domingo, 20 de septiembre de 2015

Psicoanálisis: EL FUROR MORTAL DE LAS HERMANAS PAPIN.

A comienzos de 1933, el asesinato, en circunstancias atroces, de dos mujeres por sus criadas sacudió a Francia. Sin entender nada, los periódicos siguieron con malestar el suceso, y, una vez sentenciado, respiraron y echaron tierra sobre él. Pero psicólogos, psicoanalistas, juristas, poetas, cineastas y dramaturgos lo desenterraron. Un delincuente habitual con pasión de escritor, como  llaman algunos  a Jean Genet, se inspiró en el suceso y concibió uno de los pocos ritos trágicos genuinos del teatro contemporáneo: Las criadas.
En el margen acerca al lector un sumario relato del caso, ciertas ramificaciones del caso en el arte y un resumen del informe que el doctor Le Guillant publicó en 1964 en la revista. Les Temps Modernes. También la película alusiva titulada: Sister my sister, dirigida por Nancy Meckler y escrita por  Wendy Kesselman.
Helga Fernández, edición.

El 2 de febrero de 1933, al anochecer, el señor Lancelin -abogado y vecino de la pequeña ciudad de Le Mans, al noroeste de la llanura central de Francia- corrió alarmado a su domicilio de la calle Bruyère: desde su despacho había llamado repetidamente por teléfono a su mujer y a su hija sin obtener respuesta. Era de noche cuando llegó. La puerta principal de la casa tenía el cerrojo echado por dentro y la de servicio había sido atrancada. Envolvía al edificio un silencio impenetrable. El interior estaba a oscuras. Sólo una débil luz se escapaba por las rendijas de la ventana del cuarto de las criadas, procedentes de un arrabal campesino, Christine y Lea Papin, que llevaban siete años al servicio de la familia Lancelin.Los policías Ragot y Verité forzaron la entrada y penetraron en la casa. He aquí, en su seco lenguaje, lo que vieron: “Los cadáveres de la señora y la señorita Lancelin yacían en el suelo espantosamente mutilados; el cadáver de la señorita estaba boca abajo, con las faldas subidas y las bragas bajadas y tenía grandes heridas en los muslos; el cadáver de la señora yacía boca arriba, con los ojos arrancados, sin boca ni dientes. Las paredes estaban cubiertas de cuajarones de sangre. En el suelo había huesos, dientes arrancados, un ojo, horquillas, botones, un llavero y un paquete deshecho”.
Un ‘gesto’ mortal
Los gendarmes forzaron la puerta del cuarto de las criadas. Las dos hermanas, desnudas y abrazadas, estaban acostadas en una de las camas. En sus brazos había sangre seca. Ante el comisario de policía se confesaron autoras del crimen sin el menor nerviosismo. Christine lo narró así: “Cuando la señora entró le dije que no me había dado tiempo a repasar la ropa. Entonces ella, intentó atacarme y yo le arranqué los ojos con los dedos. Mejor dicho, yo no salté contra la señora, sino mi hermana; yo ataqué a la señorita Genevieve y fue a ella a quien arranqué los ojos. Lea fue quien arrancó los ojos a la señora. Yo bajé a la cocina y cogí un martillo y un cuchillo. En una mesita había una mano de almirez y la empleamos también. Mi hermana y yo nos intercambiamos varias veces los instrumentos… No me arrepiento de nada, o no sé si me arrepiento. Prefiero haberlas matado antes de que ellas nos mataran a nosotras. No hemos premeditado nada. No odiaba a la señora, pero no toleré el gesto que tuvo conmigo”.
Este gesto, de singular relevancia en el espeso misterio que desencadenó la carnicería, fue un simple “¿Y bien?” pronunciado por la señora Lancelin para pedir a Christine explicaciones de por qué no habían planchado la ropa. La propia Christine añadió sobre la inquietante endeblez del motivo: “Nada teníamos contra ellas. Hace demasiado tiempo que somos criadas, eso es todo. Tuvimos que demostrar nuestra fuerza”. Las dos hermanas, sorprendentemente dueñas de sí mismas durante los interrogatorios, se derrumbaron súbitamente en el momento de ser separadas. Se entrelazaron y hubo que emplear la fuerza para desanudar su abrazo. Entre alaridos fueron encerradas en dos celdas individuales. Según los informes periciales, eran vírgenes y jamás tuvieron ningún tipo de relación con ningún hombre. “Cada una vive únicamente con la otra pero en este afecto no hay razón para encontrar razones de tipo sexual. No hay indicios de ninguna anomalía física o mental en ellas”  Las hermanas, de 28 y 24 años, perdieron el ciclo menstrual a partir del día del crimen.
Búsqueda de un móvil
El juicio de las hermanas Papin, celebrado en la Audiencia de Le Mans, creó en la opinión pública francesa una sorda sensación de malestar. En las ramificaciones de un hecho tan excepcional como éste fue imposible encontrar ni un solo indicio de excepcionalidad. Se acumularon en miles de legajos, uno sobre otro, infinidad de detalles cotidianos atrozmente comunes, que eran tanto más insoportables cuanto que cualquier familia con una criada a su servicio reconocía como propios. De esta manera, el móvil de uno de los actos más salvajes de que hay noticia tenía que ser rebuscado entre los entresijos de la vida en un hogar cualquiera de la burguesía tradicional europea. Por ejemplo, los guantes blancos que la señora Lancelin usó una vez para comprobar si había polvo en los muebles después de una limpieza adquirieron la magnitud de los grandes nexos causales en los grandes acontecimientos. Un papel en el suelo, un gruñido, una mirada insolente, un cruce hosco en la escalera, el silencio de paredes adentro, ese “¿Y bien?” mortal.
Eso era todo: ningún rastro de, odio, ninguna pasión, ni un solo acto despiadado, duro o sojuzgador, ninguna cualidad Los Lancelin eran personas deferentes y su comportamiento con las hermanas Papin entró siempre en los límites establecidos de la corrección. Por su parte, las hermanas Papin eran tímidas, introvertidas, dóciles y aceptaban su condición. No se registró en las complejas interrelaciones existentes entre las cuatro mujeres ni un solo acto generador de violencia, un despecho que deje rastro, una anomalía persistente nada. O al menos nada susceptible de ser aislado del conjunto de sus vidas, lo que dio inesperadamente a éstas, consideradas como totalidad, la oscura, inaceptable función de sustituir al móvil. El edificio jurídico occidental se resquebrajó: una vida, la totalidad de una existencia, se erigía insolentemente como una carcoma en los subterráneos del derecho procesal, en causaprofunda, más allá del alcance de los códigos.
Las últimas huellas
El periodista Louis Martin Chauffier escribió en Vu: “Quisiéramos entender, pero es inútil intentarlo Se trata, más que del horror del doble crimen, del carácter alucinante del caso, del denso misterio que lo envuelve. Durante 13 horas jueces, abogados, jurados y público no han dejado ni un solo instante de estar obsesionados por esta angustiosa e insoluble cuestión: ¿cuál puede ser el móvil de tan salvaje matanza? Jamás hubo una audiencia más banal en su desarrollo, más despojada de incidentes, más desnuda. Y los rostros impasibles de las hermanas, ajenas al debate, ¿no están privados de vida en la medida en que su vida está volcada hacia dentro? ¿No fue aquel 2 de febrero el único momento de su lúgubre y honesta existencia en que salieron fuera de sí mismas y escapó de ellas ese mortal furor que, sin saberlo, dormía en su pecho?”.
Jamás se descubrió móvil alguno del crimen. El fiscal basó su alegato en la imagen dedos perras rabiosas que muerden la mano del amo que les da de comer. Los defensores coincidieron en la rutina de irresponsabilidad por demencia. Los jueces, perplejos, impotentes, se vieron forzados a sentenciar sin convicción, en la misma frontera del absurdo: pena de muerte, conmutada por reclusión en un manicomio, a Christine, y 10 años de cárcel a Lea. Las hermanas no quisieron recurrir la sentencia y se negaron en rotundo a dar las gracias a sus abogados defensores. Su madre, que las puso a trabajar como criadas desde la adolescencia, fue a visitarlas a la cárcel. Sus hijas no se inmutaron, no contestaron a ninguna de sus preguntas y la llamaron madame, como a la señora Lancelin. En el manicomio de Rennes, donde la internaron, Christine se negó a comer y, poco antes del estallido de la II Guerra Mundial, murió de anemia. Su informe se perdió en el incendio del manicomio, a causa de un bombardeo de la aviación aliada durante la ocupación nazi. Lea salió de la cárcel el 3 de febrero de 1943, décimo aniversario de su crimen. Sus huellas se pierden por completo en los ojos del guardián de la prisión, que fue el último en ver su menuda figura enlutada alejándose de allí con una maleta en la mano.
Las Papin, con Genet, Sartre, Eluard, Claude Ventura, Benjamin Péret
¿Qué les pasará a los franceses con ciertos crímenes extraños? Si en Francia la seducción de las hermanas Papin continúa fascinando a los cineastas, algo habrá en ese tema que los toca de cerca. Después de La ceremonia , de Claude Chabrol, el crimen de Christine y Léa Papin fue llevado nuevamente al cine por Jean-Pierre Denis en Les blessures assassines (“Las heridas asesinas”) y por Claude Ventura en En quéte des soeurs Papin (“Búsqueda o investigación de las hermanas Papin”). Dos películas juntas que expresan una perdurable turbación, hasta ahora difícil de entender entre nosotros, aunque quizá más actual y universal de cuanto creer se pueda.
Los surrealistas vivían tan obsesionados por el tema del ojo en cualquiera de sus formas, ya sea cortado o reventado (recordemos a Georges Bataille en su escalofriante Histoire de l´oeil -“Historia del ojo”- o a Buñuel en El perro andaluz ), que este tremendo asesinato de las llamadas “arrancadoras de ojos” no pudo menos que emocionarlos hasta arrancarles… lágrimas. Paul Eluard y Benjamin Péret las presentaron como heroínas surgidas de un poema de Lautréamont. También Sartre y Simone de Beauvoir las ensalzaron, aunque poniendo el acento en el origen de la tragedia: la hipocresía social.
Pero la versión literaria más conocida del caso fue Las criadas, de Jean Genet, escrita en 1947. Es interesante escuchar al propio Genet durante un reportaje en el que se le reprochaba cierta ambigüedad en relación con las criadas, y en el que respondió como solía: “devolviendo la pelota”. Así, por ejemplo, cuando la periodista, Madeleine Gobeil, le preguntó si era verdad que él había cometido robos, Genet preguntó a su vez: “¿Y usted, señorita?” De idéntico modo, cuando la misma periodista le hizo notar la mencionada ambivalencia, la provocación de Genet fue mucho más allá: lejos de fingir preguntarse si él mismo no tendría, en un rincón del corazón, algo de las criadas, lo que se preguntó casi temblando fue si no tendría algo del patrón.
Según los críticos franceses que han asistido al estreno, la película de Jean-Pierre Denis describe los efectos de la primera guerra mundial, la desigualdad de sexos, la opresión social, la represión sexual y una educación religiosa asfixiante en una ciudad de provincias pequeña y chata. Es una película inteligente y austera que ojalá podamos ver entre nosotros. Pero la sorpresa está dada por el documental de Claude Ventura junto a Pascale Thirode, que lleva a cabo, frente a las cámaras, un recorrido por los vericuetos del tiempo y de esa población aún hoy tan callada. Una sorpresa que habría logrado el milagro de enmudecer a Lacan.

martes, 2 de junio de 2015

Literarias: Lectura de Agua, de Ariel Bermani, Zona Borde, Turdera, Buenos Aires, 2015. Por Diego Timpanaro

Agradezco a Diego Timpanaro, colega y amigo por este articulo, espero que lo disfruten.


Sobre el agua.

Lectura de Agua, de Ariel Bermani, Zona Borde, Turdera, Buenos Aires, 2015.

Escribir sobre el agua, equívocamente, como bien sugería Claudia Bilotta. Escribamos sobre el agua, habrá sido la consigna inicial en una zona borde del sur, en cierto sentido, imposible como tal. Sin embargo Ariel Bermani, cual psicoanalista, no retrocede ante lo imposible; más aún, se le anima a ese imposible, mordiéndose el dedo gordo del pie derecho.
Postura imposible, si las hay, para muchos. Morderse el dedo gordo del pie derecho, para descubrirse vivo en el dolor. Y allí va Ariel Bermani, hacia los confines de la gran ciudad, regresando al Sur una vez más, para escribir un relato sólido, inquietante, y perturbador… sobre el agua.

Lo primero es lo primero. Una silla de plástico que tiene las patas traseras un poco vencidas. Un hombre cualquiera, un X, sin nombre propio, que no obstante tiene una historia en singular, que está allí, sentado solo en una silla de plástico, que tiene las patas traseras un poco vencidas.
Un hombre, que está sentado pensando en su vida, y también un hombre, que está viviendo su vida sentado, mientras el agua que no se sabe de dónde viene, va trepando por sus piernas, desde el tobillo hasta sus rodillas. El agua va subiendo su nivel en la escena, poco a poco, lentamente, pero de una manera firme y constante, como ese tiempo incalculable que va desde la noche al amanecer, ese tiempo en el que se desarrolla el relato.
Para qué sirve hablar, piensa el hombre, sentado en una silla de plástico, que tiene las patas traseras un poco vencidas. No hay forma de comunicarse, concluye X, a la nochecita, en las afueras de la ciudad, en un patio suburbano. La única comunicación es el malentendido, afirmará el protagonista, como cualquier psicoanalista criollo que se pretenda discípulo de Jacques Lacan, sentado confortablemente en el sillón de su consultorio

En la novela de Ariel Bermani podemos observar que hay una cierta y profunda relación con la dimensión de lo onírico. La vía regia hacia el conocimiento de lo inconsciente dentro de la vida anímica, afirmará Sigmund Freud. Dormitar sentado, dejarse llevar lentamente, ir entrando en el sueño, con aquello que nos va quedando del día. La duermevela y el despertar, esos momentos únicos de pasaje entre la conciencia del sueño y la conciencia de la vigilia.
Chuang Tzu soñando que es una mariposa. Una mariposa soñando que es Chuang Tzu. Jorge Luis Borges está de regreso caminando por un empedrado familiar, el de Adrogué, oliendo el aroma de los eucaliptus. Oliendo al aroma de los eucaliptus, por un empedrado familiar, Adrogué, está de regreso caminando a Borges.
Durante el sueño el agua avanza sin más, desde lo profundo de la noche, subrepticiamente, nietzscheanamente, como un vagabundeo por algunas calles donde sólo impera el abandono y la dejadez, como un pensamiento inmotivado sobre el sin sentido de la existencia humana.

Sin embargo, en ese devenir natural de la madrugada, en eso del orden de lo real que avanza de un modo inexorable, hay en la presentación de los sucesos, diversos puntos de fuga que operan según las modalidades de la resistencia. El salmón, como figura metafórica, que nada en contra de la corriente.
El nunca hizo lo que hacen todos, lo que haría cualquier hombre de barrio, cualquier muchacho de bien: agacharse al suelo, rodillas en tierra, para ver la bombacha de la maestra. Esa imagen imperecedera, que tiene la pregnancia de una imago difícil de olvidar, vuelve desde lo más profundo de su infancia: las piernas abiertas de su maestra, le siguen resultando desagradables. Espiar a la maestra rubia y joven, ver su bombacha adherida a la piel y muchos pelos alrededor, lejos de la manifestación de una proto historia de la erótica, se muestran en su tonalidad perturbadora, inaccesible, cercana al rechazo, con cierta simpatía por lo deletéreo.   

En Agua no todo es quietud. Hay un momento en el que el protagonista se decide a ver qué pasa afuera. Fuera de su casa, fuera del mundo, fuera de sí. Se incorpora de la silla de plástico que tiene las patas traseras un poco vencidas, donde estaba sentado, y chapoteando en el agua que le llega a los tobillos, entra a la cocina de su casa. Se encuentra, en medio de un tiempo que transcurre densamente, con la vasija que contiene las cenizas de sus padres.
Piensa que todo es una reverenda pelotudez, y se las traga. Se traga las cenizas de sus padres, el resto, todo lo que materialmente ha quedado de ellos. Como dice Jacques Derrida, en La difunta ceniza: Entiendo que la ceniza no es nada que esté en el mundo, nada que reste como un ente. Es el ser, más bien, que hay... resto impronunciable para hacer posible el decir a pesar de que no es nada. 

A propósito de Agua, dirá Enrique Decarli, en una Novela Esotérica, que el otro no existe, sino en una dimensión fantasmagórica. Y nuevamente, en una lectura otra, nos encontramos con afirmaciones psicoanalíticas, bien lacanianas por demás. En efecto, si algo se puede escribir sobre Agua, es que nos encontraremos con la traza sutil de la letra de un sujeto y también, por otra parte, con  su deseo.
Para decirlo mejor, con lo que queda de su deseo, cuando ese marco que llamamos fantasma – que es del orden de una dimensión fantasmagórica -, aquello que lo sostiene en el mundo, se resquebraja por el lado de lo irreal, como un agua que sube de modo paulatino, sin saber de dónde viene. 

A medida que va amaneciendo, en verdad, un nuevo mundo se configura, donde muy tranquilamente, yo escucho que podría estar sonando Estaba en llamas cuando me acosté:
La noticia apareció en un periódico sensacionalista, decía simplemente que se había producido un incendio.
Después de llegar los bomberos, la policía, la prensa, rescatar al hombre, apagar el fuego, le hicieron la pregunta obvia:
¿Cómo se inició el incendio?
No sé...Estaba en llamas cuando me acosté.
Say no more.




Diego Timpanaro,
Mayo de 2015.