jueves, 8 de julio de 2010

Cine: Los paranoicos

Agradezco a Raul Finkel, autor del presente artículo, la gentileza de permitirme exponer en este blog, su análisis de la película "Los paranoicos".



Los paranoicos es una película absolutamente clásica en su formato y moderna en su temática. Luciano Gauna es un personaje de nuestros días, sus actitudes, sus relaciones, los conflictos que vive son de alguien que ronda los 30 años. Los paranoicos es claramente una película generacional, lo que se encuentra ratificado por los puntos de contacto que rápidamente se pueden establecer con muchas otras películas de los últimos años del cine argentino: desde Silvia Prieto de Martín Rejtman, pasando por Sábado (2001) de Juan Villegas; Ana y los otros (2003) de Celina Murga; hasta la uruguaya 25 watts (2001) de Rebella y Stoll. Una de las problemáticas más trabajadas por la nueva generación de directores es la del no desear, no saber, no poder; la del encierro, el aburrimiento, la nada. Medina vuelve sobre ella pero con una novedad que es la de incluir personajes posicionados en otro lugar (Manuel, Sofía) que generan por un lado una tensión con el protagonista inmovilizado, y por otro producen acción en la trama. Los títulos anteriores están desarrollados desde el personaje en crisis, lo que construye tramas vacías de actos y de acciones, o sea películas que representan la anomia desde la trama: los personajes no pueden hacer nada y en la película no pasa nada. Los paranoicos produce una innovación en el tratamiento del tema al logra encarar “la crisis paralizante de los 30” desde una trama en la que suceden cosas y desde un formato absolutamente clásico.

Luciano Gauna, el protagonista del film, no es un paranoico en el sentido clínico del término, sino en el significado que el sentido común le asigna, Luciano es solo un neurótico obsesivo que no puede romper con las especulaciones y pasar a la acción. La película abre con Luciano desmayado, evento que refuerza su temor, su fantasía negativa de muerte en su sospecha de haberse contagiado sida. Luciano solo puede hacer aquello que lo recoloca en el lugar del malestar: trabar disfrazado de Cachito animando fiestas infantiles, y sentirse humillado y fracasado; o sentarse frente a sus escritos para corroborar que no puede terminar un guión. Todo lo que Gauna realiza refuerza su sensación de malestar y potencia su violencia, que se descarga siempre en el lugar equivocado, los chinos del supermercado o la garganta de German. Luciano no puede hacer y tampoco puede comunicarse, vive enojado con él y por ende con el mundo; todo refuerza el encierro, psíquico y físico. Incluso se encierra y se aísla las pocas veces en las que se relaja y se divierte como en la maravillosa escena en la que fuma marihuana y baila a Todos tus muertos, pero en la mayor de las soledades, encerrado como en una cárcel. El encierro es un signo de los tiempos, Luciano tiene miedo a enfrentarse con su vida y como respuesta se encierra.
La contratara de Luciano es Manuel, que ha partido en busca de su destino: el éxito, y lo encontró en España, escribiendo y dirigiendo una serie inspirada justamente en Luciano Gauna, “Los paranoicos”. Para Manuel, Luciano es entrañable y patético, y de ese patetismo saca su jugo. Luciano no sabe cual es su camino, pero se le proyecta como una sombra y a la vez como un ejemplo la figura del amigo exitoso. Es clara la escena en la que va a visitar a German al hospital y al verlo a Manuel con ramo de flores, decide comprar uno antes de entrar: Manuel es el ejemplo a seguir. Manuel es en lo material un buen amigo que se preocupa de Luciano, le ha dado el departamento de su difunta abuela, le lleva una chica a cenar a su casa. Pero con su sola presencia Manuel refuerza el estatismo de Luciano y la sensación de fracaso. Luciano no sabe lo que quiere ni lo que no quiere, pero aparece claro, en un nivel inconsciente del personaje, su deseo de ser algo distinto a Manuel. No hay competencia posible pero la competencia está instalada. Es maravillosa la escena en la que juegan en la play station, en la que claramente está en disputa algo más que un round de boxeo virtual; y con la que el director da una pincelada generacional, que abarca mucho más que a sus dos protagonistas.
Los paranoicos plantea una reflexión sobre ciertos lugares comunes de la amistad, centralmente sobre cómo se construyen lugares fijos, roles que terminan estigmatizando. Uno es lo que los demás quieren que sea. Manuel le presta el departamento, le ofrece trabajo, y desde su perspectiva lo quiere ayudar, pero a la vez fija todo el tiempo a Luciano en el lugar de lo patético. Manuel es el prototipo de lo que la sociedad valora: decidido, seguro, ubicado y exitoso. La misma mirada que a Manuel lo entroniza es la que hunde a Luciano. En definitiva la de Gauna es una lucha sorda por su identidad, una lucha que casi no se anima a dar. Esta construcción diferenciada que Medina realiza respecto del resto de las películas argentinas que trabajan la parálisis y la crisis, produce narrativamente una respuesta distinta del personaje. Gauna comienza a romper su inercia en el obsevatorio, lugar paradójico, cuando Pedro le brinda la ayuda que Luciano ha ido a buscar, diciendole: la única manera de hacer algo es haciéndolo. El acto. Y Sofía es lo que le permite a Luciano dejar de dudar, dejar de temer, y actuar. Sofía es algo verdadero, tanto ella como lo que ella genera en Luciano. No es la oportunidad de trabajo que le ofrece Manuel, algo que para la mirada de la sociedad Luciano no puede perderse por nada del mundo, ya que es guita, relaciones, éxito y todo haciendo lo que le gusta; una oportunidad soñada según todos nosotros, pero que a Luciano no le interesa. Lo que a Luciano si le interesa es Sofía, más allá que sea la novia de su amigo y la amistad sea el lugar más sagrado para la sociología callejera argentina. Luciano da el paso decisivo en otro baile, las dos escenas de baile son claves, tal vez porque en la danza es nuestro cuerpo el que habla y de algún modo calla o ensordece las especulaciones de la mente. Y Luciano y Sofía bailando son la viva imagen del deseo, de la química, de la onda. Escena maravillosamente filmada con la distancia y el acercamiento necesarios para percibirlos a ellos y para dejar entrever a Manuel.
Esa competencia velada entre Manuel y Luciano se hace finalmente manifiesta, ocupa toda la pantalla, y se resuelve como en los viejos western, con un duelo entre los protagonistas. Manuel lo enfrenta a Gauna, lo increpa; por primera vez Luciano no esconde su mirada, la sostiene frente a la de su amigo.
Frente a frente en un verdadero duelo de miradas Gauna pone en acto que su lucha no es contra Manuel sino por su deseo, por Sofía. Las actuaciones son todas maravillosas y si bien Gauna sostiene la película, los actuaciones de Jazmin Stuart y de Walter Jakob son impecables. Jakob por su parte reafirma lo que en Historias extraordinarias hace en silencio, y Hendler que actúa como los dioses, construye a Luciano desde la actitud corporal y la mirada, y despega del personaje reiterado que había desarrollado con Burman. Gabriel Medina hace una película en la que el protagonista, Luciano Gauna es también el personaje de ficción de una serie exitosa en España, llamada “Los paranoicos”, guionada y dirigida por Manuel, compañero de estudios y amigo de Luciano. Lo interesante es que Gabriel Medina, compañero de estudios de Damián Szifron, y ayudante de dirección de este, es también el nombre de uno de los personajes de la exitosa serie televisiva Los simuladores que dirigió Szifron. ¿Un chiste interno?, ¿una dulce venganza?, una buena película.


Fuente: www.cinesinorillas.com