sábado, 16 de abril de 2011

Psicoanálisis: M. Duras "El mal de la muerte". Por Silvia Russo

Luego de "Los enamorados" de A. Hayes, lo que podría ser imaginariamente la continuidad de la vida de su protagonista, en la poética prosa de M. Duras "El mal de la muerte".
Una versión renovada del problema de la subjetividad y el amor, y la función de un personaje, que bien podría ser un analista. "Pagarle a alguien. Para saber. Para vivir la agonía de no asumirse vivo.Una cómplice de su destino sangriento.Una cuestionadora silente.Una compañera amorosa.Una cosa.Una función analítica... Como una acompañante dormida y viviente de algo que parece tan fácil como el vivir. Un mal es más que una enfermedad, es un daño en deterioro, degenerativo, un posible estrago del sí mismo en este caso.Como estar poseído por algo demoníaco. No exorciza al cuerpo de amar, aunque cuesta si no se pueden ni escuchar los gritos que desviven la pequeña muerte de renacer en un orgasmo. Actúa el amor, quedando por fuera de sentir otra cosa que no sea la violencia de arremeter su sexo.¿Qué es lo que quiere?"Quiere probar, intentarlo, intentar conocer eso, acostumbrarse a eso, a ese cuerpo, a esos pechos, a ese perfume, a la belleza, a ese peligro de alumbramiento de niños que representa su cuerpo, a esa forma imberbe sin accidentes musculares ni de fuerza, a ese rostro, a esa piel desnuda, a esa coincidencia entre esa piel y la vida que encubre."Lo que coincide es la prueba deseante que niega la muerte. Y nos problematiza, nuevamente. Aunque contamine la negación del pensar...Probar AMAR.Para dormir sobre el sexo inquieto, allí donde no conoce, responde el protagosnista. Tentado de tratar, por eso paga. Pero si no hay compromiso, no hay pregunta. Sólo respuesta de este hecho coimero.¿La paga implica ceder algo en este caso?El extremo de morir. Firmado con fluídos de sexo que se contraoferta como último recurso. La mujer.Como una analista, ella dice que no tiene opinión, que no puede saber... pero está. Y sabe algo, entredormida y sonriente, dice. Hace presencia y escucha. E interpela en casi eterna oportunidad. Ella vendría cada día, viene cada día. Encuadre sólido. Sonríe, oye, duerme, espera la elección mordaz o vivaz del muerto.Y recibe respuestas que no la vuelven compasiva con ese sujeto, que elige. De nuevo, y casi sin cuestionarse en su agonía, la inhabitabilidad del amor.Ella dice ESTOY AQUÍ, MIRE, ESTOY ANTE UD.PROCURE VER, ESTÁ INCLUIDO EN EL PRECIO QUE HA PAGADO.Diagnostica ella: EL MAL DE LA MUERTE.El que lo padece no sabe que es portador de ella.Literalmente... (cito algunas frases): "Estaría muerto sin vida previa a la que morir, sin conocimiento alguno de morir vida alguna.Y él llora, luego, por sí mismo, como lo haría un desconocido.Y se acerca el alba, son esas horas tan vastas como los espacios de cielo. Es demasiado el tiempo, ya no encuentra por donde pasar. El tiempo ya no pasa. Es raro un muerto."Y él acaricia el cuerpo de ella, como si incurriera en el peligro de la infelicidad. No sea cosa de tentarse y ceder goce. Precio enorme y justo. Ante el gozar de la mujer, mira todo. Mira y cierra los ojos. No quiere ver, no quiere otra salida.Ella habita una dicha soñada de estar llena de un hombre, de él, de otro. El llora, porque vive esta visión como si el amar fuera sólo para otros...¿Por qué llora?PORQUE NO AMA."Culpa de esa insipidez, esa inmovilidad de sentimiento. No merece la pena llorar por sí mismo", interpreta ella. Ya que siempre ha evitado amar, siempre ha querido ser libre de no amar. He aquí el costo.Un día ya no está.Un día se despierta, y ella, la mujer, ya no está.La analista tampoco... Muy pronto, él renuncia... ve en ella el mal de su muerte. La única forma de vivir este amor iba a ser perdiéndolo antes de que se diera, culmina Duras.Algunos no buscan cura de este mal.Y se visten a diario con la muerte, se vuelven la muerte y ni siquiera el murmullo del mar, a lo lejos, logra tentarlos.Claro, está muerto.