lunes, 24 de mayo de 2010

Cine: Triángulo, dirigida por el realizador Alemán Chistrian Petzold

Por Horacio Bernades


El cartero llama otra vez
Con un estilo sintético y bien meditado, la película que llega con dos años de retraso ensaya una relectura de aquel clásico de James Cain en el que el dinero lleva la voz cantante y donde, otra, vez, las cosas saldrán mal para el trío de Laura, Thomas y Alí.


Escrita a la salida de la depresión económica de los ’30, los verdaderos protagonistas de El cartero llama dos veces no se llamaban Frank y Cora, sino Destino y Dinero. Versión libre y no acreditada, ambas fatalidades o deseos siguen siendo eje de Jerichow, opus 5 de Christian Petzold, uno de los nombres centrales en la renovación que el cine alemán produjo en los últimos años. Participante, dos años atrás, de la competencia oficial de Berlín, film de clausura del 11º Bafici, Jerichow es el primer film de este nativo de Westfalia en llegar a carteleras argentinas, reconvertido en Triángulo y transferido de 35 mm a DVD. En línea directa con la tragedia clásica, en la novela magna de James Cain la D de Destino predominaba ligeramente sobre la otra. Hija del siglo del materialismo, en la versión Petzold la que más pesa es, en cambio, la otra D: la de Dinero.

“Si no tenés plata no podés amar”, le dice Laura (Nina Hoss, actriz fetiche del realizador y protagonista de la anterior Yella) a Thomas (Benno Fürmann, otro nombre estable de la troupe Petzold), cuando la tragedia se encamina a su último acto. También en sintonía con los tiempos, el marido de Laura no es dueño de una cafetería, como en El cartero..., sino de una cadena entera. Adecuado trasplante a la actualidad alemana, Alí (Hilmi Sözer) es turco y no griego, como lo era el Nick Papadakis del original. Y Thomas no es un vagabundo en busca de empleo, sino un ex soldado vuelto de Afganistán, a quien un acreedor de los pesados le incautó todos los ahorros y lo dejó tirado en el piso. Cuando le da una mano a Alí, tras cruzarse con él de casualidad (el factor estino), el hombre, agradecido, le ofrece trabajar para él. Lo que sigue siendo muy parecido es la pulsión sexual que lleva a Laura y Thomas a exponerse demasiado, aun sabiendo lo celoso y desconfiado que es Alí: el componente autodestructivo. También es la misma la idea que la rubia sediciosa –esclava, también ella, de la falta de dinero– inocula en el silencioso ex soldado.

El estilo de Peztold es sintético, meditado y analítico. Autor del guión, el realizador de Fantasmas (2005) da la sensación de tener toda la película en la cabeza antes de rodarla. Nada de improvisación aquí: cada plano debe haber sido cuidadosamente mensurado, tanto en su concepción como en la composición y duración. En un par de ellos pasan trenes al fondo del cuadro. Parece una mera contingencia, pero es en verdad un modo de señalar aquella idea de repetición fatal, que la novela de Cain llevaba en el título. Un picnic bucólico sobre un acantilado a orillas del Báltico no hace más que anticipar, por contraste, la escena final, cuando Laura y Thomas ya se han puesto de acuerdo y nada saldrá de acuerdo a lo previsto. Pero no esta vez por obra del destino, sino de la mera astucia.

Petzold acentúa la mezcla de rechazo y piedad que siempre suscitó, ante los amantes culposos –ante el espectador, por lo tanto–, el personaje del marido. El tipo llenará de moretones el cuerpo de la esposa, pero no deja de ser un inmigrante pobre. Consciente, por otra parte, del rol al que la sociedad alemana lo condena. La conciencia, castigo de agonista trágico. “Vivo en un país que no me quiere, con una mujer que compré”, dice, drenando una primera gota de bilis. Vía directa a un final que se toma, en relación con el original, todas las libertades del caso. Drama criminal más en los deseos que en los hechos, en Triángulo no asoma la más mínima representación del orden social, llámese policía, compañía de seguros, médicos o abogados. Parecerían no hacer falta: el dinero, la falta de él, los lazos que genera, tienen atados a víctimas y victimarios. Aunque aquí son todas víctimas, si se lo piensa bien. Los victimarios están fuera de cuadro.

Fuente: Página 12, lunes 24 de mayo de 2004