martes, 23 de febrero de 2010

Asociación Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud

En él recorrido que estoy realizando para abordar El Seminario "La Transferencia" de Jacques Lacan, me encontré con este material sobre dicho seminario. Realmente es muy claro y pensé que era lógico darlo a conocer.
Alejandro Ercoli


Margarita Scotta: En la clase XII del Seminario, La Transferencia, Lacan plantea desdoblamientos del eros traducidos a su terminología: eros-deseo, eros-amor y, podríamos agregar, eros-demanda.
Tomemos ahora una frase como punto de partida: Todo el problema consiste en darse cuenta de la relación que vincula al Otro, al cual se dirige la demanda de amor con el punto de manifestación del deseo. (Pág. 198).
Cuando Lacan empieza diciendo todo el problema consiste en darse cuenta, ahí está hablando él, no está en registro teórico (siempre me detengo en esas expresiones porque dan la pista de que es Lacan quien se está dando cuenta, lo pone en relación al problema pero es una primera persona; y, ese indicador nos ayuda a precisar cómo aborda el tema en cada momento). Entonces, todo el problema que estamos tratando de desentrañar -la transferencia- implica que nosotros también nos demos cuenta de algo. Y Lacan, en esta clase, nos da estos hilos: demanda -de amor dirigida al Otro-; el deseo, como manifestación; y, una relación entre ambos.
Por otro lado, Lacan acerca deseo y saber, para separarlos. Desde el recorrido que viene haciendo al articularlos, saber y deseo le van quedando deslindados –algo bien propio del modo de pensar de Lacan. Y esta separación, esta diferencia, veremos que va resultando clave para el problema que nos señala. Son las líneas que, ahora, empezamos a cruzar.
Antes, algo más; si Lacan ha dicho que la transferencia es el automatismo de repetición pero, todo este recorrido por El Banquete nos hizo abordarla por otro lugar: por la relación de amor; entonces, ha sustituido el “automatismo de repetición” por la “relación de amor” . Aclara que tenemos que diferenciar la repetición en juego en la transferencia -o la repetición que es la transferencia- de una repetición en general, como modo de funcionamiento del inconciente. De acuerdo; pero ¿cómo la diferenciamos de la repetición en transferencia –antes del Seminario Los cuatro conceptos? Acá da una pista que, en realidad, ya estaba en la atmósfera desde el Seminario I
pero la vuelve a plantear como si fuera novedad. ¿Qué es lo que diferencia la repetición en transferencia de una repetición como mecanismo del inconciente -el hecho de que el inconciente va a repetir? Por ahora –y hasta el Seminario XI, aunque sin renunciar a esto allí- Lacan dice: La dimensión de la palabra (como si alcanzara esa diferencia al darle toda su dimensión a la palabra). Entonces, agreguemos que no podríamos disociar fenómeno de transferencia de fenómeno de la palabra –siempre que estemos en el marco de una relación de amor. Si hubo palabra -piensa Lacan- habrá transferencia; y, esto que emerge, que en un momento se manifiesta, ya se venía produciendo por el hecho de que había palabra, palabra dirigida a otro. Pero, cuando están en juego los significantes, el otro se desdobla en otro semejante, al cual me dirijo; y, en Otro con mayúscula, como un lugar para los significantes -nos agregó otro piso porque la demanda está en la línea del Otro (siempre tenemos presente el párrafo con el que da inicio).
Sigamos el discurrir de Lacan -esta clase es realmente para ir razonándola con él y ver si se nos ocurre algo distinto al recorrer nociones mejor definidas años posteriores, si no ¿por qué no vamos directamente al Seminario Los cuatro conceptos y listo? Trataremos de dar a entender por qué.
Lacan dice que por ese hecho –no poder separar palabra de transferencia- es que la transferencia es interpretable. Que es interpretable quiere decir que es manejable y, entonces ¿es manejable a través de qué? De la palabra. Y, aquí, el fenómeno de la transferencia le quedó en posición de sostener la acción de la palabra (llamaba la atención que Alcibíades siguiera “batiendo el parche”). Si alguien sigue hablándole a otro es porque hay transferencia -aún no pasamos al nivel del significante.
Los niveles a considerar: demanda; deseo; transferencia; relación de amor; y, repetición –ahora sí, específicamente- en transferencia -dice Lacan- se manifiestan en la escena entre Alcibíades y Sócrates, porque allí “se nos va a revelar una estructura, que nosotros tendremos que extraer”. Pero ¿cómo entendemos “estructura” a nivel del fenómeno –fenómeno de transferencia? La estructura está dada si disolvemos a los personajes junto a sus rasgos psicológicos y encontramos las relaciones entre lugares, los elementos que ocuparon los lugares y los movimientos que se van produciendo. Y Lacan agrega que en el episodio Alcibíades-Sócrates esta estructura que se nos revela –la estamos ya pensando de esta manera- es la que da la posición del deseo. Ahora, vamos a ver cómo Lacan se mueve dentro de este bosquejo con las nociones. En este Seminario, por la elaboración analítica que hace del tema de la transferencia, Lacan trabaja los conceptos como relación entre nociones, no dice “el deseo es esto”, “la transferencia es esto”, como algo definible en sí; es por el juego de las relaciones entre términos desprendidas de las emociones de las personas, que parece ir encontrando definiciones –es también el modo en que se trabaja en estos tramos de un análisis. Entonces, sigamos el texto y el entrecruce de relaciones en el cual está atrapada la noción de transferencia, para liberarla. Se nos va a aclarar la posición del deseo. Pero, ahora, Lacan dice algo más: Si bien –ya nos dimos cuenta después de haber participado en El Banquete- de que el último resorte del deseo, que siempre obliga a disimularlo, es el amor. Cuando nos va a aclarar una posición, nos advierte que el resorte -podemos pensar lo que impulsa a esta posición- estará siempre velado, se nos presentará con disimulo y es en el amor donde se ve obligado a disimularlo. ¿Y cuál es el último resorte? Lacan dice: La caída del Otro al otro. Y acá nombra al objeto a; y este a –en este texto, en este lugar, más que en cualquier otro- es el otro semejante y; también, empieza a ser el otro-objeto hecho caer en el semejante. Vamos a ver cómo Lacan está situando una función muy específica del objeto a la que llama a –con una letra designa una función del objeto luego de una caída.
La paradoja en el deseo de Alcibíades
Retomemos la escena incógnita, porque Lacan vuelve a hacer una pregunta: Todo esto que despliega Alcibíades ¿para qué? ¿A quién se dirige? ¿Cuál es el deseo que empuja a Alcibíades a
desnudarse en público? ¿No hay aquí una paradoja que merece la pena destacarse? ¿Cuál es la paradoja? (pareciera que la paradoja está abierta por el nivel de la demanda).
Lacan subraya que Sócrates no interpreta el pasado. Es cierto que no le dice nada de aquella escena rescatada del olvido donde hubo rehusamiento sexual. Notemos que –para este momento- la intervención específica del analista no sería promover un sujeto de su historia ni destapar la verdad de lo acontecido bajo el velo de las frazadas- sino que Lacan dice que Sócrates interviene como si le dijera: Tu deseo es más secreto que todo el develamiento al que te acabas de entregar. Tanto develamiento, en realidad, devela el nivel de secreto del deseo; no se trata de que “se deschabó, puso sus cartas sobre la mesa, mostró su juego”; no; Lacan dice que es al contrario.
Luego Sócrates le dice a Alcibíades: Tu deseo apunta a otro; yo te lo designo, Agatón. ¿Por qué Lacan dijo que este es el modo de intervención en la transferencia analítica? ¿Qué es lo que vamos descubriendo? Que este parece ser el modo en que debe intervenir el analista para transformar un amor en amor de transferencia. Este modo de intervenir que seguimos tan minuciosamente no es una interpretación sobre el pasado sino que a un fenómeno amoroso se lo convierte en un fenómeno de transferencia en el presente, pero por la manera en que interviene el analista. Fíjense que aquí “transferencia” no es algo que “hace” el paciente o le sucede a él –Lacan quiere enfatizar esto; Lacan dice: Aunque parezca imposible es la realidad la que hace las veces de eso que podríamos llamar una transferencia –de nuevo la insistencia, no se trata del pasado transferido y, acá, ni siquiera de la persona de Sócrates sino de la realidad, que hace las veces de una transferencia, no que lo sea- en el proceso de la búsqueda de la verdad en la que se embarcó Alcibíades.
Y Lacan dice que nosotros le debemos a Sócrates tener un alma –la palabra psyché- porque Sócrates con el movimiento de su interrogación le da consistencia a un cierto punto que nunca se había dado antes y ese punto es una transferencia; o, el hecho de darle consistencia a un punto por el ejercicio interrogativo engendra una transferencia y nos da un alma –suele decirse con una metáfora entre la dialéctica y la fisiología: “Me volvió el alma al cuerpo”. Y lo que Sócrates señaló de esta forma, sin saberlo, es el deseo del sujeto. Acaba de deslindar saber y deseo tajantemente en la misma oración; y, hablando del procedimiento que otorga consistencia a una transferencia, del lado de Sócrates.
Las formaciones del inconciente traían un saber que no sabemos que está funcionando –nos traen un saber del inconciente acerca del sujeto-, pero en este momento transferencial es donde no podemos seguir vinculándolos a ese saber debido a la dimensión del deseo que se manifiesta. No nos confundamos; no vamos a llegar al deseo a través del movimiento del saber. ¿Dónde lo lee Lacan? Por un lado, a través de la acción concreta de Sócrates; Lacan dice que Sócrates, porque no sabe lo que desea, puede señalar algo del orden del deseo. Su indiferencia que no es neutralidad –Lacan piensa- le permitiría señalar la consistencia del deseo del sujeto. ¿No es una contradicción? Desde el psicoanálisis, no; porque no es por el lado del saber. Desde una psicología del sujeto, sí lo sería.
El no saber como antecedente necesario del amor
El eje de la intervención de Sócrates, podríamos decir, es señalar una equivocación. No es conmigo, es con Agatón, casi es la palabra como falso enlace –del que hablaba Freud en Estudios sobre la histeria, cuando la transferencia venía a interceptar la rememoración con motivos alrededor de la persona del médico1. Entonces, ¿la interpretación analítica sería lo mismo que decir “se equivocó”? Ya sea “no es conmigo, es con otro”, “no es acá, es allá” ¿es decirle al otro que su ruta es un error? (Para re-pensar el error y la equivocación cuando se filtra la dimensión del inconciente por la palabra en transferencia). Platón, en la búsqueda de la verdad sobre eros hace aparecer a Sócrates-maestro indicando “está equivocado” y, de ese modo, produce un saber actuado. Lacan dice que a nosotros el trabajo como analistas nos lleva a comprender esto; y, agrega: Lo podemos comprender, en el lugar al que está llevado Sócrates y podemos comprender también cómo inflamó
a Alcibíades. Porque el deseo en esencia es el deseo del Otro –y vuelve a decir que aquí está el punto de emergencia del amor. Siempre y cuando este deseo se manifieste en la medida en que no sabemos. Así, se va a producir algo del amor, pero en el objeto; y, Lacan retoma en este momento aquel poema que a él se le había ocurrido en las primeras clases del Seminario -la mano que se extiende hacia el leño para atizarlo y le vuelve el leño encendido, o se le enciende la mano, o es el movimiento de la primer mano la que incendia algo y queda incendiada (explicar un poema es lo que siempre tiene algo de ridículo); pero, ahora, en esta clase, le agrega algo más: en este ir hacia el objeto va a emerger el amor siempre y cuando esté la antecedencia del no saber en relación al deseo. Me parecía que en este punto se está convirtiendo el amor en amor de transferencia, al introducir el no saber acerca de ese amor, allí clivaría hacia el deseo, quedando algo para siempre des-unido entre deseo y saber. Y, entonces, la transferencia tampoco es saber, así se instaura –dice Lacan- una metonimia donde el sujeto es soporte de la cadena.
¿Qué sujeto es este? Hay una cadena inconciente que se va a repetir: a alguien se le pueden repetir hechos en la vida, puede repetir modos de relación y no hay sujeto ahí. Para que haya sujeto hace falta un movimiento más. En principio, si el sujeto está como soporte, pensemos que soporta algo que se desliza a través de él pero no es aún sujeto de esa cadena, le pasan cosas otra vez, para bien, para mal, pero tal vez ni siquiera “le” pasen. Sócrates fuerza un giro sobre Alcibíades y él tiene que vérselas con el desvío que Sócrates le imprime al objeto que lo constituye, al objeto –ese, al que Alcibíades-soporte estaba tratando de hacerlo caer desde el campo del Otro al otro. Es Sócrates quien produce una báscula sobre el objeto que está en juego en esta transferencia; y, es Platón quien figura, en la construcción de su ficción, los dos movimientos entre Diotima y Alcibíades, con Sócrates como báscula.
Sujeto soporte, no efecto
Lacan dice que pasa algo con este sujeto soporte -¿recuerdan que en Diotima el objeto era el soporte?; entonces: había sujeto-; en cambio, aquí, hay un deslizamiento infinito de la cadena más allá de lo que el sujeto decida y, Lacan dice: que este deslizamiento contiene un elemento disolutivo. Cuando dije que el final del Banquete era una disolución, tomé esa palabra sin citarla de esta clase del Seminario de Lacan; me interesó porque él dice que el movimiento de deslizamiento metonímico de la significación es lo que contiene un elemento disolutivo; es decir, podría llevar a la fragmentación al sujeto. Como si la significación en su deslizamiento infinito pudiera llegar a fragmentar; veremos qué sujeto quedará de rebote -porque acá todavía no hay sujeto.
Lacan está tomando los elementos, que seminarios antes había ubicado en el grafo del deseo, ahora puestos como piezas en el tablero de la transferencia. Entonces, en aquel deslizamiento, de pronto, hay un objeto que toma un valor privilegiado. Pero ¿cuándo es que adquiere un valor privilegiado? Podríamos decir, ¿cuando se empieza a estar pendiente de los signos? ¿Cuando empieza a circular el significante como signo? En ese momento de aparición del valor privilegiado que detiene el deslizamiento metonímico. En ese punto, la relación que se produce entre el objeto y el sujeto, conforma un fantasma. Encontramos una definición de fantasma en esta clase del Seminario La transferencia donde el propio sujeto tiene que reconocerse allí como detenido, como fijado. Y, ahora, es en esta función privilegiada -donde llama al objeto, objeto a- cuando el sujeto puede producir un reconocimiento pero ¿de qué? Hasta ahora, de su detención, tiene que sentirse así, como frenado. Reconocimiento de su fijación: ahí tenemos la pista de que hay un fantasma. ¿Cómo intervenir? Distinto; porque no estamos por la vía significante -llama la atención que Lacan llame a al objeto en funciones tan distintas ¿por qué no le fue poniendo otras letras del alfabeto?
Y agrega algo más: En la medida en que el sujeto se identifica con el fantasma -ahora tiene que producirse una identificación ¿Al objeto o al fantasma? Porque podría no producirse, ni a uno ni a otro; o, a uno y a otro no; entonces, tendríamos que ver en cada momento cómo está el sujeto en relación al objeto; tal vez, como analistas, tendríamos que favorecer que se produzca una identificación, ayudarla –el momento final de la intervención de Sócrates del pasaje al amante. Pero
seguimos paulatinamente a Lacan: En la medida en que el sujeto se reconoce ahí como detenido, el deseo adquiere consistencia –recién acá toma consistencia el deseo y aparece como equidistante al sujeto detenido-; puede ser designado.
Luego de señalar la equivocación, Sócrates interviene así: Tú deseo apunta a otro; yo lo designo. Surge un nivel de designación. Señala, apunta; nada más que eso, no es un momento interpretativo. Dice Lacan que si el deseo toma consistencia; es decir, si tenemos este tránsito constituido por el fantasma, por la identificación, por el objeto, el deseo va a poder ser designado.
El deseo sólo puede ser designado
¿Cómo entendemos esta designación del deseo? Si hacemos un salto al Seminario I de Lacan, Los escritos técnicos de Freud, podríamos leer la respuesta a esta pregunta que da el psicoanalista inglés James Strachey2, en un escrito de 1934, el único trabajo que Lacan no critica (de la gran cantidad que cita en relación a cómo se entendió este punto capital en Freud) sino que cita a Strachey expresamente en su planteo respecto a cómo debe intervenir el analista en la interpretación de transferencia, llamada por este psicoanalista inglés “interpretación mutativa”. Conocido como traductor de Freud al inglés, ahora tenemos la oportunidad de escucharlo en su trabajo como psicoanalista:
Cuando el deseo del sujeto está allí, en la situación, a la vez presente e inexpresable, dice Lacan que -según Strachey- la intervención del analista debe limitarse a nombrarlo. Sería el único punto en el cual la palabra del analista debe añadirse a la que el paciente fomenta. No son ocasiones frecuentes sino un momento preciso donde: Lo que está por despuntar en lo imaginario está a la vez presente en la relación verbal con el analista. Strachey plantea que esta interpretación adquiere un valor de progreso para el análisis y Lacan no lo refuta. ¿Este “limitarse a nombrar” no es lo que Lacan leyó años después en Platón –que ya había leído en Strachey seis años antes- como una designación en el modo en que Sócrates nombra “Agatón para Alcibíades”? Haciendo pasar la imagen amante del deseante despega el despunte imaginario en la palabra –hasta ese momento- dirigida a él. De pronto, hay algo que ya no va a ser sustituible sino trasladable, es algo que no va a adquirir significación buscando el modo de decirlo o, simplemente, diciendo; no va a alcanzar con la palabra dirigida a otro porque la transferencia analítica se convierte en una significación que consigue actuarse3 quedando comprimida la dimensión simbólica de la palabra hasta tal punto que sería necesario convertir en nombre una imagen (del deseo). Y Lacan dice que ante este objeto, que va siendo constituido de esta manera -porque venía este proceso en marcha- es ante el cual desaparecemos, vacilamos, desfallecemos como sujetos.
Según Lacan, de pronto, el sujeto empieza a cargar con una depreciación que tenía el objeto. Antes, estaba detenido; luego, desaparece, vacila, desfallece; ahora, se da una lógica de vaivén, de ida y vuelta, es como si sujeto y objeto establecieran un vínculo de reflejos, de ecos, de “sube y baja”. Mientras el sujeto queda depreciado al objeto le ocurre lo contrario, empieza a estar sobrevalorado. Y Lacan dice que, sin embargo, eso, nos salva. Que este objeto, funcionando así, a su vez, nos podría devolver alguna dignidad -¿es otra forma de la paradoja?- porque hace de nosotros algo distinto que aquel sujeto sometido al deslizamiento infinito del significante en el que nos embarcaba la dialéctica socrática –no es lo mismo estar en el “sube y baja” que en la “montaña rusa”. Aquel objeto, por lo tanto, será único, irremplazable, inapreciable (¿Por qué sino porque fija el deseo, de otro modo escurridizo?). Lacan dice que allí se establece este tipo de relación al objeto que es lo que individualiza a alguien: la relación privilegiada en la que culminamos como sujeto en el deseo. Acá estaría la máxima individuación para el psicoanálisis.
¿Por qué sería fundamental el amor para hacer este pasaje?
Ahora, lo que tendríamos que agregar es –después de la lectura del Banquete- por qué fue necesario un paso por el amor para que esto se produzca y cómo se realizó ese paso. Parece que si no se pasa por el amor hay algo de la constitución del objeto del deseo que no se logra. ¿Por qué?
Hacer signos del amor para tener inconciente
¿Qué hace que bajo el signo ya no sobreviva el significante? Esta transformación, ¿la hace el amor? Es cierto que por la entrada en el amor, los hechos se transforman en signos, las actitudes se tornan signos, los fallidos del inconciente llegan a hacer signo. Y eso lo vimos en Freud (en el historial de Elizabeth) confeccionando un listado de los fallidos del inconciente como signos de amor -a posteriori, creando un inconciente como intención no sabida. Es en el acto interceptado en su finalidad donde Freud va encontrando el psiquismo inconciente, cuando todavía pensaba en términos de conciencia escindida –el joven entró y saludó a otra creyendo que era su prometida. Pareciera que el amor es el trabajo de las reminiscencias sobre una catarsis bloqueada, cuando Freud, en vez de liberar una cantidad retenida, libera primero una tópica inconciente.
La reminiscencia freudiana fue ofreciendo el tratamiento del objeto que había quedado incompleto. Ese objeto no terminado de hacer dejaba al sujeto -que era aquella joven llamada Elizabeth- inclinada hacia una sensorialidad erótica difusa cuya vía más cierta era la derivación al cuerpo, algo más constituido para aquel tiempo que su psiquismo. Pero, es sorprendente que si no se hubiera producido –en transferencia con Freud que exigía su palabra- transformación de significante en signo, Elizabeth no hubiera podido seguir las llamadas del objeto, no hubiera podido seguir la atracción que despertó el objeto –aquella atracción respecto a la que Diotima se presentaba sabiendo muy bien cómo orientarse (ella se orientaba; a ella no la desorientaba el objeto tras su signo). Si el signo de amor funda (en la superficie) el piso inconciente sobre el cual dirigirse hacia el objeto; entonces, es el amor lo que permite tener inconciente, no el deseo. Por algo, venimos con Lacan deslindando deseo y saber. Si esto fuera así, es un problema para la estructuración del psiquismo; o, podríamos decir con Lacan, una paradoja, porque es muy difícil que el amor se consiga como un bien en el campo de los bienes; en cambio, para el deseo, sigue siendo más fácil “agarrar” objetos, aunque no sean verdaderos. Lacan lo viene diciendo, con Platón mismo, que el amor circula por el lado de lo bueno y de los bienes pero va más allá; Diotima misma se mostraba muy segura de que el amor se deslizaba de un bien a otro, como un bien entre los bienes, pero al final iba más allá -¿qué era esa visión de la belleza en sí de la que habla Platón –y a la que finalmente conducía el amor? ¿En qué se convierte ese más allá?
Nos cuesta pensarlo porque en este punto está el problema conceptual psicoanalítico pero también la época que nos toca vivir. Creo que, hoy, el sexo funciona como un bien, más que el amor. Del amor más bien se desconfía, ni siquiera circula como un mal sino como una efusión sentimental pasada de moda. (Recibí una derivación de un médico ginecólogo, le sugiere a su paciente que tiene treinta y seis años y no tiene relaciones sexuales tratarse con una psicóloga. El sexo como bien. Bien hecha la derivación; un buen ginecólogo; su intención es buena; no estoy cuestionando la buena orientación; viene bien tener otro paciente; apunto a otra cosa). El amor como algo bueno (¡qué dificultad encontramos en esta arista!) porque rápidamente desliza hacia otras dimensiones. ¡Y si es lo que Platón mismo nos estuvo diciendo!
El amor no podría circular como bien en los juegos de sociedad
Recordemos que hacia el final de su tratamiento, Elizabeth le contó a Freud que su madre estaba dolida porque cada vez veía menos a su nieto; el cuñado ya no venía a la casa. Freud escribe que seguramente había presentido el rechazo y se fue alejando. A nivel de la novela de amor, fue una masacre, pero no porque cayó una bomba en la ciudad o hubo un derrumbe económico sino por el traumatismo que producen los fantasmas neuróticos ¿Será cuando algo del amor no puede articularse? Sigámoslo el siguiente capítulo: La madre perdió una hija; ahora pierde un nieto; el
nieto pierde su abuela; el cuñado había perdido su esposa; ahora pierde su amada; la paciente de Freud pierde su amado. El deseo desplegado en la dimensión imaginaria hace que se responda en reflejo especular, “usted no me da a Elizabeth, yo le saco su nieto”. Se me ocurre que al faltar una articulación simbólica del amor por la vía del don –no sólo volviendo a Lacan en el Seminario Las relaciones de objeto porque esta frase está en el discurso de Diotima, dar sin tener- la realidad se termina convirtiendo en una dupla macabra frustración-agresividad. (Pero, pensándolo así, la falta de amor sería una repuesta).
Es en la mira del deseo que el amor puede virar al mal
Sin embargo, Lacan me refuta. Notemos que en este Seminario pone al amor como una pregunta, no como una respuesta. Ya con Fedro, había dicho: El amor es una pregunta que intenta alcanzar el ser del otro. Creo que a esta altura podemos sustituir “ser” por “inconciente” y decir que el amor es una pregunta que intenta alcanzar el inconciente del otro. ¿Para qué? Para poder tener una guía para el propio inconciente. Esta formulación la hace Lacan en el Seminario XX, Aún, pero encontramos en el Seminario La transferencia el antecedente de lo que elabora doce seminarios después.
Entonces, si el amor es una pregunta que intenta alcanzar el inconciente del Otro, en Diótima esta pregunta arrastraba hacia una búsqueda motorizada por la dialéctica que contenía un potencial inagotable para llegar a ver algo en sí mismo –la belleza en sí; ya no en el otro, ni en el Otro- tanto potencial que el deseo articulado en una dialéctica y despegándose de los cuerpos casi llegaba a la inmortalidad. Los objetos se iban sustituyendo y ya no importaba uno más que el otro, lo importante era el recorrido superador. Algo del ser del camino se constituye en el movimiento de andarlo, es el bien lo que se va transformando en lo bueno y no a la inversa –Diotima en pleno terreno del ser en movimiento, no del tener. Esa dialéctica cayó y con ella el deseo que allí se sostenía; con Alcibíades se retoma la búsqueda del inconciente del otro pero a través de la demanda de amor, que culmina ajustando en la mira al objeto privilegiado –pleno terreno de las ambiciones del tener. Finalmente, se nos invierte el campo, cuando el amor parece convertirse en un bien, es por la incidencia del deseo pero, como dice Lacan, Alcibíades expresa: Lo quiero porque lo quiero, sea mi bien o sea mi mal.
¿De qué se carece si no se tiene amor?
Si retomamos la cita de Freud, en Psicología de las masas, de la Epístola de San Pablo a los Corintos, entendemos un poco más por qué el amor no se queda en el campo de los bienes –a esta altura, nos dimos cuenta que es por la posición del deseo. Freud dice que el psicoanálisis toma la noción de amor tal como la plantea San Pablo, aunque los católicos no hagan demasiado caso de lo que dicen –los que ellos dicen que son- sus grandes hombres (de paso Freud –judío- arremete contra los católicos que critican el psicoanálisis) y, también, acerca este amor al Eros de Platón. Aunque decide no ampararse en el prestigio del filósofo y se juega por la expresión “libido” para el psicoanálisis
Recordemos que San Pablo dice: Yo puedo hablar lenguas humanas y lenguas angélicas –puedo hablar- pero si no tengo amor –a continuación, uno piensa que va a dar la definición del amor, está instituyendo la nueva Religión del Amor con palabras fundacionales; sin embargo, amor “es lo que no tiene”, “lo que le falta”. Como dice Lacan, el texto de Platón recogiendo la transferencia que inaugura Sócrates y este texto bíblico que lo re-interpreta, no sólo son teóricos y poéticos –también, como si fuera poco- pero además influenciaron y siguen influenciando los modos de vivir de generaciones enteras, en las que estamos incluidos. Sigamos con San Pablo4 y veamos qué le pasa si no tiene amor; continúa citándolo Freud: soy como metal que resuena, como címbalo que retiñe. ¿De qué está hablando?
El címbalo es un instrumento musical, hoy en día, parte de la batería, son los dos platillos que chocan horizontalmente y que se usaban en las ceremonias religiosas de la Antigüedad, en aquel entonces haciéndolos tañir con las dos manos verticalmente -casi son esa enigmática imagen del prisma, en la película de Stanley Kubrick, Odisea 2001 del espacio, que atraviesa los tiempos cambiando de orientación. Pareciera que empezamos a escuchar a un enamorado no correspondido, a quien intentáramos entender su añoranza. Si no tiene amor ¿qué le pasa? ¿Se siente como un metal que resuena? ¿Qué es eso? ¿Una vibración en el cuerpo de una percepción auditiva? ¿Un grado de sensibilidad despertado por un sonido escuchado? Si no tiene amor ¿se convierte en una imagen sonora o en metal mismo? ¿O siente su cuerpo como metal vibrante? En el nivel poético, a cada uno le resonará distinto ¿No habría resonancia humana sin amor?; o, ¿esto será lo más humano? ¿Qué es lo que humaniza? Parece que nos encontramos con algo no subjetivable –no va por la vía del sujeto-; según como alguien hable -palabra, no significante en este punto- resonará el amor o no.
Y ¿cuál es la paradoja que tanto insiste Lacan que se presenta en la situación transferencial Alcibíades-Sócrates?
A mí, se me armaba en estos términos: ¿No hay una paradoja en que el amor parece ser lo único que nos permite tener un objeto, que no sea un signo, que sea un objeto -pero teniendo que pasar por la alienación en su signo? O sea que el amor sería lo único que permitiría tener un objeto que no sea un signo del Otro sino que pase a ser un objeto del sujeto –que le dé su posición, que lo determine, en ese sentido que le de dignidad (palabra que Lacan repite bastante en el Seminario La transferencia) en tanto fija la determinación del deseo- pero solamente si pasa por los signos del Otro? ¿Qué pasa en el espacio abierto entre el signo y el objeto?
La demanda atraviesa el espacio desde el signo al objeto (y podría aplanarlo)
Pero, ¿podría haber demanda que no sea de amor? Lacan, en el Seminario XI, dice que no todo deseo viene de un deseo sexual –podríamos agregar: que tenga este paso por el amor y la demanda. Lacan asegura en una respuesta a una pregunta que le dirigen5, que “hay deseos locos y deseos por prohibición, alguien se empecina con algo solamente porque se lo prohibieron”. Deseos que no estarían dentro de este orden del deseo -que venimos trabajando aquí- donde como analistas podemos intervenir y producir el giro amante en el sujeto a través de la transferencia.
El traumatismo del amor
Quería descansar un poco de la lectura del Seminario de Lacan y fuí al supermercado: Pero me encontré con la escenificación de su teoría.
Un niño quiere que su madre le compre una caja de cereales; la madre le dice que en la casa tienen. Pero él insiste. Ella le vuelve a explicar por qué no la comprará y él rompe en llanto creando una escena. Me detuve como espectadora a ver cómo seguía: La madre, cansada, no lo mira, lo deja pataleando. El objeto del pedido ya no es el objeto de la necesidad –es evidente, porque la madre le dice que en la casa tiene todavía esa caja de cereales; si fuera eso, se tranquilizaría. A este chico le compran lo que quiere, no le falta; la madre le da sus razones: es un niño querido y tenido en cuenta. El traumatismo no es el de los hechos, es el traumatismo psíquico por entrar desde el pedido hacia el objeto de la demanda –la frase de Lacan con la que empezamos.
Si el niño sabe que se lo dan –se lo dijo la madre; lo escuché-; como dice Lacan de Alcibíades –es la misma estructura-: “Si ya sabe que lo tiene a Sócrates enamorado”; sin embargo, es en la obviedad donde Lacan insiste que está la paradoja.
Hay un momento llamativo donde el niño toma con su manito la caja de cereales, tiembla por la convulsión del llanto, vacila en sacarla de la góndola ¡Pero no lo hace! Le sigue gritando a la madre para que lo mire. Ella no lo mira y él no puede tomar el objeto -en esta dramática ya convertido en objeto de deseo y hace rato perdida la necesidad de comer cereales. Abramos una
pregunta: ¿Por qué no toma la caja? Daban ganas de impulsarlo: “Dale, agarrala” –esos impulsos que deberán vaciarse por el lugar del analista.
Necesita del signo de amor: en verdad le pedía que ella lo mire. Y si no recibía la mirada de la madre ¡no podía tomar la caja! El llanto era para atraer su mirada, que parecía tener más poder que su –aparente- objeto de deseo. Cuando al final la madre lo mira, él está por abrazar los cereales; pero, ella le grita: “¡Te dije que dejés eso!”. La tira y vuelve a llorar. No la puede terminar de tomar. ¿Ese signo de ella daría la prueba o cierta medida del amor que ella le tiene? ¿Qué, en ese amor, le permitiría acceder a su objeto de deseo? Lo que traumatiza en este punto es el amor6, es evidente, porque al objeto se lo dan (pero estamos ante el amor no reducible al nivel de la demanda); sin embargo, lo que ella no le da es el signo de su amor, eso, ella se lo rehúsa y es por lo que él clama. Si ella lo mirara, el amor parecería tener una prueba ¡Esa! Pero, ¿qué probaría una mirada? ¿Cómo se mide lo que una mirada da?
El traumatismo a nivel del amor, no del deseo, crea una mirada como signo, pero no en el sentido de pedir una autorización o para ser reconocido consiguiendo un botín –no es sólo un momento de confirmación de una imagen de sí mismo- sino para que le den una medida del amor que se siente por él. Creo que el objeto clave es la mirada, no la cajita, que instala al niño en la escena del amor ubicando al Otro como quien podría darle.
Después la madre le siguió explicando; pero esto no va por el lado del conocimiento, menos aún por la información. Si no se tiene amor, se puede ser como metal que resuena o como llanto que aturde como una batería. San Pablo también nos enseña que el amor requiere de cierta poetización, no alcanza con la palabra comunicando mensajes coherentes, pareciera que el amor requiere tocar ciertas cuerdas poéticas y no es fácil dejar al inconciente trabajar de ese modo porque queremos conseguir cosas, queremos que el otro nos reconozca, queremos mostrarle lo que logramos. La transferencia es el concepto clave porque pone sobre el tapete cómo abordamos esta dramática cada día en nuestros consultorios y cómo extraemos la estructura que nos muestra. Cuando la transferencia empieza a estar vehiculizada por la realidad, ahí no es un fantasma del pasado sino que aparece otro modo, presente, de darle consistencia al objeto, que falta. Por momentos, pareciera que en estas clases del Seminario, transferir es poder constituir el agalma en el Otro, prendido del amor que despierta la palabra –en un tiempo antes de que se articule a la demanda- y, habrá que ver cómo eso pasa del lado del sujeto, para moverlo de posición. Ahí situaríamos la intervención del analista.