sábado, 20 de junio de 2009

Psicoanálisis: El psicoanálisis y lo síntomas contemporáneos

Este artículo fué presentado por sus autoras en un congreso recientemente, agradezco la gentileza de darlo a conocer por este medio.


La toxicomanía como malestar paradigmático de nuestra época, representa un desafío para la práctica del psicoanálisis. No es infrecuente escuchar en ámbitos profesionales y no profesionales la crítica que sostiene que el psicoanálisis es una técnica obsoleta, creación del siglo XIX, que no puede estar a la altura de las manifestaciones sintomáticas de la actualidad. Por otra parte, esta opinión coincide muchas veces con el pedido mismo de pacientes que quieren soluciones rápidas , esto es: “sin pensar demasiado en el pasado”.
Frente a esto, como psicoanalistas debemos dar respuesta y es en la ética del psicoanálisis donde radica la diferencia que ofrece al malestar actual. Leemos en Lacan: “el análisis sigue siendo la experiencia que volvió a dar al máximo su importancia a la función del deseo como tal. Hasta el punto de que puede decirse que en la articulación teórica de Freud, en suma, la génesis de la dimensión moral arraiga tan sólo en el deseo mismo” .
Las afirmaciones de Freud en 1919 , resultan premonitorias de lo que ocurre en nuestros días. Se refiere a la necesidad del psicoanálisis de ampliar su campo de acción, extendiéndose más allá de la práctica privada. Propone fundar instituciones gratuitas y al alcance de las personas de menores recursos, y advierte que frente a los cambios sociales la técnica psicoanalítica podría modificarse sin perder de vista sus fundamentos. En la misma línea, Lacan plantea que el psicoanalista es libre en su estrategia, no así en su política, es decir en su ética.
Existe una subjetividad efecto del discurso imperante y también un modo de malestar que le es propio. El surgimiento del psicoanálisis nace como respuesta a cierto modo de padecimiento que escapaba al saber médico, discurso amo del siglo XIX. El dispositivo de palabra resultó el método empleado para abordar los síntomas, que hasta entonces solo daban a verse, tales como los síntomas de conversión histérico. De modo que el psicoanalisis es claramente subversivo respecto del discurso que lo engendró.
En la actualidad entonces, se requiere de una estrategia acorde a los síntomas que genera nuestra cultura, para lo cual es necesario tener claro a qué llamamos época actual, cuáles son sus coordenadas y su lógica y de qué modo el psicoanálisis puede ser una respuesta valida y eficaz.


• Objetos mundanos como remedios de goce:

Zygmunt Bauman acuño el término “modernidad líquida” para describir el contexto que resulta solidario de la subjetividad contemporánea, caracterizada por un imperativo (superyoico), al consumo que por tanto conmina al goce. Bauman plantea “el consumismo, en franca oposición a anteriores formas de vida, no asocia tanto la felicidad con la gratificación de los deseos, sino con un aumento permanente del volumen y la intensidad de los deseos, lo que a su vez desencadena el reemplazo inmediato de los objetos pensados para satisfacerlos y de los que se espera satisfacción”. Se trata de una cultura “ahorista”, o sea una “cultura acelerada”, la cual “combina deseos insaciables con la urgencia de buscar siempre satisfacerlos con productos” .
Lo que llamamos posmodernidad se caracteriza por el predominio del discurso que Lacan ha formalizado como “discurso capitalista”. Este entre otros rasgos, sostiene la posibilidad de obturar la falta inherente a la estructura a partir de un objeto, producto de la técnica. Se le exige a los objetos de consumo una satisfacción rápida y sin resto. Esta cultura del consumo conmina a taponar la falta estructural (universal para todo ser parlante) mediante objetos “para todos iguales”, esto es, se trata de un mandato a un goce Uno, homogéneo y uniforme.
Estas condiciones discursivas muestran su efecto en las presentaciones del malestar actual: toxicomanía, anorexia, ataques de pánico, síntomas acordes a una subjetividad que rechaza la falta, que no se adviene al pensar, que sostiene la temporalidad de la inmediatez y que descree del Otro.
La demanda de este tipo de pacientes suele ser funcional a este discurso, es decir acuden a profesionales que prometen soluciones rápidas y sobre lo actual, dejando por fuera la causa en juego. Asistimos a un pasaje del malestar, que responde a la lógica freudiana, a aquel que implica un atolladero a nivel del deseo, de la ética.
Tal como afirma Eric Laurent, lo que el psicoanálisis puede brindar de novedoso frente a la tendencia globalizadora actual, es el rescate de la particularidad. Consideramos que la originalidad del psicoanálisis consiste en sostener una dirección a contrapelo de la tendencia hegemónica, en tanto en ella tienen lugar las condiciones de posibilidad del malestar actual, ello no sería posible sin “un analista capaz de entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora” .
Ahora bien, la técnica psicoanalítica debe acomodarse a esta nueva subjetividad, inherente a la sociedad de consumo. Bauman describe que el rasgo mas importante es la transformación de los consumidores en en objetos de consumo. Ante este aplastamiento subjetivo, la maniobra analítica sostenida en su ética consiste en rescatar al sujeto del deseo.

• Etica y responsabilidad:

El sujeto responsable es el fundamento de la ética del psicoanálisis, sujeto que la ciencia forcluye, responsabilidad que brilla por su ausencia en las presentaciones actuales.
Según Michel Villey (reconocido catedrático de Derecho francés) el término “responsable” sufre cambios a lo largo de la historia. Se trata de un concepto “híbrido” empleado por el discurso jurídico, pero también por el teológico, el filosofico y el moral.
“Responsable” deriva de respondere, el cual remite a spondere y sponsio, figuras importantes en el antiguo derecho romano. El responsor era el garante, era quien estaba obligado a responder por la deuda contraída por otro. El significante “responsable” (resposabilis) no surge tal como lo conocemos sino en la Edad Media. Según Villey, “responsable” debería aplicarse a la demanda susceptible o no de una respuesta. En esta definición se sostiene una concepción ética, la cual nos permite pensar la practica analítica.
Una definición etimológica aunténticamente jurídica, en el lenguaje del derecho romano, implica que “responsable” es todo aquel que puede ser convocado delante de un tribunal, porque pesa sobre él una determinada obligación, proceda o no su deuda de un acto de su voluntad libre. Según Ferrater Mora, la mayoría de los filosofos coinciden con la idea antes citada, esto es, que el fundamento de la responsabilidad es la libertad de la voluntad.
Para el psicoanálisis la responsabilidad resulta inmanente al sujeto, ya que la misma implica una relación ética del sujeto al deseo, por lo tanto, al eximir a alguien de responsabilidad se lo despoja de la condición misma que lo hace sujeto. Es lo que ocurre con la categorización de “adicto”, en tanto la responsabilidad subjetiva queda subsumida en el objeto droga, dichos como “perdí todo por la droga” o “la droga me maneja” lo ilustran.
En este sentido la responsabilidad no dispensa estructuras clínicas, grupos etareos, ni tan siquiera la condición de soñante. Para Lacan “de nuestra posición de sujeto somos siempre responsables” . Se halla implicada en esta afirmación una condición ética,que nada tiene que ver con sentencias morales ligadas a los valores o los ideales, tales como se promueven en algunas curas.
De este modo será preciso evaluar caso por caso la función de la droga, absteniéndose de prescripciones del estilo de “no deberás drogarte”. Se apunta a lo singular del sujeto excluyendo recetas universales del tipo kantiano.
Con el concepto “ética del psicoanálisis”, Lacan propone lo original que Freud aporta y las consecuencias que de ello se desprenden. Por tanto, la ética psicoanalítica implica una especificidad que la distingue del resto de las curas; esto se basa en el modo distintivo en que el analista responde a la demanda de quien lo consulta y en ello se sitúa su responsabilidad. En este sentido es que Lacan refiere que “la ética del psicoanálisis es la praxis de su teoría”. En el seminario que le dedica al tema (el séptimo), afirma que “si hay una ética del psicoanálisis es porque el analisis aporta algo que se plantea como medida de nuestra acción”. Allí se ubicará el deseo y con ello la diferencia fundamental con las Escuelas filosóficas de la Antiguedad que consideraraban a la ética, como ética de los bienes y a través de la busqueda de su consecución era como se media la moralidad de sus acciones. Por el contrario, la ética psicoanálitica es aquella que ubica la relación del sujeto con lo real de su síntoma.
El descubrimiento freudiano conocido como giro de los años 20’, con su “más allá del principio del placer”, pone de relieve que la lógica que rige para el sujeto no es la del bien. El sujeto no aspira a su bien y el toxicómano lo hace patente con la repetición de su acto: “sé que me hace mal”, “ya no me pone como antes”, pero sin embargo el consumo no se detiene. Podemos suponer allí la repetición como lo esencial del síntoma en su costado real, indicando que allí algo no cesa de escribirse.
Este hecho resulta desconcertante para la medicina y es lo que las “terapias modernas” (neurociencias y las terapias cognitivo conductuales) se abocan a “corregir”, mediante técnicas que borran la singularidad. Por el contrario, la indicación freudiana dada en 1898 se sostiene en la ética psicoanálitica: “las curas por abstinencia tendrán un éxito solo aparente si el médico se conforma con sustraer al enfermo la sustancia narcótica sin cuidarse de la fuente de la cual brota la imperativa necesidad de aquella” . Esta consideración hace hincapié en que el acento debe estar puesto en las condiciones subjetivas y no en la sustancia a fin de precisar el lugar que ocupa para ese individuo.
No se hacen esperar las consecuencias nefastas en la clínica, cuando el terapeuta –sea este de la medicina o la psicología-, se empeña en buscar el bien de su paciente. La novela “El conde demediado” de Italo Calvino, refleja maravillosamente a que conduce el empeño de poner al sujeto en la senda de su bien.
Lacan insta a preguntarnos: “¿qué bien persiguen exactamente en relación a su paciente? (...) tenemos que saber en cada instante cuál debe ser nuestra relación efectiva con el deseo de hacer el bien, el deseo de curar” . Ya que la posición analítica implica un no-deseo de curar, que es aquello que Freud aconsejaba como curarse del furor curandis o furor sanandis.
Tal como fuera mencionado, el imperativo de la época actual empuja hacia un goce voraz e ilimitado de consumo de infinidad de objetos (siendo la droga uno mas en la serie) como modalidad de colmar una insatisfacción estructural. A diferencia de lo que ocurría en la Antiguedad, donde los bienes eran entidades metáfisicas, en la posmodernidad, han sido degradados a la categoría de objetos masivos, producidos en serie (los made in China) con los cuales el sujeto actual intenta consolarse, a través de un intento infructuoso de obturar su falta. Lo fallido de esta operación radica en que con un tapón universal se intenta colmar un agujero singular y único. Coincidimos con Tarrab, para quien “la respuesta de la época es la de poner un objeto del mundo, en el lugar de la inexistencia del objeto” .
Un análisis tenderá a circunscribir ese agujero y acotar el goce desmedido generado por los intentos del sujeto por colmarlo. Localizar el goce conduce a su apaciguamiento.
El desafío, pero también la apuesta, que hacemos como psicoanalistas, consiste en lograr un desplazamiento del goce desregulado que otorga el consumo al que provee el dispositivo analítico, esto es al goce del decir.

Autoras: Lic. Cecilia Castelluccio (*) y Lic. Silvia Zamorano (**)

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