Les presento este trabajo de las psicoanalistas María Florencia Arhancetbehere, María Florencia Fernández Camillo, que aborda el problema del sujeto lacaniano para pensar las toxicomanías. Desde ya agradezco la colaboración de las colegas con el blog.
“Cada
día trae la misma batalla, el mismo vacío, el mismo deseo de olvidar y de no
olvidar. Comienza siempre aquí, nunca en otro sitio que este límite donde el
lápiz comienza a escribir. La historia nace y se detiene, sigue adelante y
luego se pierde y, en medio de cada palabra, cuántos silencios, cuántas
expresiones se escapan y desaparecen para no volver nunca más”.
Paul Auster, El país de las últimas cosas[1].
Escuchar que alguien consume es darle lugar,
esa es nuestra tarea, a sabiendas de que
la causa no está en la sustancia.
Entonces, con la teoría del psicoanálisis como
brújula, estableceremos la noción de “lo tóxico”. El hecho que la palabra
tóxico esté antecedida por un artículo o un artículo indefinido marca una gran
diferencia. La droga, el estupefaciente, el tóxico o la sustancia, no es lo que
vamos a subrayar, sino la relación, que
cada quien establezca con las sustancias, pero dicha relación en la dimensión
de la palabra, en la ética del bien decir.
Podemos afirmar que el uso de una
sustancia no define una patología, ni siquiera determina un padecimiento.
Función de lo tóxico. Función de la palabra.
La inevitable y constante pregunta
que surge es la del uso y función de lo tóxico.
¿A qué nos referimos cuando hablamos
de uso? Sería el modo que se tiene de hacer con algo, la acción y el efecto de
emplear uno alguna cosa, la costumbre o práctica que está de moda o es
característica de alguien o una época. Modo de hacer, acción y efecto de
emplear, disfrutar, costumbre o práctica, son todos enunciados que acentuarían
que no importa tanto qué se usa sino quién y para qué.
En cuanto al concepto de función, en
el diccionario encontramos como definición: “El destino o utilidad que se le da
a algo.” Y como noción matemática “sería la
relación entre dos variables a las que se suele designar por X a la variable
independiente e Y a la variable dependiente, en la que a cada valor de X le
corresponde un único valor de Y”.[2]
La variable dependiente Y se va a
modificar si se modifica la variable independiente X. Podría encontrase cierta
analogía con nuestra práctica, donde un significante no tiene valor sino puesto
en relación a otros, y todo el sistema puede modificarse con la introducción de
un significante nuevo.
Sabemos que el psicoanálisis se sirve
de nociones matemáticas, por lo que pueden ser aplicadas a todos los casos
pero, parafraseando el texto lacaniano, la función es la de la palabra y el campo
el del lenguaje, lo que nos lleva a lo particular del caso por caso, palabra
que hace alusión a la verdad histórica de cada quien.
Etimológicamente función viene del
latín functo que significa ejecución,
acto de realizar. De allí la importancia de introducir la función de la palabra
en el campo del lenguaje, puesto que el sujeto se realiza en la palabra, su
verdad se revela en la palabra.
La función de lo tóxico entonces,
como la particular relación que un hablanteser establece, en este caso con una
sustancia, y que podría deducirse retroactivamente de la estructura clínica
particular en la que se inscriba su posición subjetiva; pero dicha relación no
podrá adscribirse a ninguna estructura clínica por sí misma. Recortar esta
función permitiría la desustancialización de la categoría toxicómano,
despejando en cada caso un valor a determinar por la específica conexión entre
las variables intervinientes y la constante para el sujeto, en sus coordenadas
históricas particulares.
“El concepto de función implica un
procedimiento que permite traducir enunciados singulares de existencia (“ser
toxicómano”) a términos lógicos: pase del plano ontológico-existencial al plano
semántico”[3]. Es
decir, la apertura de nuevos sentidos que remitan a la novela de ese sujeto particular.
En resumen, uso y función de la
palabra y el lenguaje, pensados como el modo en que el sujeto se vincula al
tóxico.
Adicto. Toxicómano. ¿Sujeto?.
Suponemos un sujeto del inconciente,
sujeto dividido entre dos significantes: S1 y S2, entre el hablante y el Otro,
o entre dos escenas: nunca es uno ni idéntico a sí mismo. “El efecto del
lenguaje es la causa introducida en el sujeto. Gracias a ese efecto no es causa
de sí mismo, lleva en sí el gusano de la causa que lo hiende. Pues su causa es
el significante(…) ese sujeto es lo que el significante representa, y no podría
representar nada sino para otro significante(…). Al sujeto pues, no se le
habla. Ello habla de él, y ahí es donde él se aprehende(…) y antes de que por
el puro hecho de que ello se dirige a él desaparezca como sujeto bajo el
significante en el que se convierte, no era absolutamente nada. Pero esa nada
se sostiene gracias a su advenimiento, ahora producido por el llamado hecho en
el Otro al segundo significante”.[4]
El sujeto se localiza en
transferencia, se diagnostica en transferencia: se diagnostica entre el
analizante y el analista, como hablanteseres en cierta posición específica. Es
un sujeto que emerge en transferencia, es fugaz; el inconsciente se abre cuando
se cierra.
En palabras de Lacan: “ La espera del
advenimiento de ese ser en su relación con lo que designamos como el deseo del
analista en lo que tiene de inadvertido(…) por su propia posición, tal es el
resorte verdadero y último de lo que constituye la transferencia.
Por eso la transferencia es una
relación esencialmente ligada al tiempo y a su manejo. Pero el ser que a
nosotros que operamos desde el campo de la palabra y el lenguaje(…) nos
responde, ¿cuál es? Iremos a darle cuerpo(…), después de que hayamos articulado
función y campo de la palabra y el lenguaje en su condicionamiento.”[5]
Si no hay padecimiento, sin alguien
que sufre, no hay posibilidad para el psicoanálisis. Por eso la orientación por
los usos y función aleja de la estigmatización de “las drogas hacen mal”.
Apostamos, como intentaremos ejemplificar a continuación, con dos viñetas
clínicas, a recortar un padecimiento subjetivo posible de ser sintomatizado más
allá de lo no dialectizable del consumo.
Las pastillas del abuelo.
Llega Emi a su primera entrevista, lo
acompaña la mamá. Alto, desgarbado, torpe en sus movimientos, parece un niño en
un cuerpo que aún le queda grande.
Tiene 15 años, estudia, tiene una
amigovia, y aclara que vino a la entrevista “por mis papás, para dejarlos más
tranquilos”. Dice que hace una semana tomó pastillas, se las sacó al abuelo
materno que vive con ellos, y que ha consumido en dos o tres oportunidades
marihuana y los fines de semana alcohol . A lo largo de las entrevistas fue
surgiendo la función que el tóxico cumple para Emi. En sus palabras: “cuando me
enojaba o tenía bronca por algo me golpeaba, así me descargo, me cuesta
expresar mis sentimientos o decir si estoy mal”. Elige “callarse” porque no lo
escuchan ni tienen en cuenta lo que quiere o piensa. Elige fumar marihuana, consumir
alcohol o tomarse las pastillas del abuelo para hacerse oír.
De todos modos, para él el consumo no es un
problema. Las entrevistas giran en torno a lo que sí le preocupa: su novia, las
fiestas de quince, los exteriores, los amigos, que los padres no lo dejan
hacerse un piercing, si se lo hace en la ceja o en la lengua, que quiere un
tatuaje de un lobo en la espalda y tampoco se lo permiten.
Laura,
la madre, pide una entrevista. Se queja de Emi, que tiene problemas en la
escuela, que no estudia, que está todo el día en la computadora o con la
noviecita. Pero sobre todo se queja de su marido, Emiliano. “No aguanto más su
indiferencia, para él es mejor no hacer nada, que todo se va a arreglar solo.
Emi lo copia mucho al padre, y él sumido en tristeza, depresión, lo va a llevar
en el mismo camino a su hijo. Siempre buscó algo para estar mal, se borró de
todas las responsabilidades.” Refiere que cuando nació Emi “no quería que lo
tocara nadie, tuve depresión post parto, también miedo. Estaba todo el día despierto,
lloraba todo el día, fue insoportable; fue vivir para él y estar para él, toda
mi demanda para él, ningún lugar para el
padre.”
Según palabras de Emi, “a mi mamá nada le
alcanza, hay que ponerle un límite. Mi papá nunca me vino a hablar, nunca entendió
qué es ser un padre, tendría que haber arrancado desde que yo nací”. Y es él
quien lo va a convocar a ese lugar. Le pide al padre que vaya a hablar con su
psicóloga. Entonces se empieza a dar de manera recurrente la “urgencia” de
Emiliano de hablar cuando se encuentra en situaciones que no sabe cómo
responder, situaciones en que es llamado a su función de padre. Pareciera que
Emi convocó “a cada cual a su lugar”, tomando las pastillas del abuelo.
Y esto tuvo sus efectos. Se acerca el verano
y las vacaciones. Emi empieza a estar muy angustiado durante las entrevistas.
Está mucho tiempo en el cyber, e incluso vuelve a darse algún episodio de
consumo de marihuana de manera ocasional. “Me está molestando tener que
quedarme en el cyber cuando los chicos se van a la pileta” ¿Por qué se tiene
que quedar en el cyber? Los padres se empiezan a preguntar por la angustia de
Emi, “lo vemos mal, descontrolado, angustiado… Para mí sigue fumando, si no
¿qué le está pasando?”.
En ese tiempo Emi empieza a hablar de lo que
lo pone mal, con mucha vergüenza habla de un problema físico que lo acompleja y
limita al punto de no querer mirarse al espejo ni que lo vean. Por eso se niega
a ir a la pileta, el verano para él es un época tortuosa. Los padres sabían de
esto pero nunca le dieron demasiada importancia. “No me aguanto más yo, me
limita en todo, ya no puedo hacer nada normal, me caga la vida…y va a ser así
hasta que cumpla los 18 años y me pueda operar; dos veranos más escapándole a
todo, quisiera dormir hasta que pase el verano”.
Se empieza a trabajar conjuntamente con los
tres esta cuestión, se empiezan a ocupar de lo que tanto malestar le provoca a
Emi. El padre le ofrece ir juntos al gimnasio o a natación, actividades que
pueden mejorar su problema físico.
Por las vacaciones pasa un tiempo hasta que
Emi vuelve a su tratamiento. No han habido nuevos episodios de consumo. Estaba
muy cambiado, seguía yendo al gimnasio y eso se notaba en su cuerpo y en su
actitud. Sentado ahí, en la sala de espera para ser atendido, casi no lo
reconozco; parecía que ese niño torpe de la primera entrevista era sólo una
sombra de este hombrecito.
¿Por qué ahora?
Gustavo tiene 29 años. Consulta por consumo de cocaína, aunque refiere
haber probado “de todo”. Inició su consumo a los 15 años y es la primera vez
que decide realizar un tratamiento. ¿Por qué ahora?
“Por esos pensamientos raros, esa angustia existencial que me aparece
después de consumir. Busco una sensación que ya no me la da la cocaína,
mutó, no existe más; antes tomaba y podía
hacer todo, me sentía un campeón. Eso es lo que persigo, esa sensación de
triunfador que ahora es efímera; después de consumir soy nada, no existo”.
Refiere que ahora lo asustan esos
pensamientos, “la nada”, según sus palabras; una sensación que nombra como un desequilibrio emocional,
tristeza, ganas de no existir. “No concibo la vida sin consumo, toda la vida me
drogué”.
Algo de su historia: los padres de Gustavo se separaron cuando él tenía 4 años. “Se separaron y nos
repartieron, no criaron a nadie” haciendo referencia al hecho que a sus
hermanos los criaron sus abuelos maternos y a él los paternos. “Mi abuela
me mandaba para todos lados, con mi
viejo a P…, con mi vieja a R...
Prácticamente me crié en la calle, solo. Viví con mi papá, me echó, “me
mandaban de acá para allá, después me fui a vivir solo. Yo sabía que era
pasajero que a la larga me iba a rescatar”.
Se vino a La Plata cuando tenía 22 años. La madre y la pareja de la
madre, consumen; el padre es alcohólico y jugador. Se enteró del consumo de sus
padres siendo grande.
A lo largo de las entrevistas fue tomando otro
sentido esa sensación de la que hablaba al inicio del tratamiento, y que
Gustavo empieza a identificar como algo que le pasa más allá del consumo. Va
cobrando protagonismo aquello que él comienza a problematizar: el sentimiento
de soledad. Se va sintomatizando su dificultad para relacionarse con otras
personas y en particular con las mujeres, “antes no le daba importancia, es
raro porque no soy introvertido; pensé que era algo que no me afectaba pero me
doy cuenta que si.”
Cuando consume ésto no es un problema, “sin consumir me inhibo, me da
miedo hablarle a una chica y quedar mal”. Según sus dichos usaba el consumo
para evadirse “parece que tapaba una cosa con la otra, esta sensación es
nueva”. Hace referencia además al temor a los cambios, “me dan temor aquellas
cosas que no puedo manejar”, “tengo miedo de no estar capacitado o sentirme
inferior, que el otro piense que no puedo o que una mujer piense que soy un tarado; lo que hice de mi
vida es algo muy mediocre, no soy un triunfador, ¿que puedo contar?, no me
parece muy meritorio. Tendría que haber logrado mucho más, he perdido mucho
tiempo de mi vida drogándome, es intrascendente mi paso por este mundo”.
Angustia, ansiedad, inhibición,
tristeza, problema existencial, miedo…¿hasta qué punto es la sustancia en sí?
Pregunta que, al igual que nosotras, se hace Gustavo durante su tratamiento.
A modo de conclusión
El uso de una sustancia en sí mismo puede no
presentarse como problemático para una persona, sino sus consecuencias: pérdida
del trabajo, de sus relaciones afectivas, descuido personal, de los otros, de
las actividades o espacios que conformaban su mundo. Es esto lo que en muchas
oportunidades se presenta como padecimiento y lo que motiva una consulta. En
otros (como en nuestra primera viñeta clínica), la demanda aparece cuando ese
uso, que hasta allí funcionaba como un intento de arreglo o solución de algo
que no marchaba, falla, dejando al
descubierto un exceso de sufrimiento que no se puede simbolizar. Es ese lugar el que buscamos ofrecer: el de una escucha que intente demarcar aquello que hace síntoma para el
sujeto, para poder salir de ese otro lugar “donde
el sufrimiento no puede hacer sufrir” (de lo que verdaderamente se sufre).
Introducir la novedad, apuntando a desplazar a la sustancia como la causa y a
la búsqueda de una verdad subjetiva de ese padecer.
Acerca de esto, en su Seminario de 1964,
Lacan es claro y contundente: “Este penar de más (demasiado esfuerzo, demasiado
sufrimiento, mal de sobra) es la única justificación de nuestra intervención”.[6]
Entonces, ¿de qué medios nos servimos al momento de
encontrarnos frente a pacientes que consultan por alguna situación vinculada al
consumo problemático de sustancias? Ni más ni menos que de nuestra práctica
analítica, como respuesta terapéutica
que intentará aliviar el sufrimiento en exceso, utilizando para ello
aquellas herramientas que puedan abrir camino a la palabra. Poder seguir
estableciendo generalidades, sin perder nunca la escucha singular del caso por
caso. Dar lugar al padecimiento, recibir
a nuestros pacientes con una teoría y una mirada ética sobre el final,
advertidos de que el inconsciente insiste, retorna.
[3] Ernesto
S. Sinatra: Variantes del argumento
ontológico en la modernidad, en Sujeto, goce y modernidad, Editorial Atuel-
TyA, Buenos Aires. pág 32.
[4] Jacques
Lacan: Posición del Inconsciente, en
Escritos 2, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2008. págs 794-795
[6] Lacan, Jacques: El seminario, Libro 11, “Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis”, Paidós, Buenos Aires, 2006.