posible con una tableta.


XL. A pesar de su vertiginosa evolución, ¿ve usted Internet como un peligro para el saber?


U.E. Internet no selecciona la información. Hay de todo por ahí. La Wikipedia presta un antiservicio al internauta. El otro día publicaron algunos chismes sobre mí y no me quedó más remedio que intervenir y corregir varios errores y absurdos. Internet todavía es un mundo salvaje y peligroso. Todo surge ahí sin jerarquía. La inmensa cantidad de cosas que circulan por la Red es mucho peor que la falta de información. El exceso de información provoca la amnesia. Demasiada información hace mal. Cuando no recordamos lo que aprendemos, acabamos pareciéndonos a los animales. Conocer es cortar y seleccionar.


XL. Sin embargo, reconocerá que, gracias a Internet, el conocimiento se hace más accesible.


U.E. Sí, eso es cierto. Si uno sabe qué sitios y bancos de datos son de confianza, entonces sí, tendrás acceso al conocimiento. Ahora bien: usted y yo, que gozamos de cierta riqueza de conocimientos, podemos aprovechar mejor Internet que aquel pobre señor que está comprando salami en la charcutería de ahí enfrente. En ese sentido, la televisión era útil para el ignorante, porque seleccionaba la información que él podría precisar, aunque fuera información estúpida. Internet es un peligro para el ignorante porque no filtra nada. Solo es buena para quien ya conoce y sabe dónde está el conocimiento. A largo plazo, el resultado pedagógico será dramático. Veremos multitudes de ignorantes usando Internet para las estupideces más diversas: juegos, conversaciones banales y búsqueda de noticias irrelevantes.


XL. ¿Existe alguna solución para que no nos aturda el exceso de información?


U.E. Sería necesario crear una teoría sobre el filtraje de la información. Una disciplina que fuera práctica, basada en la experimentación cotidiana con Internet. Ahí queda una sugerencia para las universidades: elaborar una teoría y una herramienta del filtro que funcione por el bien del conocimiento. Conocer es filtrar.


XL. ¿Ya está pensando en su nueva novela?


U.E. Vamos con calma. No tengo mucho tiempo para ficción en este momento. La verdad, quiero ocuparme ahora de mi autobiografía intelectual. La Library of Living Philosophers, una institución norteamericana, me invitó a revisar mi trayecto filosófico. Es una propuesta que me llena de orgullo porque pasaré a formar parte de un proyecto que incluye a John Dewey, Jean-Paul Sartre y Richard Rorty, aunque en realidad yo no soy un filósofo. Desde 1939, el instituto invita a un pensador vivo a relatar su recorrido intelectual en un libro. El volumen incluye ensayos de varios especialistas sobre los diversos aspectos de la obra del invitado. Al final, este responde a las dudas y a las críticas que se han recogido. El desafío es sistematizar de una forma lógica todo lo que he hecho hasta hoy.


XL. Se antoja una tarea ingente. ¿Cómo se las apañará para lidiar con todas las facetas de su trabajo?


U.E. He comenzado por mi interés constante, desde los comienzos de mi carrera, por la Edad Media y las novelas de Alessandro Manzoni. Después vinieron la semiótica, la teoría de la comunicación, la filosofía del lenguaje. Y está también el lado prohibido, el de la teoría ocultista, que siempre me ha fascinado. Tanto que poseo una biblioteca dedicada en exclusiva al tema. Adoro todo lo que rodea a lo falso. De hecho fue así, recogiendo montones de teorías extrañas, como llegué a la idea de escribir El cementerio de Praga.


XL. Entre esas teorías destaca Los protocolos de los sabios de Sion, el libelo antisemita que habla de una supuesta conspiración judía para controlar el mundo. ¿Cómo llegó a meterse tan a fondo en un documento tan controvertido para crear ficción?


U.E. Yo quería investigar la razón que llevó a los europeos civilizados a esforzarse por construir enemigos invisibles en el siglo XIX. El enemigo siempre figura como una especie de monstruo: tiene que ser repugnante, feo y maloliente. De algún modo, lo que causa repulsa en el enemigo es algo que forma parte de nosotros mismos. Es esa la ambivalencia que perseguí en El cementerio de Praga. Nada más ejemplar que la elaboración de las teorías antisemitas que acabarían por desembocar en el nazismo del siglo XX.Investigando constaté que el antisemitismo tiene una raíz religiosa, luego deriva hacia un discurso de izquierda y, finalmente, da un giro hacia la derecha para convertirse en la prioridad de la ideología nacionalsocialista.


XL. Sin embargo, el origen del antisemitismo es muy anterior...


U.E. Arrancó en la Edad Media a partir de una visión cristiana y religiosa. Los judíos eran estigmatizados como los asesinos de Jesús. Esa visión llegó a apogeo con Lutero. Él predicaba a favor de que los judíos fueran prohibidos. Los jesuitas también jugaron su papel en todo esto. En el siglo XIX, los judíos aparentemente integrados en Europa comenzaron a ser satanizados por su riqueza. La familia de banqueros Rothschild, establecida en París, se convirtió en el blanco del rencor social y de los predicadores del socialismo. Descubrí los textos de Leo Taxil, discípulo del socialista utópico Fourier. Él inauguró una serie de teorías sobre la conspiración judaica y capitalista internacional que daría como resultado Los protocolos de los sabios de Sion, texto forjado en el año 1897 por la policía secreta del zar Nicolás II.


XL. El antihéroe de El cementerio de Praga Simone Simonini es antisemita, anticlerical, anticapitalista y anticomunista. ¿Cómo ideó a alguien tan abominable?


U.E. Los críticos dijeron que Simonini es el personaje más horroroso de la literatura de todos los tiempos, y no me queda más remedio que darles la razón. También es muy divertido. Sus excesos provocan tanto la risa como la rabia.


XL. Además de falsificador, Simonini es un gourmet. ¿Es un reflejo de sus gustos personales?


U.E. ¡Yo soy de McDonald's! Nunca me preocupó mucho la comida. Busqué recetas antiguas con el objetivo de causar repugnancia en el lector. La gastronomía es un elemento negativo en la composición del personaje. Cuando Simonini discurre sobre platos exquisitos, la intención es que al lector se le revuelva el estómago.


XL. Philip Roth dice que la literatura ha muerto. ¿Qué opina usted?


U.E. Roth es un gran escritor. Si seguimos contando con autores de su talla, seguro que a la literatura le queda mucha vida por delante. Él publica una buena novela casi por año. No me parece que ni la novela ni el propio Roth pretendan interrumpir su carrera [se ríe].


XL. ¿Defiende, entonces, la vigencia absoluta de la novela?


U.E. Escribir ficción sigue teniendo todo el sentido del mundo. Ha habido un retroceso, eso sí, hacia la narrativa lineal y clásica. Yo comencé a escribir ficción, precisamente, en ese contexto de restauración de la 'narratividad' llamado posmodernismo. Soy considerado un autor posmoderno, y estoy de acuerdo con la consideración. Me muevo entre las formas y los artificios de la novela tradicional. La novela es la realización máxima de la narratividad. Ella abriga el mito, la base de nuestra cultura. Contar una historia que emocione y transforme a quien la absorbe es algo que se transmite entre padres e hijos, del novelista a su lector, del cineasta a su espectador. La fuerza de la narrativa es más eficaz que cualquier tecnología.


XL. Usted creó lo que se podría llamar 'novela negra erudita'. ¿Sigue siendo válido este modelo?


U.E. En El nombre de la rosa combiné erudición y novela de suspense. El libro ayudó a crear un tipo de literatura que veo con buenos ojos. Hay muchas cosas interesantes. Me gusta Arturo Pérez-Reverte, con sus fantasías que recuerdan a las aventuras de Dumas y Emilio Salgari que yo leía de niño.


XL. Leyendo a seguidores suyos, como Dan Brown, ¿no se arrepiente a veces de haber creado este género?


U.E. ¡A veces, sí! [Se ríe]. Dan Brown me irrita profundamente porque parece un personaje inventado por mí. En lugar de asumir que las teorías conspiratorias son falsas, Brown las da por verdaderas, poniéndose del lado del personaje, sin cuestionar nada. Es lo que hizo en El código Da Vinci. Es el mismo contexto de El péndulo de Foucault. Pero él parece que prefirió acercarse a la historia para simplificarla. Eso provoca una oleada de mitificaciones. Hay muchos lectores que se creen todo lo que Dan Brown escribe, aunque, la verdad, no puedo criticarlos por ello.


Vida en familia del escritor Umberto Eco, con la flauta, y su esposa Renate, con la guitarra, interpretan un dueto musical. Al fondo, los observa su hijo. La imagen es de 1983.


Fuente:


jueves, 18 de abril de 2013

Psicoanálisis: Estar disponible


Texto tomado del Página 12, de hoy, espero que les guste.


La “atención flotante” que Freud prescribe a los psicoanalistas es –para el autor de este texto– manifestación de un valor que se llama disponibilidad y que “no se ha desarrollado porque alteraría demasiado el edificio occidental del dominio de sí”. En China, en cambio, “la disponibilidad está en el principio del comportamiento del Sabio”, ya que “la capacidad de conocimiento tiene como condición el vaciamiento de la mente: conocer no es hacerse una idea de algo, sino volverse disponible a algo”.







 Por François Jullien *
“Disponibilidad” es una noción que permanece subdesarrollada en el pensamiento europeo: se la refiere a los bienes, posesiones y funciones, pero casi no tiene consistencia del lado de la persona o del sujeto. A lo sumo, es un término del escritor André Gide: “Toda novedad debe encontrarnos siempre enteramente disponibles”. Dado que no pertenece al orden de la moral ni tampoco al de la psicología, no es prescriptiva (o, si lo es, no podríamos precisar de qué) ni tampoco explicativa, por lo tanto no puede pensarse ni como virtud ni como facultad, que son los dos grandes pilares sobre los cuales hemos erigido nuestra concepción de la persona en Europa. La noción de disponibilidad queda en el estadio de la vaga exhortación, o se vierte en el subjetivismo y su emoción fácil, el mismo que mancha también la frase gideana. En suma, no ha ingresado en una construcción efectiva de nuestra interioridad. La posibilidad de que, a partir de ella, se elabore una categoría completa, ética y cognitiva a la vez, nunca se desarrolló.
¿Por qué ese subdesarrollo? ¿No será que, para promover la disponibilidad como categoría a la vez ética y cognitiva, haría falta que saliéramos del viejo tándem de la moral y la psicología, de las virtudes y facultades, y modificáramos profundamente la concepción misma de nuestro ethos? (N. de la R.: Este término suele referirse al conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad.) Porque, discretamente, sin estridencias, deslizada incidentalmente entre nuestras frases, esa noción no deja de entablar una revolución. Socava el andamiaje en función del cual nos representamos: el sujeto pasa a concebirse ya no como pleno, sino como hueco. Para el sujeto se trata, nada menos, que de renunciar a su iniciativa de “sujeto”: un sujeto que presume y proyecta, elige, decide, se fija fines y se procura los medios. Si renuncia momentáneamente a ese poder de dominio, a lo cual lo invita la disponibilidad, entonces teme que la iniciativa de la que se vale no tenga límites y se vuelva intempestiva; que le cierre el paso a la “oportunidad”, lo bloquee en una conversación estéril consigo mismo y ya no lo deje acceder a nada. Pero, ¿acceder a qué? Justamente, no sabe “a qué”. Si el sujeto renuncia a su propia herencia, si desconfía de su propiedad, es porque presiente que el privilegio que se confiere a sí mismo, atándolo a sí mismo, lo encierra dentro de límites que ni siquiera puede sospechar.
Que es preciso abstenerse de privilegiar nada, presumir o proyectar nada; que por lo tanto es preciso mantener en pie de igualdad todo lo que se escucha para no dejar pasar el menor indicio que pondría sobre la pista, por más incongruente (inesperado) que parezca; que por consiguiente es preciso mantener la atención difusa y no focalizada, es decir, no regida por alguna intencionalidad, éste constituye el primer consejo que Freud le dirige al psicoanalistas (“Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, 1912). En el fondo, es el único que hay que observar. Porque todos los demás, de cerca o de lejos, conducen a él. La noción de “disponibilidad” no aparece allí, pero me parece que la reflexión de Freud gira alrededor de ella, e incluso diría que es aquello que aporta como su verdad.
Freud llega a ese punto por un interés estratégico, puesto que se trata de abrir una primera brecha en el sistema de defensa del paciente. No obstante, esa concepción de una captación que se realiza por desprendimiento alteraría demasiado todo el edificio occidental del dominio de sí como para ser abordada por él más explícitamente. Y Freud se interna en ese camino con extrema prudencia, en puntas de pie. Expone una fórmula que retomará varias veces: “atención flotante” o, traduzcamos del alemán con más precisión, “sobrevolando en igual suspenso”. La fórmula es paradójica: “atención” pero “flotante”: la mente se dirige hacia, se tiende hacia, pero sin nada en particular a lo cual estaría atenta. Se concentra (atención), pero sobre todo a la vez (dispersión). Que Freud no pueda expresar sino en una fórmula que roza la contradicción la primera regla práctica del psicoanalista ya deja ver bastante bien hasta qué punto ésta socava nuestro credo teórico, que realza las facultades (del conocimiento) y su capacidad de “control”.
¿Qué sería una atención que, sin embargo, se abstiene a su vez de concentrarse? O bien, ¿qué es una atención, pero que no se deja conducir por su intencionalidad? Al mismo tiempo que está atenta, desconfía del objeto de su atención. Porque desconfía sobre todo de aquello que, en lo que dice el analizante, le interesaría de entrada y la acapararía y, por ello, la haría pasar de largo; desconfía de aquello que le hablaría al oído al psicoanalista (en el sentido familiar, interesado, de “eso me suena”) y le impediría conservar el oído abierto, vigilante, y escuchar efectivamente.
Ya que resulta evidente que, al promover la figura autónoma del sujeto y su estructuración interior pensada a partir de sus facultades, el pensamiento occidental ha obstaculizado una capacidad de apertura semejante –salvo por un tratamiento reactivo y compensatorio en un plano místico–, ¿no es ya tiempo de buscar otras perspectivas? Pero la noción de disponibilidad sólo puede ser pensada como una manera de operar. Ars operandi: ya no separar lo ético y lo teórico de lo estratégico o, como sucede en el pensamiento chino, no separar la sabiduría de la eficacia. Es que, en China, la disponibilidad resulta ser el fondo mismo del pensamiento.

Sabio sin yo

La disponibilidad está en el principio mismo del comportamiento del Sabio: es anterior a todas las virtudes. Aunque es un principio que no es principio: erigir la disponibilidad como principio la contradeciría, por la misma razón que la disponibilidad es una disposición sin disposición fija. En esto concuerdan, ya sea que la aborden desde una u otra perspectiva, todas las escuelas chinas desde la Antigüedad (lo que denomino un fondo de acuerdo del pensamiento). E incluso resumiría la enseñanza del pensamiento chino de la siguiente manera: es sabio quien sabe acceder a la disponibilidad; con eso basta. Por tal motivo, el pensamiento chino nos sorprende con su antidogmatismo (aunque lo compense el ritualismo).
Podemos empezar por aproximarnos negativamente a la disponibilidad, tal como en esta fórmula de las Analectas de Confucio (IX, 4): “Cuatro cosas que el maestro no tenía: ni idea, ni necesidad, ni posición, ni yo”. La evidencia china (digo “evidencia” porque no es algo cuestionado) es que tener una idea o, mejor dicho, exponer una idea, ya implica dejar a las otras en sombras; es privilegiar un aspecto de las cosas en detrimento de otros y caer por ello en la parcialidad. Porque toda idea expuesta es al mismo tiempo un prejuicio sobre las cosas, que impide considerarlas en su conjunto, en un mismo plano y con equidad. Se ha entrado en la preferencia y la prevención. En efecto, hay que leer la fórmula en su continuidad. Si exponemos una “idea”, se nos impone entonces una “necesidad” (un “hay que” proyectado sobre la conducta); a consecuencia de este “hay que” al cual obedecemos, resulta una posición fijada en la que la mente se estanca y ya no evoluciona; por último, de ese bloqueo en una “posición” adviene un “yo”: un yo fijo en su surco y que presenta un carácter. Ese “yo”, preso de su “posición”, ha perdido su disponibilidad. Pero la fórmula también hace un círculo: debido a que el comportamiento se fijó en un “yo”, ese yo expone una “idea”, etcétera.
En las Analectas de Confucio, abundan las fórmulas en ese sentido: el hombre de bien es “completo” (II, 14), es decir que no pierde de vista la globalidad, no deja que el campo de los posibles se restrinja por ningún lado. No “se empeña a favor ni en contra”, sino que “se inclina” hacia lo que llama la situación (IV, 10). O bien, dice Confucio acerca de sí mismo, “no hay nada que pueda o no pueda hacer” (XVIII, 8). Dicho de otro modo, el Sabio mantiene abiertas todas las posibilidades, sin excluir a priori ninguna, y se mantiene dentro de lo componible. Por tal razón, no posee un carácter y no se lo podría calificar: sus discípulos no saben qué decir de él (Analectas, VII, 18). O bien cuando se clasifica a los sabios en categorías –por un lado, los intransigentes, que se niegan a sacar siquiera un poco la mano por el bien del mundo, y por otro lado, los acomodaticios, dispuestos a cualquier compromiso para salvarlo–, ¿qué dirán de Confucio? ¿Es intransigente? ¿Es acomodaticio? ¿Dónde ubicarlo (qué “posición” atribuirle) en esa tipología? Mencio responderá que “la sabiduría es el momento”: tan intransigente como los más intransigentes cuando conviene; tan acomodaticio como los más acomodaticios, también cuando conviene. Ya no está ligado a una u otra postura, sólo el “momento” sirve de referencia. Porque la “sabiduría” no tiene un contenido que la oriente o la predisponga; o bien no tiene otro contenido que volverse disponible en ocasión del momento, renovándose incesantemente.
Vemos así que el “justo medio”, un tema tedioso como pocos y que creeríamos que se deriva de la sabiduría popular, sale al fin de su chatura. Adquiere un relieve inesperado. Ya no es banal, sino radical. Ya no consiste en quedarse en un ámbito endeble, miedoso, a medio camino entre los opuestos y temiendo el exceso (“ni tanto ni tan poco”, como dice el refrán); evitando prudentemente aventurarse tanto hacia un lado como hacia el otro y afirmar fuertemente su preferencia. “Mediocridad” que no es “dorada”, como escribió Horacio (Aurea mediocritas), sino opaca, gris. En cambio, el justo medio, para quien sabe pensarlo con rigor (Wang Fuzhi) es poder hacer tanto lo uno como lo otro, ser capaz tanto de un extremo como del otro. Tres años de luto por la muerte del padre, nos dicen, no es demasiado; aunque beber copas sin medida durante un banquete tampoco es demasiado –de ningún modo exagero–. El riesgo consiste más bien en estancarse en un lado y que se nos cierre la otra posibilidad. En oposición a ello, la disponibilidad consistirá en mantener el abanico completamente abierto –sin rigidez ni evasión– de manera de responder plenamente a cada solicitación que surge. Plenamente quiere decir: sin dejar de lado ni desatender nada, porque ningún carácter o sedimentación interior habrá de obstaculizar esa ductilidad.
El pensamiento chino supo percibir especialmente la diferencia que hay entre “estar en el medio” y “estar ligado al medio”. Por un lado están aquellos que no sacrificarían un pelo por el bien del mundo, y por el otro aquellos que están dispuestos a hacerse masacrar por su salvación: un “tercer hombre”, que está en el medio de esas posturas adversas, parece “más próximo” (Mencio). Pero “estar ligado a ese medio sin sopesar la diversidad de los casos es aferrar una sola posibilidad” y “dejar ir otras cien”; y por lo tanto es “arruinar el camino”. Desde el momento en que nos atenemos a una posición, se fija un “yo”, el comportamiento se estanca, algún imperativo o algún “hay que” se estabiliza y ya no estamos en armonía: la plenitud pierde su amplitud y ya no reaccionamos a la diversidad que se ofrece. Porque la disponibilidad, como disposición interior que se abre a la diversidad, va acompañada de la oportunidad: está disponible aquel que sabe –como también dijo Montaigne aunque sin convertirlo en disposición del conocimiento– “vivir en buen momento”.
Este pensamiento, como dije, no es privativo en China de una escuela particular, y la misma capacidad de conocimiento tiene como condición el vaciamiento de la mente: el “conocer” chino no es tanto hacerse una idea de algo cuanto volverse disponible a algo. Se produce una purgación interior, no por medio de la duda que elimina los prejuicios, sino mediante un abandono generalizado, que se efectúa no a nivel del intelecto sino del comportamiento. De allí surge el desprendimiento, que le da su amplitud al acceso. Hay que cuidarse de dejar que la mente se vuelva una mente “dada”, dice Zhuangzi. Una mente dada, rígida, constituida, cuya actividad entonces se paraliza y que se encierra dentro de su perspectiva, se vuelve sin saberlo un punto de vista. Porque la primera exigencia, ya sin proyectar una preferencia o una reticencia, es mantener todas las cosas “en pie de igualdad”. Es incluso porque sabe mantener todo en un pie de igualdad, como muestra pertinentemente Zhuangzi, y está en condiciones de remontarse al fondo indiferenciado, “del tao”, de donde brotan todas las diferencias, que el Sabio está en condiciones de acoger la menor diferencia en su oportunidad, sin reducirla ni dejarla pasar. El “yo”, que deja de ser un obstáculo (lo que significa “perder su yo”, wang wo), puede escuchar entonces todas las músicas del mundo, diversas como son, en su espontáneo ser “así”, a placer, acompañando su despliegue singular.
* Texto extractado de Cinco conceptos propuestos al psicoanálisis, que distribuye en estos días. Ed. El Cuenco de Plata.

martes, 2 de abril de 2013

Cine: Amantes criminales (título original: Les amants criminels) François Ozon


Es una película francesa dirigida por François Ozon en 1999. Según el autor, el filme es una recreación moderna del cuento de Hansel y Gretel.


Argumento

Alice (Natacha Régnier) y Luc (Jérémie Rénier) son una pareja de jóvenes franceses cuya relación no va bien, debido en gran medida a la falta de motivación sexual de Luc. Alice convence a Luc para asesinar a Saïd, un compañero de clase, haciendo creer a Luc que Saïd la ha violado y tomado unas fotografías del acto. Tras cometer el asesinato, buscarán un lugar donde enterrar el cadáver y, de camino, robarán en una joyería. Tras enterrar el cuerpo en un bosque, se encuentran perdidos, al no poder encontrar el camino de vuelta. Allí se encontrarán con un misterioso personaje, el «hombre del bosque», que los retendrá y mantendrá secuestrados en su cabaña, en condiciones infrahumanas. Pasado un tiempo, el hombre del bosque empieza a forzar a Luc a mantener relaciones sexuales, en las que este descubrirá que la causa de sus problemas sexuales con Alice era su homosexualidad.


Premios y nominaciones

  • 2000: Gran Premio del Jurado en el L. A. Outfest para François Ozon.
  • 2000: Premio a la Mejor Actriz en la Semana Internacional de Cine Fantástico de Málaga para Natacha Régnier.
  • 1999: Nominación al Golden Bayard del Namur International Festival of French-Speaking Film para la película.
  • 1999: Premio al Mejor Guion del Festival de Cine de Sitges para François Ozon.
  • 1999: Nominación como Mejor Película del Festival de Cine de Sitges

AÑO1998
DURACIÓN
95 min.
PAÍS
DIRECTORFrançois Ozon
GUIÓNFrançois Ozon
MÚSICAPhillippe Rombi
FOTOGRAFÍAPierre Stoeber
REPARTONatacha RégnierJérémie RenierMiki ManojlovicSalim KechioucheYasmine Belmadi
PRODUCTORAFidélité Productions
PREMIOS1999: Festival de Sitges: Sección oficial largometrajes a concurso
GÉNERODramaThriller | Crimen