jueves, 11 de junio de 2009

Literarias: Historias de las inconexas

El tipo busca una alcantarilla, la peor de todas. Hace a un lado, apenas, el barro ácido de varias semanas y apoya su nariz al raz. Inhala el vaho oscuro más fétido de la ciudad. Contiene el aire lo más que puede. Lo paladea, lo degusta como un buen vino. La náusea es inminente, pero el tipo es bravío; no se dejará fácilmente.

Piensa para sí que no quiere malentendidos. No es Erdosain buscando descender a lo más bajo para desde allí, obtener alguna redención. Eso ya lo intentaron otros. Es conocido el argumento: se trata de bajar a los infiernos más míseros para que el alma encuentre, en el ejercicio, un modo de ser en lo bello. Se desciende a lo más bajo para subir a lo más alto. Pero, él se dice, todo eso tiene mensaje: se trata de oler la mierda para ser mejores, o, para comprobar lo malo que se ha sido como puntapie inicial del ascenso virtuoso. Mientras exhala el aire podrido, piensa que el mensaje aquel no ha servido de gran cosa. Tampoco es que eso le tenga sin cuidado, pero ese camino le es ajeno.

Se prepara para inhalar por segunda vez. La vista de un grupo de gusanos muy cerca de su boca no lo desalienta ni lo entusiasma; su voluntad es otra y firme. Esta vez, la bocanada de aire reune la miseria más hedionda de la ciudadanía: deyecciones de perro, cloacas infectas, fetos abortados, pañales de los descartables, víceras, un gato muerto. El golpe es atroz. Mientras sacude la cabeza, despejando levemente sus sentidos, piensa que no quiere repeticiones. Sabe que un cóctel de psicoanalistas podría suponer toda clase de fantasías anales retovadas, identificaciones líberas de ideales, regresiones anafilácticas o goces desfalicisantes. Todo para desconfiar, se dice. Esos proletariados de la oreja son una versión berreta de la fechoría diaria. Peor es discutir con ellos, siempre tan rimbombantes. Sencillamente, para él, oler la alcantarilla no se deja ningunear por ese oficio cómplice. Exhala lento, firme, doliente.

Sabe que la tercera será la última. No podría ser de otro modo: el aire, esta vez, lo acerca peligrosamente a perderse. Pero nuestro hombre resiste; en alguna otra época hubiera sido héroe griego, en la nuestra, suda frío inhalando por tercera vez la alcantarilla.

No hay quien disponga de lengua que explique la vivencia. Que conste que en ese respiro, fermentaron la hiel y el vómito, el jugo oleoso de la muerte de varios días y el semen de la política cocainómana, la traición baja, la cloaca, la envidia amarilla. De uno en uno, los gestos más míseros de la historia dejaron su orina añosa en ese tufo de asco. Los actos atroces y cotidianos, la indiferencia mezquina, el holocausto diario que ayer ignoraste, la violación, el remoto control, la farándula que nos hemos merecido.

Nuestro hombre se incorpora, alisa su ropa tranquilamente y con la uña desprende un pedacito de barro que quedó en su patalón, a la altura de la rodilla. Con las manos en los bolsillos, mira los barrotes de hierro y el silencio oscuro que se adivina entre ellos. Y esta vez, sin mensaje, sin promesa, sin pasión y sin llanto le guiña un ojo a la alcantarilla. Emprende el regreso a casa, sabiendo que ella es él.

Maximiliano Antonietti

Abril 2009.

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