jueves, 14 de julio de 2011

Cine: Medianoche en París

El tema de la insatisfacción vital no podía faltar en el repertorio de Allen. Ese personaje que protagoniza casi todas sus películas, que no es otro que él mismo en diferentes reencarnaciones, tenía que dejar espacio en su personalidad maniática e hipocondríaca a ese maná para los psicólogos que es el permanente inconformismo que todos sufrimos con las circunstancias, buenas o malas, que nos toca vivir. Cualquier tiempo pasado fue mejor, y en el futuro las cosas cambiarán. Y así siempre, porque así somos. Allen disecciona el planteamiento de forma admirable, y lo hace de forma consecuente con ese deseo inquieto del escritor que interpreta de forma magnífica Owen Wilson. (En una película de Woody Allen corona la cima de la interpretación aquel actor que sabe ser Woody Allen).

Y digo consecuente porque el realizador de Manhattan, película hermanada con esta por su agradable melancolía y excelente retrato urbano, es un cineasta como los de antes, y quiere seguir siéndolo. Él no cree en los movimientos bruscos de cámara, ni en batir records de planos por minuto.

Lo que hace es dejar la cámara, enfocar, y dejar que los actores cuenten su historia. Apenas la mueve, hace travellings pausados, juega con el zoom, utiliza el menor número de planos posibles. Todo esto contribuye a la relajación, al paladeo, al disfrute de una maravillosa fotografía, a la inmersión en la historia.

Esa historia que nos agrada, que nos creemos sin que chirríe aunque esté basada en la fantasía y en lo mágico, en la línea de otras películas como "Scoop" o "La rosa púrpura de El Cairo". La sucesión de personajes históricos que se van introduciendo en la trama es chocante, e incluso el cineasta cede casi al final a la tentación introducir de ciertos elementos que pueden recordar a "Regreso al Futuro", y que no eran necesarios. Pero qué importa esa nimiedad, cuando todo se cuenta tan bien. Cuando los actores funcionan y son tan buenos, o simplemente son tan adecuados para transmitir el encanto de una ciudad. Todo ello impregnado por ese barniz de humor que hace aflorar la sonrisa de forma involuntaria y sin notarlo, marca personal del de Brooklyn.

Y sí, ni siquiera Carla Bruni, en su episódica participación, desentona, sino que también contribuye. Para eso Woody Allen es uno de los mejores en la dirección de actores, si es que no es el mejor.

Hay algo sin duda en Woody Allen, que hace que, al igual que su alter ego en la película, el amor verdadero y realmente incondicional por una ciudad como París haga que las urbes ejerzan de Musa, despertando en su interior las mejores esencias como autor, y permitiéndole ser él mismo con todas las magníficas consecuencias para el séptimo arte que eso conlleva.

Posiblemente, si hiciera otra película sobre la capital de Francia ya no le saldría igual que esta maravilla.

Es ley de vida, la primera vez es irrepetible, y jamás vuelve a ser igual.


Fuente: El multicine.com 14 de mayo de 2011 / Javier Lacomba Tamarit