viernes, 18 de octubre de 2013

Cine: Blue Jasmine, por Silvia Russo psicoanalista y colaboradora de este blog

DESTRUIR.
DESTRUCCIÓN.
DESTRUÍDO.
Woody, qué genio retratando miserias. Se movilizan las fibras de nuestra intimidad con este film.
Me sucedió, anteriormente, con Match Point, por ejemplo.
El costo rasante, pesado, contundente de la acción y el momento de elección del sujeto, o lo que se pueda subjetivar de alguien llevado hacia un fuera de sí.
Qué cosa. Se pueden hacer muchas cosas con una misma situación.
De lo que no se vuelve es de la destrucción, y la vemos cuasi muerta, repitiendo a pesar de querer una nueva vida. Cuánto más lo afirma, más niega. Cuánto más niega, más explota ese campo minado de la vida que sembró.
Ella es tan nerviosa. Tan caótica en su elegancia terca y en decline. Tiene ofertas para ser, pero qué difícil cuando el capricho sigue siendo el alimento y se es objeto alienado, convidado de piedra al propio escenario.
Rota. Rompe. Desintegrada. Loca. Esconde.
Un precio, por todo pagamos. Ella no quiere pagar?
Las señoras a mi lado dicen que Allen se confundió, hizo algo poco entendible, mientras toman el café entre anillos y una tarde sin maridos. Qué bodrio, dicen.
Qué rabieta parece darles esta peli... "Uno cree que porque es él, te asegura una buena película para ver". Claro, enoja un poco, no quedar satisfechas.
La protagonista, de pronto, se me antoja muy cercana, lástima que no me guiñe un ojo por hablarse sola, que no pueda hablar.
En el consultorio, en la vida, la destrucción estragosa deja marca, y no siempre a través de un rato cinéfilo de feriado de lunes.
Vuelvo a casa a escuchar Blue Moon.



miércoles, 16 de octubre de 2013

Psicoanálisis: Sueños quilmeños por Diego Timpanaro

Un querido amigo y colega el psicoanalista Diego Timpanaro me hizo llegar este texto, que comparto. Espero lo disfruten.


Sueños quilmeños

Acabo de leer el último libro de Fogwill, La gran ventana de los sueños.
El último libro de Fogwill: inédito, como dice la etiqueta del libro, siguiendo los designios del marketing de los editores, y póstumo. Probablemente Rodolfo Enrique se esté burlando, allí donde esté, de eso que ahora lo presenten como un gran escritor… una vez muerto.
Inédita y póstuma, La gran ventana de los sueños, efectivamente es una obra en la que tal vez el tiempo y la vida no estuvieron ausentes para decir que haya sido escrita ein andere schauplatz, desde otra escena, en otro escenario, como nos enseñara Freud.
Con este señor punk me encontré a principios de los ’90, con la lectura de Una pálida historia de amor, que más allá de ser una novela de mujeres poseídas, en ciertas poses de la llamada femineidad, la ficción porta cierta tonalidad que hacía de eco a las vivencias de la muchachada de los arrabales del Sur, que he conocido. 
Luego, lo retomé en la biblioteca de mi mujer, siguiendo las aventuras de José María Perez Largo, quien practicaba el arte de la marcha, y la suerte quiso que se detuviera a escribir sus vivencias andando por el mundo con una subjetividad criolla. La suerte también acompañó a Fogwill, que lo pudo conocer, y que finalmente editó y tituló La buena nueva, a esa autobiografía del caminante. El escritor César Aira decía: es una novela, más que buena, excelente. Hace pensar en una literatura distinta para Argentina.
Pero bien, dejemos la crítica literaria para los que saben y se dedican a ello, vuelvo a Fogwill. Y a los sueños.
A Quique, el sociólogo, no llegué a conocerlo personalmente, me quedé con las ganas. En agosto de 2010 estaba por volver de visita a Quilmes para presentar sus cosas en un ciclo de poesía, que organizaban un viejo librero y un poeta que me invitaba a compartir la ocasión. Tuvo el malgusto de morirse antes. Como suele decirse, un verdadero poeta maldito.
Me fui enterando en distintas conversaciones, a partir de los relatos de quienes lo frecuentaron, de diferentes episodios y aspectos de su vida: algunas residencias en el extranjero, traducciones suyas, la compra de una embarcación, sus cuasi delirantes cuestiones con el dinero, particularidades de sus relaciones amorosas, adorables posiciones políticamente incorrectas, anécdotas de su vida quilmeña, la solidaridad con sus amigos, sus colecciones de boarding-pass, la singularidad de su estilo de vida, su trabajo para que el sabor del encuentro, se transforme en hazaña publicitaria; un personaje mucho más original que cualquier vano intento de ficción.     
Respecto de los sueños, Fogwill coincide con Lacan sobre el olfato: no hay relación. Dirá el primero: El olfato es la única de las seis o siete facultades perceptuales que no aparece en mis sueños ni en los sueños que he consultado hasta ahora. Por lo que sé, no se sueñan sensaciones olfativas, y, tal vez a causa de ello, tampoco se detectan referencias a olores, ni relatos de sueños o de escenas de sueños en los que un registro olfativo desempeñe alguna función en su trama.
Por su parte, en La dirección de la cura y los principios de su poder, Lacan afirma: …las investigaciones siguen siendo raras, si no pobres, sobre el espacio y el tiempo en el sueño, sobre su textura sensorial, sueño en colores o atonal, ¿y lo oloroso, lo sápido y el grano táctil llegan a él, si lo vertiginoso, lo túrgido y lo pesado están?, Freud no los toca. Decir que la doctrina freudiana es una psicología es un equívoco grosero.
Si bien las afirmaciones son autorizadas, en lo personal algo me huele, casi naturalmente, opinable. Para medio decirlo mejor: tengo sueños con olores. Desde niño, percibo en sueños el olor al cloro, ese que ponen en las piletas de natación para purificar el agua; ya desde más grande, siento de un modo bien definido el olor de la malta transformándose en cerveza, un olor muy singular del barrio donde me crié.
De cualquier manera, somos muchos de este lado del mundo, que sin conocer a ciencia cierta todas las cuestiones relativas al funcionamiento del fenómeno onírico, contemplamos los sueños como lo hacían los antiguos: con un cierto dejo reverencial, a veces los escribimos en un cuaderno, suponiendo que aún conservan algo de su verdad para quien los cuenta.
El sueño, ese otro escenario, desde el cual podemos escucharnos en verdad, donde se revela del modo más absoluto la creatividad de cada soñador, allí donde lo más singular pulsa desde remotos orígenes por hacerse sentir, no solamente es la materia cotidiana de nuestro trabajo -la vía regia-, sino que también es una oportunidad única para que cada uno pueda soñar con su propio estilo de soñar.
Como bien lo dice, Fogwill.




Diego Timpanaro
10 de mayo de 2013.